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Final de recorrido

Publicado el 27 marzo 2010 por Lorena
   ¿Cómo andan? Espero que todo vaya bien para mis queridos lectores. Ya les dejo el cuento semanal, pero ¡a no confundir! que el título sólo aplica al cuento.
Final de recorrido
   Lucrecia echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Había sido un tedioso día en el trabajo, y el traqueteo del tren le daba ganas de cabecear. Dormitó unos minutos, pero una súbita detención y un cruel chirrido la llevaron de vuelta a la vigilia.
   Se incorporó, con el cuello dolorido, y miró a su alrededor. Las puertas se cerraban tras los últimos pasajeros en descender. Había quedado sola en el vagón. Sin embargo, eso no le extrañó, dado que sólo quedaban dos estaciones para el fin del recorrido. Se acomodó en el asiento y se dispuso a dormir ese trecho.
   Pero apenas el tren se puso en marcha, se oyó el chirrido otra vez. Y Lucrecia volvió a incorporarse; molesta por no poder dormir, temerosa de que la formación no pudiera continuar, estando tan cerca del final. El chillido comenzó a alcanzar tonos tan agudos que Lucrecia se vio forzada a taparse los oídos con los dedos.

   El tren estaba tardando en llegar a la siguiente estación, y Lucrecia intentó distraerse. No había nada ni nadie a quién mirar, sólo sombras en el piso. Lucrecia trató de ver formas en ellas, pero todo parecía un gran globo informe. Pasó varios minutos tratando de averiguar qué originaba esa sombra al extremo del vagón, ya que la luz que atravesaba las ventanas era poca y débil. No había llegado a ninguna conclusión cuando el silbido disminuyó un poco y Lucrecia pudo destapar sus oídos y volvió a mirar a su alrededor.
  Entonces notó que ya estaban en la estación, pero el tren no había reducido su marcha. En ese momento, supo con certeza que habría algún desperfecto en el tren y por ello el conductor lo guiaba directamente al final del recorrido. Agradeció que así fuera, quería llegar en cuanto antes a su casa. Además, en general, no solían subir pasajeros en aquella estación. Miró el andén vacío y, por un momento, creyó ver a alguien gesticulando desesperadamente. Pero la estación quedó atrás pronto, y el chillido regresó.
  Lucrecia volvió a meter los dedos en sus orejas y rezó por llegar pronto. Ya casi no entraba luz del exterior y las luces del interior eran bastante tenues. Echó otro vistazo a su alrededor, aquella sombra era todavía más grande, como si estuviera engulléndose al vagón. Alcanzaba casi la mitad del mismo, y Lucrecia sintió la necesidad de alejarse de ella. El ruido se estaba haciendo tan insoportable que sus dedos ya no le ofrecían ninguna protección a sus pobre oídos.
  Lucrecia se levantó y sintió un ligero olor a quemado. Levantó su vista hacia el techo. Allí, esa gomosa sombra parecía haber extendido sus tentáculos más allá de la mitad del vagón, casi sobre ella. Lucrecia ahogó un grito y se apresuró hacia la puerta de comunicación con el siguiente vagón. La encontró cerrada e inmutable a todos sus esfuerzos.
  Cuando se volvió, la sombra casi estaba sobre ella. El ruido le había quitado toda su capacidad de oír, y el olor se hacía más intenso. Atemorizada, buscó las ventanas, pero también estaban cerradas. Por suerte, observó, con bastante alivio, que ya estaban entrando en la última estación.
  Lucrecia se estrujaba las manos esperando la desaceleración. Un ojo en la estación, un ojo en la sombra. El tren se acercaba al final de su recorrido, pero no se detuvo.

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