(Escrito en octubre de 2010) Nota:
Hay ideas viejas como el olvido, viejas como leyendas o mitos. Las que yo conozco suelen ser adustas e implacables como antiguos monarcas. No cambiaran de parecer aunque sean terribles e injustas.
No quise tomar a este argumento con maquillajes que lo renovasen pero que al mismo tiempo le resten su talante bárbaro. Preferí darlo así. Anónimo e universal: vulgar. Podrán decir mis casuales lectores “mito urbano” pero deberían decirlo con un matiz de respeto por los innombrados temores que nos acechan pacientes.
Por otra parte este relato relata una incógnita. ¿Cómo nos verán nuestros muertos? Solo sabemos lo que gustamos pensar: que son ellos quienes duermen presos de la eternidad, suspendidas sus almas en un instante infinitésimo que persiste en la inmóvil atemporalidad generada por la falta de un futuro más allá de él. Pero, ¿no es acaso que somos nosotros los prisioneros del transcurrir? Es nuestra prisión ese breve instante en que tiembla la hoja que empieza a caer de su rama.
Solo sabemos con certeza que nuestros ojos están cerrados al transcurrir de nuestros muertos. Ellos nos observan y nos esperan más allá de la orilla de la ceguera.