Los barrotes se abren delante de su cara, despacio porque tras tanto tiempo, la ciudad es más rápida, o no tanto tiempo pero allí, nunca se sabe. Sergio sale escoltado, pero sale, andando con la confianza del que acaban de soltar, confianza que se rompe en ese mismo pasillo, en ese mismo lugar del que sale porque, él no ha sido....
Miguel camina sin alma, ni vida, pero camina, esposado por una pareja de policías que le empuja hacia adelante, con la ropa rota y lleno de sangre, un aspecto que a Sergio le basta para entender, para comprender, para convertir su aire de superioridad en ira desbocada, para intentar abalanzarse contra Miguel, mientas el policía que le escolta trata de impedírselo.
- Hijo de puta, cabrón - le grita a Miguel, que continúa andando, mirando, nada - yo soy el que debería quedarme aquí, con tu sangre en la ropa... ¡Tú eres el bueno! ¡Tú eres el bueno! -
Sus gritos se ahogan en lágrimas mientras el cuerpo le flaquea. El policía que le escolta tira de él desde sus axilas y le lleva fuera del pasillo de celdas, a la calle, afuera.
Miguel mira a los policías que acaban de introducirle en una celda, sin expresión alguna, como si le faltase algo que siempre había estado en su rostro y ahora no, o como si le sobrase algo, igual da. Los barrotes se cierran delante de su cara de forma rápida porque, el tiempo ahora está ahí dentro detenido, y nadie quisiera que se escapara en ese abrir y cerrar, siquiera un poquito hacia la ciudad.