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Fundamentando éticamente la educación en familia

Publicado el 14 febrero 2010 por Lautarojc
Este texto es respuesta al de Santiago J. Cabedo Cercós, Fundamentos para una ética del Homeschooling, publicado en los blogs de Madalen Goiría y Carlos Cabo.
Estando en algunos de los puntos de acuerdo con el análisis de Santiago, y no pudiendo sustraerme a comentar este artículo por mi doble condición de padre que ha educado en familia, y de filósofo que avanza en la ética como camino de investigación, tengo que objetar algunos puntos de esta Fundamentación Ética.
La división de Kohlberg siempre me ha parecido que ponía en juego cuestiones complejas, como es la de la justicia, máxime relacionado con la felicidad. Pero ya que es el marco elegido voy a procurar moverme en él dentro de lo posible.
Primera objeción. Hay familias, y no pocas, preconvencionales y convencionales que educan en casa. Las primeras porque precisamente ven en la escuela tradicional un fracaso que les lleva a tomar ellos mismos las riendas de la educación. Y en el segundo, porque imperan criterios de priorización de lo familiar frente al cumplimiento de la leyes y de las conveniencias sociales. Obviamente la mayoría es posconvencional, pero creo que aplicar esta división a las familias que educan en casa no conlleva ninguna mejora en la comprensión de las razones que se tienen para tomar una decisión como esta, y el como se lleva a cabo. La razón fundamental es que la teoría del desarrollo moral comprende una evolución, son estadios dentro de una misma persona, y en este caso se lo estaríamos aplicando a un conjunto social para analizar un momento histórico concreto.
Segunda objeción. El proverbio africano es una de las frases que más se utilizan, sobretodo entre los que educan en familia. La razón fundamental es que se trata del convencimiento de que es el conjunto de la sociedad quien está o debe estar encargado de la educación de los retoños. Ese conjunto social es el todo social, no hay otras cosas fuera de la tribu; comprende sociedad civil, estado (o poder establecido), estamentos si los hubiera, familia, etc... Y es porque todos deben aportar al crecimiento de los nuevos componentes de la tribu, ya que los conocimientos y vivencias de todos y todas son imprescindibles para el funcionamiento de la tribu. Trasladado a la educación en casa, significa que no es una educación reducida al ámbito doméstico, encerrado en él, como tampoco lo es en el ámbito de la escuela. Se abre a las enseñanzas que todas las personas pueden y deben aportar a esa criatura a lo largo de su proceso de personalización. Por ello los conocimientos pueden ser tomados de las circunstancias más insospechadas y por los métodos más extraños; se trata de incorporar al recién llegado, o sea que pueda introducirse en el cuerpo social, o en la tribu.
Tercera objeción. Y llegamos a la paradoja de los mínimos. Paradoja porque las expectativas se minimizan, priorizando una mayor adaptabilidad a lo dado en la sociedad. Creo que esto no es aplicable en ningún caso a la educación en casa. La razón, pues que esta opción requiere riesgos, estar dispuestos a ceder ciertos niveles de uno de los grandes males de la modernidad, el deseo desaforado de seguridad. Arriesgar es la capacidad de la persona para la búsqueda de mejoras, es la reacción básica a la esperanza, es el motor de la humanidad. Y si algo requiere en este momento la opción de la educación en familia es la voluntad de riesgo; arriesgarse a educar cuando todos nos dicen que no estamos preparados; arriesgarse a hacer lo que no está bien visto; arriesgarse a configurar un modelo familiar que no está de moda.
Cuarta objeción. El paradigma de la modernidad es la escuela, y la escuela como productor de productores y consumidores, basta con dirigirse a Adam Smith y comprobar que él mismo consideraba la institución escolar como la gran fábrica de conciencias productoras/consumidoras. Otra cuestión es que en algunos honorables casos se ha repensado la escuela dandole posibilidades más que aceptables, con modelos educativos que la hacen deseable; Montessori, Milani, Pestolazzi,... Pero la modernidad es la que impone progresivamente el modelo escolar existente, no nos engañemos.
Quinta objeción. La idea central del texto dice que “el problema no está en las motivaciones, si son religiosas, pedagógicas o ideológicas, sino en detectar si cruza o no el límite ético de mínimos, es decir, si incumple alguna de las dos premisas que garantizan justicia para con el hijo, a saber, que pueda desarrollar en el libre ejercicio de su deriva personal su autonomía y su dignidad.” Cruzar este límite es un mínimo por debajo del cual estamos tratando al otro como cosa, como objeto, por lo que a penas estaríamos pidiendo comprobar si consideramos a nuestros hijos e hijas, personas. La cuestión es saber si el desarrollo de personalización, su crecimiento personal, se hace con qué criterios, y la cuestión estaría, de hablar de fundamentación de una ética, saber cuales son éstos y como se desarrollan. Entrar en ello es terreno complejo, evidentemente.
Y sexta objeción. La dignidad no se confiere sino que se tiene, es la justicia la que debemos buscar, así como la felicidad. Son nuestros objetivos, son nuestra esperanza, virtud entre las virtudes la más preciada.
Definir cuando es responsable, y más allá, éticamente responsable, la opción por el HE, es un trabajo por llevar a cabo, aunque en este trabajo se dejan ya entrever algunos aspectos importantes que sólo he pretendido matizar a través de objeciones que pueden sostener un posible debate al respecto. Desde “dentro” las cosas se ven distintas, es cierto, pero siguiendo el planteamiento de que es la tribu completa la que debe tener atribuciones educativas, debemos recibir elogios y críticas desde “fuera”. Lanzarse a educar es una aventura, ser maestro es una responsabilidad enorme, pues es una cualidad que nos confieren los demás, y nunca nosotros a través de un título, o el estado a través de una oposición, y ser padres que forman y educan es un riesgo, un maravilloso riesgo.

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