Y ahí estaban los dos. Arrodillado él ante los pies de Paula y ella contemplando maravillada la escena. Todo lo que habían hablado durante la cena fue la antesala de un morboso silencio y de una curiosidad infinita en aquel dormitorio.
Alejo tomó el pie de Paula y lo acarició suavemente empezando por el empeine. El tacto de sus yemas, casi imperceptible, surtió el deseado efecto en la mujer, que lanzó un gemido e incitó a Alejo a seguir. Luego continuó con sus labios, después con su lengua. Subió al tobillo, bajó de nuevo y se recreó en sus dedos. Lamió y succiónó el pulgar sin dejar de mirar a Paula. Fue ella quien rompió de nuevo el silencio cuando Alejo descalzó su otro pie y le quitó la media. Otro gemido intenso y muchas ganas.
-Quiero más...
Hacía tiempo que Paula no tenía orgasmos tan placenteros y jamás pensó que un hombre pudiera ser tan experto y buen amante. Se sorprendió de su propio cuerpo, al descubrir que algunos rincones, si se trataban con delicadeza y maestría, podían ser fuente inagotable de placer.
También le resultó curiosa la petición de Alejo. Nunca había masturbado a un hombre con sus pies y se sintió poderosa al arrancarle un orgasmo de ese curioso modo. Pero lo que le produjo una sensación más placentera fue que, por primera vez en muchos años, amaneció con sus pies abrazados a los de un hombre en una armonía casi mística.
Divina sensación.
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