No olvides disfrutar la rola…
La experiencia de ver el cielo y sus constelaciones, ha inspirado a escritores y poetas:
“Mientras pasa la estrella fugazacopio en este deseo instantáneomontones de deseos hondos y prioritariospor ejemplo que el dolor no me apague la rabiaque la alegría no desarme mi amorque los asesinos del pueblo se traguensus molares caninos e incisivosy se muerdan juiciosamente el hígadoque los barrotes de las celdasse vuelvan de azúcar o se curven de piedady mis hermanos puedan hacer de nuevoel amor y la revoluciónque cuando enfrentemos el implacable espejono maldigamos ni nos maldigamosque los justos avancenaunque estén imperfectos y heridosque avancen porfiados como castoressolidarios como abejasaguerridos como jaguaresy empuñen todos sus noespara instalar la gran afirmaciónque la muerte pierda su asquerosa puntualidadque cuando el corazón se salga del pechopueda encontrar el camino de regresoque la muerte pierda su asquerosay brutal puntualidadpero si llega puntual no nos agarremuertos de vergüenzaque el aire vuelva a ser respirable y de todosy que vos muchachita sigas alegre y doloridaponiendo en tus ojos el almay tu mano en mi mano
y nada másporque el cielo ya está de nuevo torvoy sin estrellascon helicóptero y sin dios.”
≈Mario Benedetti≈
Pero existimos también los que disfrutamos ver el fondo de las cosas desde la perspectiva que da una posición alta: azoteas, rascacielos, ventanas de aviones, helicópteros, penthouses. La costumbre de ver hacia el suelo desde la altura es algo un poco bizarro que me gusta experimentar. Cuando tengo los pies en el suelo y camino, busco de forma mecánica algo donde subirlos: jardineras, plataformas, salientes altas, etcétera. Ya montada en cualquiera de ellas y, a falta de alguna posición más elevada, busco el suelo e identifico lo diminuto. Es una práctica que consiste en jugar con proporciones; un ejercicio para no perder la humildad ni los parámetros de lo real. Cuando se presenta la oportunidad, me subo a los últimos pisos de cualquier edificio para ver el movimiento de los carros, de la gente, los colores; por la noche los autostops o las luces de intermitencia: manifestaciones eléctricas de vida animada e inanimada. Presiento que mientras más alto sea mi lugar de observación, llegaré hasta el fondo del asunto. Colocada en mi observatorio personal, localizo puntos y luego, al tocar tierra, la tarea consiste en encontrar el punto que vi en las alturas y asimilarla de cerca. A esto me ha dado por llamarle perspectivas comparadas.
Hace poco pasé una deliciosa noche de amor y revolcón en el departamento de “G”. Él vive en uno de los penthouse de las nuevas torres que están sobre el circuito interior. La vista a la ciudad desde el departamento de “G” roba el aliento. Aún con la embriaguez del orgasmo, fui al ventanal para ver el suelo. Antes de ir a disfrutar del espectáculo, me detuve a contemplar a mi adonis. Yacía con la flaccidez que proporciona la fatiga. Descansaba de lado izquierdo, cubría su sexo con sus dos manos y sus nalgas tensas, brillaban con la luz tenue de la lámpara de buro; suspiré sólo de recordar. Con su camisa cubriendo mi desnudez, me acerqué al ventanal de vidrio grueso y doble protección. La sangre subió nuevamente hacia mis mejillas, el corazón galopó. Mis ojos recorrieron las venas de la ciudad, iluminadas por flujos lentos y coloridos. El fondo del abismo semejaba arena movediza. Tardé en localizar en centro de confluencia donde nace y llega todo; el punto generador de potenciales. En eso estaba cuando una mano desvió mi concentración; sus dedos se abrieron paso por detrás con facilidad hasta mi húmeda vagina y se lo permití. Y ahí, en el ventanal donde me gusta ver puntos y localizar el centro y fondo del abismo, alguien localizó mi punto y me penetró, haciéndome caer a la vorágine y subir de golpe al cielo.
Mafalda desde si misma...
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