“…La cabeza del cadáver había sido abierta y descansaba sobre un soporte metálico que la sostenía manteniéndola un poco más alta que el resto del cuerpo. Había sido seccionada como si fuera una nuez y la bóveda craneana reposaba a un lado así como el cerebro, cual masa de gruesos gusanos fofos, ambarinos, apelmazados y cubiertos por una película transparente y resbalosa, como si se tratara de un calcetín doblado de adentro hacia afuera sobre sí mismo. El rostro estaba cubierto por un colgajo de piel similar a una horripilante máscara roja amarilla, que dejaba al descubierto los diversos tejidos orgánicos contenidos en esa zona, alcanzando el límite inferior del mentón del fallecido producto del corte realizado por el patólogo forense que unió ambas apófisis mastoides; desprendiendo la piel de la cara haciéndola plegar sobre la superficie despellejada. En el lado opuesto al rostro, el cuero cabelludo lucía replegado; comprimido sobre sí mismo y soportando el peso de lo que permanecía de la cabeza. La piel dividida de esa parte del cadáver parecía la cáscara de una banana al ser abierta en dos mitades.
Un gran corte en “T” empezando en los hombros, uniéndose en el esternón y llegando hasta el pubis dejó abierto el tronco como si se tratara de una tremenda boca con sus labios de carne colgando hacia los lados del tórax y vientre; dejando al descubierto su interior el cual había sido saqueado sin piedad. Los diversos órganos: corazón, pulmones, hígado, bazo, vesícula, estómago páncreas, e intestinos yacían abandonados al lado del cuerpo como los pedazos de relleno de una marioneta destrozada por un niño caprichoso en un arrebato de furia, creando un gran vacío similar a una gruta espantosa y sangrienta, que enseñaba sin pudor los huesos de la columna vertebrar y parte de las costillas. La lengua unida a la tráquea reposaba al fondo de esa caverna humana como una corbata feral y siniestra. Una canaleta en el borde de la mesa recogía los fluidos sangrientos y fermentados del cadáver que se desplazaban llevados por el agua, vertiéndose a través del orificio de una tubería escondida en un ángulo de la superficie, y desapareciendo a través del sumidero al lado opuesto…”
Fragmento de la novela: El Visitante Maligno II de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.