Por instantes, si cierro los ojos, las palabras me inundan. Y no puedo frenarlas, me hacen añicos desafiando a esa parte de mi mente que se mantiene alerta, la que controla, la que mide, la que valora los riesgos, la que últimamente está presente y ganó terreno. La que ha asolado.
Cuando admiro, cuando emerjo. Cuando inspiro, si me adentro. Aprovecho la corriente para acercarte algún verso. Y alguien murmulla en mi puerta. Un paso más. Silencio.
Llegan las amapolas.
En su presencia me pregunto: ¿en qué momento comencé a incomodarme con el contacto ajeno? Yo, que amaba los besos.
Me he vuelto temerosa. Y ya se sabe: el miedo, paraliza. Me asusta que los acontecimientos se precipiten. Me asusta no tener un atajo, un secreto que contarme. Me asusta mencionar un nombre y no reaccionar. Me asusto del viento.
¿Por qué de entre todas las mentiras escogimos la primera?
Si lo que teje este mundo no es más real que el aquí y ahora. Que el tomar de la mano a una amiga, que una mirada diminuta o un mar de dudas. ¿por qué deshojo mis flores?
Amapolas delicadas y este viento...
No me gusta esta estación. Ni el frío. Ni dormir sola.
Las palomas de mi ciudad andan lentas, faltas de reflejos. No aman la vida. Se nota que se alimentan de nuestros despojos.
Ojalá lloviera fuerte, durante días. También fuera de mí.
Colo Villén