Mientras bebemos, el crepúsculo va trazando cárdenos tonos sobre las colinas del viejo Sarayburnu.
Amor mío, las gaviotas han levantado vuelo hacia el inobjetable azul del Mármara, y en mis manos atestadas de ti, siento el gozo de un pan en vasta estrechez.
Vinimos a dejar en Estambul tu juventud opacada por mis desatinos, los manantiales de soledad que no merecimos, las inmerecidas almohadas vacías, los desatinos que sin perdón trago con no poco dolor cada día.
Vinimos para matar y nacer en esta fastuosa ciudad. Vinimos a tapizarnos de caricias esmeralda, a arroparnos de besos.
Es una tarde de verano. Algunas gasas de humo se levantan sobre las mesas. Los parroquianos se sumergen en ellas mientras ríen como nosotros. Estambul hierve más con el devenir que con los 33 grados.
El amable camarero insiste en hacernos una foto. No hay nadie más que tú y yo, y sin embargo, la Istiklal domina. Vinimos a renacer en esta calle, aquí donde nadie habla nuestro idioma, donde nadie nos conoce, donde no soñamos dormir ni comer. Vinimos aquí, para entre los bizantinos recuperar la fe. Vinimos a matar nuestro pasado y fundar el futuro.
Derechos Reservados 2019 de Rogger Alzamora Quijano