El día que aprobé el carné de conducir llevaba el jersey de mi padre, las gafas de sol de mi hermana y el pelo muy corto: la diferencia entre un ritual y una superstición es que el primero está aceptado en la Constitución y en las excentricidades de las estrellas de rock.
Si seguimos con los rituales tengo que explicar que el 14 de noviembre de 2012 corresponde a la fecha de expedición de mi carné de conducir. En octubre de ese mismo año al día que decidí cortarme el pelo. Dos meses antes, 14 de agosto, corresponde a este poema, de ahí que tras lo que ocurrió aquel verano yo no fuera capaz de seguir igual que antes y tuve que cortarme el pelo, por hacer algo, cualquier cosa.
Cayeron las ondas al suelo, ris-ris, ¿corto más? ris-ris, ris-ris, y el suelo se llenó de mechones castaños y rubios. Adiós al pelo de princesa y todo sin ninguna pena, porque las penas estaban reservadas para el poema. Y fue acabar de cortar y el espejo decirme que yo era más pequeña, y tenía razón, porque estaba muy menguada, muy blanca, muy callada, muy perdida, muy nada.
Pero, ay, yo tan tonta, me olvidé de que el pelo crecía y de que siempre hay formas de volver a casa. Y es que el limbo y las zonas de confort vienen a ser lo mismo pero diferenciándose en el tamaño de las pulgadas de la televisión y de las medidas de la cama. Pasaron los meses, se fue el frío y la primavera apareció bonita, casi radiante, con sábados en la calle y un reloj que dejaba no preocuparse por el tiempo.Vino un contrato, vino el verano, vinieron viajes, una semana en el sofá, vino un nacimiento, vino un cumpleaños en 14 de septiembre, vino la independencia, una mudanza, vino la retrospectiva y la decisión de cerrar este blog, que tiene todo de la vida pasada y nada de la nueva. Vino la idea de comenzar otro, que ya tiene nombre, y que ya se dirá.
Ha venido todo esto e ignoro cuánto se quedará.
Sólo sé que mañana es 14 de noviembre, sigo llevando el jersey de mi padre y vuelvo a tener el pelo largo.