Fundación

Publicado el 25 marzo 2014 por Calvodemora
Antes de la luz no fueron las tinieblas. En realidad no hubo nada que el poeta registre. Nada que después los predicadores aireen en los púlpitos, cuando inventan las gestas de sus dioses y los hacen volar, como fantasmas, por el templo. Antes de que nos contaran que se hizo la luz, mucho antes, solo podemos pensar que existió la nada. Una nada rutilante, pero esquiva, de poco afecto por las consideraciones narrativas. Todo lo humano procede de esa nada primera. De ella se extraen las metáforas de los juegos florales, los gritos de la guerra, el goce de los amantes, las palabras del profeta, la fragancia de los jardines, el peso infame de los muertos. Toda la felicidad y toda la tristeza. El bien entero y el mal completo. La melancolía. La fugacidad. Los vientos. La locura. La lluvia. El invierno. La esperanza. Es a la nada a la que se debería rendir los homenajes del espíritu. Es ella la festejable. Todas las catedrales del mundo son, en realidad, celebraciones de esa nada fundacional, que no es exactamente un vacío, sino la esencia absoluta de lo que no es, de cuanto no ofrece ninguna evidencia de que pueda ser o de que anhele ser. Luego debió producirse el espasmo, la chispa primera, ese instante insensato del que procedemos. Una vez que la nada dejó de ocupar toda la extensión del espacio y toda la dimensión del tiempo, habló Zaratustra.