"Cualquier acto físico que ha provocado que los árbitros le piten una falta a un rival". Una definición que no por novedosa evitará perseguir el subconsciente de ciertos jugadores que acostumbran a exagerar impactos o contactos para generar un engaño favorable en forma de falta. Gestos que ya han rebosado el límite de paciencia de una liga que apuesta de forma decidida por el "fair play" y la camaradería en pista. Ya se encargó de frenar con técnicas el ansia de protesta de los jugadores tras la señalización de falta, y ahora se da un paso más allá.
El uso de las nuevas tecnologías permite rearbitrar el partido en aspectos concretos. Un ejemplo y un espejo en el que se podrían mirar otros deportes, que a pesar de moverse en la modernidad mediática, todavía manejan esquemas rudimentarios de gestión del producto. Si los partidos y las ligas se comercializan, la pregunta es sencilla ¿Por qué no se cuida el producto de la mejor forma posible? ¿Por qué se siguen consintiendo polémicas innecesarias de dan abrigo a innumerables tertulias en las que la saliva sustituye a una corrección temprana? Por miedo. No sé muy bien a qué, pero por miedo. A lo nuevo, a la dependencia de un sistema que quita poder a los jueces, a la retirada de privilegios quizá. Lo mismo interesa prorrogar las decisiones controvertidas una vez finalizado el encuentro con el objeto de hacer estallar la vena del aficionado. Para que entre al trapo, para que se manifieste y la rueda siga girando.
Reggie Evans tiene el dudoso honor de ser el primer castigado por "flopping". Un tipo duro, veterano en la liga, acostumbrado a bregar bajo canasta y con reputación destacada a la hora de sacar de sus casillas al contrario. A la advertencia por una primera infracción le sigue una multa, que no es muy fuerte en lo económico pero sí en su relevancia. Su nombre aparecerá ligado para siempre a esta sanción.
Preocupaba a las cabezas pensantes de la NBA la proliferación del "flopping", y alguno que otro se apresuró a apuntar a la creciente presencia de jugadores europeos, supuestamente expertos en recurrir a falsear la gravedad del contacto. Pero el primero en estrenarse no tiene origen balcánico, ni nació en Sant Boi de Llobregat.