Por esas vueltas que da la vida acabaron cantando flamenco en una casa de campo sin enjalbegar en la carretera de Alcázar. Eran más de las tres de la mañana; un botellín te lleva a otro y éste a un cubalibre y a otro, etcétera. Olía a lumbre de sarmientos y a alcohol recocido en las tripas.
«Algún defecto moral, / toítas las personas que tienen, / algún defecto moral, / por consejos que le den / nunca lo convencerás / y siempre será quien es.»
Carajillo guisó unas gachas con la harina medio cruda y poco aceite. Le dio mucho aparato y copero al guisado, mandaba bastante y trajinaba con alegría a pesar del estado; todavía no se habían empezado a construir verbos con todos los sustantivos gastronómicos, lo cual fue un alivio para todos. No obstante las gachas salieron blandas y al guisandero le oían los pies a muerto; llevaba unas alpargatas de lona puestas a chancla. Si no hubiese sido por la chispa que tenían se las había comido su padre. El orejas se fijó en la suciedad que tenía el tipo en los talones, se conoce que no quería que le encogiesen los pies, o que le habían dado una orden de alejamiento del agua bajo pena de cadena perpetua. Aquello daba asco: una noche de julio haciendo gachas en una casa de las viñas, todos borrachos, sin lavar y con una lumbre que para sí hubiese querido Pedro Botero, después de un día de trabajo. Uno, que tenía el cuerpo como el de un tonel y ejercía de listo de la cuadrilla dijo:
—¿A qué no queréis que nos vayamos a Cazorla? Mis vendimiadores son de allí y me aprecian mucho.
Cómo no estaban lo suficientemente borrachos nadie dijo nada, se comieron las gachas blandas, mentándole a Carajillo la estirpe y se bebieron otra media arroba de vino, caliente.
«Y en la Isla yo nací, / yo me crié al pie de una fragua, / y en la Isla yo nací, / mi mare se llama Juana / y mi pare era Luis / y hacía alcayatitas gitanas.»
Se fueron al pueblo los cinco, a las cinco, a tomar café a alguno de los bares del mercado que ya estarían abiertos. En la calle del Campo había aparcado un R-5 naranja.
—¡Chócale a ese coche, que es de Manolito «Yoyo», un tripudo! —gentilicio de los del pueblo de al lado.
El conductor estrelló el auto contra el del forastero, metiéndole el paragolpes trasero hasta el salpicadero. Un tipo sale de entre las sombras y salta sobre el parachoques delantero del semoviente de la cuadrilla, gritando una larguísima y bronca “a”, arrancándolo de cuajo.
El conductor se baja con intención de partirle el alma al saltarín, pero ambos se conocen y se abrazan.
—¡¡Venga!! Todos a tomar café y copa al Piyayo.
Las dos cuadrillas hermanadas se metieron en las calles del mercado y pasaron al bar, que estaba lleno de madrugadores oliendo a Varon Dandy.
«Aquel calé retostao / por tos los soles y viento / que pa mantener a su gente / no daba descanso al cuerpo.»
Toñín, Andresito y el Yoyo, cabreado pues le habían dejado el auto siniestro total, se unieron a la juerga. Menudas piezas.
Toñín nació ya calvo y cojo. Tenía frenillo, a Andresito le decía Andgesito. Cuando vivió en Madrid se fue de fulanas y al acabar la faena le pidió dinero a la etaria, amenazándole con denunciarla pues era menor de edad como así comprobó la mujer en el carnet de identidad. No le temía al peligro a pesar de la enclenquez.
A Adresito lo metieron una vez preso porque intento zurrarle la badana en un bar de copas a una novia que tuvo. Cuando fue la policía a detenerlo, una pareja de municipales cincuentones, les pidió el habeas corpus.
—¡No me jodas Andrés! —le dijo el cabo— Yo si quieres te doy un ducados, pero a mi droga no me pidas.
«Mare, se ha muerto el Piyayo, / aquel gitano reviejo, / de pelo blanco y rizao /como vellón de cordero».
En el bar destaca un medio skin vestido de negro y con patillas de puño de pistola que se conoce que andaba también de vigilia, se movía nervioso. Quiso unirse al grupo pero no lo dejaron. Cuando intentó llegar lo empujaron a los otros parroquianos, que se lo fueron quitando de encima; fue pasando de grupo en grupo hasta el final de la barra cómo el falso skinhead. Digo, la falsa moneda.
—Sólo nos faltaba un oledor de disolución. —dijo el del cuerpo de tonel.
«Han puesto en balanza / dos corazones a un tiempo / están puestos en balanza / uno pidiendo justicia / y otro pidiendo venganza»
Andresito dijo que invitaba a almorzar en Argamasilla —el pueblo de al lado, de dónde son originarios los tripudos—. Se fueron de la taberna sin pagar. El Piyayo (aquel calé retostado, etcétera) salió tras ellos blandiendo un garrote, gritando improperios y mentándoles la madre. El grupo se volvió hacia él, todos a una. El patrón se paró en seco, bajando la garrota.
—Entonces ¿A quién le apunto esto? —dijo
En el coche y medio se fueron al pueblo de al lado. Pararon en un bar de la entrada que tenía la estatua de un cazador en la puerta. Estaba más bajo que el nivel de la calle. Andresito pidió huevos revueltos; para una boda, dijo en un tono de voz extrañamente elevado. Y vino. El revoltillo que les pusieron estaba a medias de cuajar, pero se lo comieron. Tuvieron que hacer cola para echar los redaños en una letrina infecta. Toñín no llegó a tiempo. Los tripudos miraban con el semblante serio y el bigote hirsuto. Un viejo extendió serrín sobre aquello y siguió la juerga. Café y copas. Cuando llevaban media docena de coñacs, el del cuerpo de tonel preguntó:
—¿A qué no queréis que nos vayamos a Cazorla? Mis vendimiadores son de allí y me aprecian mucho.
Andresito, Toñín, el Orejas y uno que no sabían quién era y que no hablaba dijeron que sí.
«yo pegue un tiro al aire / cayó en la arena / confianza en el hombre / nunca la tengas»
En Santa Cruz de Mudela pararon para tomar algo y espabilarse. Cruzaron Despeñaperros aún sin ninguna posibilidad de hacerlo. Parecía que la muerte, como en aquellas películas en blanco y negro, hubiese cogido vacaciones.
—He aquí el tinglado de la antigua farsa, —se arranco el Orejas en Santa Elena— la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos, como en París sobre el Puente Nuevo, cuando Tabarín desde su tablado…
—¡¡Vamos, anda!! —dijo Andresito y dirigiéndose a su amigo el calvo— ¡Toñín, hazte un porro!
—Ahora mismo, Andgesito.
«sé que te llamas María / por apellido Rosa / vale más tu dulce nombre / que el Pilar de Zaragoza»
Llegaron a la aldea a con el sol puesto. Hubieron de ir a buscar a los vendimiadores del Dolium Corpus a un ventorro que tenían en la carretera que atravesaba el parque natural. El recibimiento fue poco alegre, se ve que no les hizo mucha gracia la improvisada visita. Había dos tipos altos con ropa militar y escopetas al hombro y una vieja detrás del mostrador, todos con mirada asesina. Los venteros hicieron de tripas corazón y sacaron de beber a los manchegos. El del cuerpo de tonel haciéndose el amo de la casa comenzó a cortar de un pernil que estaba colocado en un jamonero sobre la barra. En lonchas finas.
—Corta el jamón a tacos, Pepe. —dijo uno de los furtivos.
—El jamón se corta a chullas. Cuanto más finas mejor. —dijo el de cuerpo de barrica.
—En mi casa se corta a tacos. —dijo el montaraz, arrugando el ceño.
—Aquí no sabéis comer pernil, te digo yo que se sirve en lonchitas. —dijo el manchego con petulancia.
El andaluz con un rápido movimiento le puso los cañones de la escopeta en el pecho y a la vez que amartillaba los perrillos, dijo con voz serena, pausada y clara:
—Te he dicho que en mi casa el jamón se corta en tacos.
El del cuerpo de pipa hizo una pausa valorativa y una vez que pasaron por su cara todos los colores del espectro, dijo:
—Llevas razón, a tacos está el jamón más jugoso.
Y se puso a partirlo de esa guisa.
«Que con la luz del cigarro / yo vi el molino / ¡se me apagó el cigarro! / perdí el camino».
(Relato ganador del Premio Local de Narraciones “Félix Grande” 2013 de la LXIII Fiesta de las Letras de Tomelloso)