Revista Literatura

Fragmentos de una vida un poco dispersa: Ochenteando mentalmente

Publicado el 16 febrero 2014 por Xabelg

Fragmentos de una vida un poco dispersa: Ochenteando mentalmente
Hay veces que la televisión consigue captar mi atención por completo. No es muy frecuente, ni se prolonga demasiado en el tiempo, pero a veces, sin más, ocurre.
Estaba buscando otra cosa en un armario cercano, y la televisión estaba encendida. Cogí el mando para apagarla, cuando reparé en las cosas que se veían y oían en pantalla. Captó mi atención de tal modo, que incluso llegué a sentarme delante por espacio de media hora, más o menos.
Lo que tenía ante mi, era un documental sobre los ochenta, y me interesaba, pero huí despavorido cuando vi la jeta de Lina Morgan, fin de la emisión para mi. Deje de verlo, pero no de pensar sobre ello, sobre aquellos años.
Por supuesto no se trata de unos recuerdos sobre acontecimientos globales que hicieron historia, como lo de la caída del muro de Berlín, no. Es algo mucho más mundano y de andar por casa. Sólo mi perspectiva personal de la vida desde una pequeña ciudad.
Los ochenta, la década prodigiosa, según dicen algunos. He tenido debates sobre el tema, pero esa fue sin duda una década curiosa, al menos tal y como yo la recuerdo. Los años en los que la hegemonía de la Nocilla corría peligro, amenazada por el Tulicrem, una especie de margarina o mantequilla chocolateada.
Dejando aparte aquello de la movida madrileña, una artificiosa maniobra de la época, los ochenta dieron mucho de si, tanto en sus propios momentos, como en los coletazos que aún da de vez en cuando, y es que, se quiera o no, cosas así dejan su pequeña huella en el mundo. La década nos ofreció un montón de cosas, las secuelas de Star Wars, para empezar. En los ochenta se abrió la caja de las cosas, malas y buenas, que durante largo tiempo nos estuvieron vetadas. Vimos y vivimos el boom de la proliferación de las grandes superficies comerciales, aún se recuerda el legendario Simago. Disfrutamos con el Purple Rain de Prince, y con el sobrio Nebraska, sorprendidos por un Springsteen sin la E street Band. Nos sumergimos en el inicio de la era digital para todos los públicos con los inolvidables Atari 2600, y los primeros ordenadores domésticos Amstrad y Commodore, el Pacman y el Space invaders, que nos introdujeron a los videojuegos, por no mencionar los Apple que invadían las oficinas de muchas empresas. La televisión de entonces era un escaparate cultural infinitamente más decente que el que ahora padecemos, era una ventana al mundo desde nuestra propia casa. Desde la tele descubrimos un nuevo tipo de humor, como el que nos regalaban Las Virtudes, o Faemino y Cansado, por poner sólo dos ejemplos. Programas atípicos como Pinnic, Plastic, que nos entusiasmaban. Además del omnipresente Barrio Sésamo, un hit inolvidable de la programación infantil, un hit nunca superado, porque lo que vino después....
Pero no sólo la tele nos brindó buenos ratos, el papel también mimaba nuestros sentidos. En los ochenta, descubrimos en España el comic book americano, a través de Forum, la única editora que no maltrató el material de Marvel en este país. Más tarde le siguió Zinco, publicando Dc. También fuimos testigos de como la generación Bruguera, se hacía más adulta, con Jan, y sobre todo, el maestro, Manuel Vázquez. En esos años el comic underground alcanzó su máximo apogeo. El Víbora, Cairo, Metropol, Cimoc, Zona84, Metal Hurlant, y muchos otros visitaban los quioscos regularmente, además de la revista Ajoblanco, lo que nos abrió a un nuevo universo.
Los ochenta fueron años de aprendizaje, experimentación, y transgresión a granel y sin freno. En esos años, si alguna publicación no rompía alguna norma, no era suficientemente buena. Posiblemente aún funcionemos con algún efluvio de esa época, aunque ahora la transgresión está muy en desuso. Esta es una época un poco descafeinada, aunque mucho mejor que los noventa, una década que se arrastró tristemente sin pena ni gloria, sin nada que le hiciera brillar realmente, o al menos que yo recuerde como algo reseñable.
En este país, para muchos, los ochenta fue una década revolucionaria, en la que no había que luchar contra una dictadura, pero si con un encorsetamiento cultural asfixiante, que era igual de nocivo. Una lucha que se llevó a cabo con todo el entusiasmo y las ganas. Al menos así es como mi calenturienta mente lo recuerda.

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