Dobla la carta por fin. Lleva más de media hora de pie, siente las manos frías y los pies calientes. Besa la carta, la vuelve a desdoblar, la besa, la huele, la lee de nuevo, la dobla y la guarda en el bolsillo. La acaricia con la mano derecha y sigue ahí de pie. No se atreve a moverse, por miedo a que el momento desaparezca. La acaricia, juega con ella entre los dedos. No recuerda cómo ha llegado al ascensor, sólo siente que sonríe, sólo repasa mentalmente cada palabra. En el ascensor se fija en la letra, en el rellano en la puntuación. Abre la puerta con dificultad, al ver las lagrimas cualquiera diría que está triste, pero es feliz. Es feliz y tiene frío. La calefacción le ofrece un abrazo, quitarse la chaqueta una caricia, la taza de té que espera en la encimera un beso. Se agarra a eso, a eso y a la carta. Se desnuda en la cama y vuelve a leerla, vulnerable, con todas las cortinas corridas. Llora mientras la abraza y finalmente el sueño le gana la partida. Despertará en unos minutos y todo se le antojará un sueño, hará su vida hasta la mañana siguiente, o la semana siguiente, nunca lo sabe con certeza. Lo único que entiende es que otra llegará pronto, y con eso respira y empieza a preparar la comida.
Frío epistolar
Publicado el 29 diciembre 2011 por MedeaDobla la carta por fin. Lleva más de media hora de pie, siente las manos frías y los pies calientes. Besa la carta, la vuelve a desdoblar, la besa, la huele, la lee de nuevo, la dobla y la guarda en el bolsillo. La acaricia con la mano derecha y sigue ahí de pie. No se atreve a moverse, por miedo a que el momento desaparezca. La acaricia, juega con ella entre los dedos. No recuerda cómo ha llegado al ascensor, sólo siente que sonríe, sólo repasa mentalmente cada palabra. En el ascensor se fija en la letra, en el rellano en la puntuación. Abre la puerta con dificultad, al ver las lagrimas cualquiera diría que está triste, pero es feliz. Es feliz y tiene frío. La calefacción le ofrece un abrazo, quitarse la chaqueta una caricia, la taza de té que espera en la encimera un beso. Se agarra a eso, a eso y a la carta. Se desnuda en la cama y vuelve a leerla, vulnerable, con todas las cortinas corridas. Llora mientras la abraza y finalmente el sueño le gana la partida. Despertará en unos minutos y todo se le antojará un sueño, hará su vida hasta la mañana siguiente, o la semana siguiente, nunca lo sabe con certeza. Lo único que entiende es que otra llegará pronto, y con eso respira y empieza a preparar la comida.