Revista Diario

Flor silvestre

Publicado el 17 noviembre 2011 por Bergeronnette @martikasprez
Flor silvestre
Salió del despacho a la hora de siempre, ni a las siete, como estaba firmado en su contrato, ni a las ocho, como solía ser en esos últimos tiempos. Trató de mezclarse entre la multitud de gente, que también, con ganas de llegar a sus hogares, y debido al frío de aquella tarde de invierno, parecía caminar con más prisa.
La luz del día comenzaba a alejarse de ese bullicio, llenándose las aceras con la luz mortecina de las farolas, y aquellas luces rojas y verdes, que dejaban pasar los cristales de los escaparates.
Miraba sin ver, caminaba sin sentir, cuando alguien le tiró de la manga de su abrigo, y le preguntó:
-Quieres ser feliz?
Sus palabras tardaron en hacerse camino hasta su cerebro, no eran más que otro de los múltiples reflejos que veía en la vitrina, otra más de las ilusiones de movimiento que llegaban a sus sentidos sin que los hubiera llamado, ni supiera darles un significado.
Y la miró. Y contempló una bella mujer, joven y atractiva. Su tez blanquecina hacía resaltar más aún sus grandes ojos, y su larga cabellera pelirroja. Pudo deducir que debía ser una mujer de los países del este, cíngara a juzgar por sus collares.
Tan profunda era su mirada, que tuvo que bajar la vista, y entonces descubrió, que bajo aquellos collares, vestía de manera completamente normal para aquella ciudad. Vaqueros ceñidos, y de color desgastado, y una camisa blanca, bastante abierta, que dejaba adivinar parte de su anatomía femenina.
Cuando volvió a la cara, se perdió de nuevo en las profundidades de sus ojos, y mientras se preguntaba hacia sus adentros, como podían esos ojos negros proyectar tanta luz, ella le volvió a preguntar:
-“Quieres ser feliz?
-“No necesito ser feliz”, le mintió, “ya lo soy”.
Notó en su mirada como la puerta hacia las estrellas se entornaba, y que la luz que anteriormente le había turbado, parpadeaba. Pero su sonrisa se suavizó y siguió hablando.
Algo fantástico ocurrió en aquel momento: ella empezó a contarle su propia vida. Le describió sus dudas, sus angustias, sus carencias y sus decepciones. Sabía de sus anhelos, de sus llantos por tantas ocasiones perdidas, por esos muchos caminos que había abandonado a la primera curva, siguiendo embobado hacia ninguna parte.
Esa mujer parecía saber todo de él, sabía sobre su miedo a envejecer y comprender que ya había gastado sus ocasiones, su sufrimiento cuando había descubierto que un muro de incomunicación le aislaba de las personas a las que quería haber amado, robándole la esperanza de dar y compartir.
Y entonces, la cíngara comenzó a hablar de ella. Leyó, en lo más profundo de su ser, la tortura de la ausencia, de no tener a quien amar, de quien supiera aceptar sus besos y oír sus palabras de amor. Le dolía tanto haberla perdido, ¿o acaso no haberla encontrado todavía?
La joven acercó su mano a su cuello, como para ofrecerle una caricia. Entre sus dedos tenía una flor que introdujo en el ojal de su gabardina.
- “Ya sabes lo que tienes que hacer”, le indicó, “La flor te ayudará a derrumbar el muro, la felicidad está en tu interior.
Le cerró los ojos, al pasar su mano por delante, y cuando volvió a abrirlos, ella ya no estaba. Vio entonces en el cristal del escaparate de los grandes almacenes su propio reflejo, y la imagen le sobresaltó.
Bajó la mirada a la solapa de su gabardina, y allí estaba: llevaba una pequeña flor silvestre en el ojal.
P.S: Escrito y publicado por primera vez en galatea.blogia.com el 2 de noviembre de 2004.

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