Me inventé una radio que no se oía, me inventé un libro sin palabras, una llave oxidada que no abría y me fui a la feria de cosas insólitas…
Me dieron el premio nobel a las mejores inutilidades del mundo mundial.
En la feria también quisieron comprarme, y me vendí. Con el dinero que saqué de mi venta me fui al mar de la deriva y desde allí visité orillas vírgenes. Viví como un aborigen y descendí de los acantilados a las playas rocosas.
Cuando se me acabó la vida, me sepulté en un trozo de ladrillos y aire y disfruté mi muerte. Un día de verano decidí buscar libros en las estanterías de arriba. Cogí una larga escalera. El primer peldaño estaba roto y no podía subirlo, así que me tragué las semillas de alas que me había regalado mi amor y esperé a que crecieran. Mientras lo hacían, leí libros de abajo. Me empapé de Nietzsche y mi muerte se convirtió en metáfora. Fui león, camello y niño en ese tiempo. Finalmente me convertí en ángel al salirme las alas y volé hacia los libros de arriba; me sumergí en ellos y desaparecí. Todo el mundo me buscó, pusieron mi foto en los periódicos y en la televisión, pero nadie pudo encontrarme…
Varios días después alguien abrió el libro donde me encontraba y me rescató, ya no volví a ser la misma, fue el fin.
Ahora miro a través del cristal
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Poco tiempo después Nostradamus, montado en un caballo alano, me visitó en un sueño y le pregunté por la crisálida donde reposaba todo el calor de mi vida trasmutada.
A lo lejos una música sonaba en las praderas y la voz grave guió mis pasos hacia una laguna cercana a mis ansiedades: He aquí la respuesta, me dijo, y me bañé entre las olas de luz que despedían mil mariposas blancas.
Luego el sueño terminó, la crisálida volvió a ser capullo y a las mariposas se les quebraron las alas de seda.
Pero el hada fantasía vino a rescatarme un domingo, con una sonrisa y un poema bajo el brazo. Escribí palabras de fuego y volví a morir con Juana en el mercado de Rouen. Ahora sólo espero resucitar de nuevo.