La noche pasada soñé con Gabriel García Márquez. Se movía con lentitud, pero iluminaba con su sonrisa los perfiles grises de un escenario en el Caribe, absurdamente grises cuando lo que se espera de las tierras besadas por aquel mar es un azul radiante. Lo miraba ir de un lado a otro, saludar a viejos amigos de parrandas, acodarse en una esquina y dominar el ambiente extraño de mi sueño. Sentía vértigo y me hallaba paralizada, fascinada por poder contemplar en persona a un ser que tanto admiro. Quería acercarme y transmitirle mi devoción por su obra, pero mis pies no obedecían mis deseos. Cuando él reparó en mi presencia, me guiñó un ojo y, con un gesto de su mano, me invitó a que me acercara a su lado, justo en el momento en que una gran rosa amarilla borró la escena y me llevó sin contemplaciones a la realidad, a despertarme para mi disgusto, pues hubiera querido permanecer en el sueño mucho tiempo, pero ya se sabe que los sueños siguen sus propios cauces y no nos consultan nunca.Mientras desayunaba en la cocina, recordé cómo descubrí a Gabriel García Márquez. Fue por puro azar, siendo apenas una niña, con catorce años si no me falla la memoria. Entonces, vivíamos en la hermosa Segovia, donde habían trasladado a mi padre por motivos de trabajo. Mi hermano mayor no vino con toda la familia, ya que permaneció en Murcia, donde ya había iniciado la carrera, y nos visitaba en las vacaciones. Llegó el verano y el fin de las clases para todos, y apareció mi hermano en la casa provisto de un arsenal de libros. Entre ellos, la novela “Cien años de soledad” en su primera edición, aquélla que hizo la editorial Sudamericana y que tenía las tapas blancas y azules. Cuando él terminó con ella, se la pedí, porque le había observado gestos de gran satisfacción mientras la leía y porque yo ya había devorado los libros que había por la casa y era toda una experta en asesinos, como un malvado Landru. Condescendiente, me la dejó, no sin antes advertirme que no la entendería por mis pocos años. Y así fue como, en las siestas de aquel verano antiguo, entré en un mundo que, efectivamente, no entendí pero que me fascinó y me apresó entre sus páginas. La devoré de cabo a rabo, maravillada por la prosa cálida del colombiano, por los hechos fuera de lo normal que en Macondo ocurrían, tan próximos a la imaginación de un niño o un joven.Años después, estudiando ya la carrera, aún latían en mi interior aquellas historias de Aurelianos, José Arcadios, Amarantas y tantos otros personajes, como el carismático gitano Melquíades, la hacendosa Úrsula, la virginal Remedios, la bella, y demás seres inolvidables. Compré el libro en una edición barata –ya se sabe lo aireados que están los bolsillos de los estudiantes– y volví a leerlo con pasión. Esa lectura fue más fructífera que la primera, pues ya había salido de la edad de la candidez y mi mente entendía situaciones que antes no abarcaba. Gabo me sedujo para siempre y adquirí todo lo que pude de él. No he leído toda su ingente obra, pero sí una buena parte de ella (“Cien años de soledad”, “La hojarasca”, “La mala hora”, “El otoño del patriarca”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “Cuando era feliz e indocumentado”, “Los funerales de la mamá grande”, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”, “Isabel viendo llover en Macondo”, “El amor en los tiempos del cólera”, “El general en su laberinto”, “Doce cuentos peregrinos”, “Del amor y otros demonios”, “Memoria de mis putas tristes” y su autobiografía “Vivir para contarla”). De mis buenos ratos de lectura de este genio narrativo, siempre me ha fascinado su vertiente más privada o, en otras palabras, prefiero al García Márquez que se interna en las historias anónimas antes que al que entra en las relaciones y en los recodos del poder. Me llega más el escritor íntimo y fabulador. Es mi gusto particular y ya se sabe que sobre gustos, no hay nada escrito. Y de entre las obras que le he leído, destaco especialmente “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “El amor en los tiempos del cólera”.“Cien años de soledad” la he releído en dos ocasiones posteriores, la última en 2006, y no excluyo una quinta lectura y más si me tientan las ganas, pues siempre encuentro en esta novela el halo mágico que engancha al lector y le hace descubrir detalles y hallazgos en cada nueva lectura. Es una obra magnífica, sin desperdicio y, para mí, imprescindible.“El coronel no tiene quien le escriba” es un cuento o relato delicioso, perfecto de principio a fin. Su primera lectura me enseñó la emoción que embarga a un escritor con un personaje y la ternura que puede llegar a provocarle. El coronel me gana siempre, no puedo remediarlo.“El amor en los tiempos del cólera” es una novela hermosa. Con tal adjetivo, creo que ya lo digo todo. El amor fluye por sus páginas y es analizado desde múltiples perspectivas. Florentino Ariza, Fermina Daza y Juvenal Urbino son tres personajes que se meten para siempre en la memoria y se acunan en la misma con extremado deleite.Gabriel García Márquez me sedujo siendo muy joven y aún me tiene rendida a sus encantos narrativos. Él, como otros a quienes amo, vino para quedarse conmigo para siempre, porque soy de las apasionadas y fieles, de las que creen que el tiempo no hace otra cosa que profundizar los amores verdaderos.
Fotografía de Antonio Somoza