GABRIELA MISTRAL
«El habla es la segunda posesión nuestra, después del alma, y tal vez no tengamos ninguna otra posesión en este mundo.»
Fotografía de un retrato de Gabriela Mistral realizado por Oswaldo Guayasamín, 1956.
En la escritura y en el arte una vida intensa, en el sentido literal del término, deja tras de sí una huella que trasciende el tiempo humano y que posee una fuerza superior al rastro que deja la obra de un autor de vida quieta.
La tragedia humana tiene un poder inmenso, pues su mejor aliado es la sugestión; no hay existencia cómoda, por muy habilidosa que sea su capacidad de expresión, que pueda ganar la batalla a un hondo dolor y a los efectos que este provoca en quienes tienen conocimiento de él. No hay obra que pueda huir de las circunstancias personales de su creador —tema que nace de dolor gana siempre la batalla a las formas.
La emoción que despierta en un lector un poema, un cuadro, un relato… no tiene, necesariamente, que estar atada a la época, al estilo o al lugar en el que la ficción tomó forma. Hay una emoción que trasciende espacio y tiempo y es la que despierta la empatía, esa capacidad de ponernos en el lugar del otro y que está eternamente ligada a los sentidos; quien ha leído a Gabriela Mistral (1889-1957) sabe que sus versos son peligrosos, pues nos vuelven vulnerables. Son versos que exponen, con elegancia y valiéndose de un habla coloquial, las secuelas que dejaron en el alma de Mistral los agravios que recibió de la vida.
El lenguaje del alma es el lenguaje de Gabriela Mistral. Y, por eso, es lenguaje universal. La poesía personal, honesta y bien expresada, cumple los requisitos que el tiempo exige a su séquito.
La buena poesía transmuta en oración para conseguir, porque las oraciones no mueren, que los versos se hereden y enriquezcan el patrimonio del hombre. Pero, como he dicho antes, para que esto suceda, para obviar el gran silencio al que son sometidos muchos nombres, la obra tiene que tener un sentido, es el sentido la que la convierte en universal, como es internacional la poesía de Gabriela Mistral.
Creo que toda obra que trasciende, y pasa a formar parte del exigente catálogo de los hombres ilustres de las letras y de las artes, tiene una voz creativa (espontánea, que tiene que ver con su forma) y una voz que nace de un sacrificio ritual (oculta, que tiene que ver con su fondo).
Pienso que la excelencia artística y literaria también se da en autores de vida sin grandes conmociones; pero el claroscuro —técnica creada para el gran impacto emocional— es más intenso cuando la desesperanza dentellea con fuerza. La sensibilidad es una espina enconada, supurante, en aquellos constructores de imágenes simbólicas que tienen biografías tormentosas. El sentimiento de dolor es tan profundo en ellos que les hace creer lo que en La abandonada expresa Gabriela Mistral:
«Todo me sobra y yo me sobro
como traje de fiesta para fiesta no habida.»
Un autor asaeteado se descubre porque en él lo subjetivo se convierte, de manera consciente o no, en la razón de su obra. Es una realidad que no escapa a un buen lector, que sabe distinguir quién se alimentó de higos maduros y quién de tubérculos agrios.
¡Ah!, pero no es Gabriela Mistral una Dolorosa. No lo es porque su poesía, aún mostrando como muestra el sufrimiento de la poetisa, es, en su conjunto, un canto a la vida. Es una poesía que da voz a la angustia, a la pérdida irreparable, a la soledad, a las traiciones, a los desvalidos, a la muerte… y al amor que sintió por todo aquello que versificó.
Es una poesía de experiencias personales. Es una poesía de vida. Gabriela Mistral canta a la naturaleza americana —no sólo a la tierra suya— y canta nanas a los niños con acento de letrillas de arrullos españoles (al final de los poemas tienes un vídeo animado donde la Guacha interpreta Piececillos).
Gabriela Mistral, en su poesía de dolor y pérdidas traza un surco sugestivo, un camino iluminado por una profunda espiritualidad, donde las lealtades no están exoneradas de reproches —recorrido consciente hacia Dios—. Dice en Reparto de tierra:
«El chileno tiene brazo
rudo y labio silencioso.
Espera a rumiar tu Ercilla,
indio que mascas recuerdos
allí en tu selva madrina.
Dios no ha cerrado sus ojos,
Cristo te mira y no ha muerto.»
No tengo la intención de detenerme en la biografía de Gabriela Mistral. No, porque sobre la vida y la obra de la Premio Nobel de Literatura (1945) hay mucho escrito y publicado.
Mi intención es recoger en el blog algunos de los poemas suyos que más me gustan y hacerlos acompañar con las pinturas surrealistas de Roberto Matta (1911-2002), otro chileno de enorme talento que, como Gabriela Mistral, está, como centauro, unido al Tiempo.
Roberto Matta, con metáforas visuales, y Gabriela Mistral, con metáforas escritas, cada uno faraón de sus estilos, hicieron aflorar en sus expresiones artísticas lo agazapado en lo profundo de sus pensamientos —curiosidad: el runrún cuenta que Matta pidió matrimonio a Gabriela y que esta, elegantemente, lo rehusó.
Viví en Santiago de Chile y dedico mi entrada a un pueblo que me acogió con generosidad, pueblo talentoso que crece entre cordilleras, lagos y desiertos que florecen muy de vez en cuando. País de reconocidas manzanas, sabrosos duraznos y guisos con toque de cilantro.
POEMAS
¡Aquí, Sir Fire, Eat!, óleo sobre lienzo, 1942.
EL VASO
Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla,
que guarde tus cenizas cerca de mis miradas;
y la pared del vaso te será mi mejilla,
y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.
No quiero espolvorearlas en vaso de oro ardiente,
ni en la ánfora pagana que carnal línea ensaya:
sólo un vaso de arcilla te ciña simplemente,
humildemente, como un pliegue de mi saya.
En una tarde de estas recogeré la arcilla
por el río, y lo haré con pulso tembloroso.
Pasarán las mujeres cargadas de gavillas,
y no sabrán que amaso el lecho de un esposo.
El puñado de polvo, que cabe entre mis manos,
se verterá sin ruido, como una hebra de llanto.
Yo sellaré este vaso con beso sobrehumano,
¡y mi mirada inmensa será tu único manto!
Sin título, óleo sobre lienzo, 1964.
BALADA
El pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!
El va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.
¡Y él va amando a otra
por la tierra en flor!
El besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas
la luna de azahar.
¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!
El irá con otra
por la eternidad.
Habrá cielos dulces.
(Dios quiere callar.)
¡Y él irá con otra
por la eternidad!
Donde mora la locura A. Del ciclo: El proscrito deslumbrante, óleo sobre lienzo, 1966.
INTERROGACIONES
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
la luna de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?
El rosal que los vivos riegan sobre su huesa
¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?
¿No tiene acre el olor, sombría la belleza
y las frondas menguadas de serpientes tejidas?
Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma,
por la mojada puerta de las largas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?
¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
¿El éter es un campo de monstruos florecido?
¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?
¿O van gritando sobre tu corazón dormido?
¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretado tus ojos?
Tal el hombre asegura, por error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote Justicia,
¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor!
Yo sé como el hombre fue siempre zarpa dura;
la catarata, vértigo; aspereza, la sierra.
¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!
Escuchar la vida, óleo sobre lienzo, 1941.
BALADA DE LA ESTRELLA
Estrella, estoy triste.
Tú dime si otra
como mi alma viste.
—Hay otra más triste.
—Estoy sola, estrella.
Di a mi alma si existe
otra como ella.
—Sí, dice la estrella.
—Contempla mi llanto.
Dime si otra lleva
de lágrimas manto.
—En otra hay más llanto.
—Di quién es la triste,
di quién es la sola,
si la conociste.
—Soy yo, la que encanto,
soy yo la que tengo
mi luz hecha llanto.
Sin título, óleo sobre lienzo, 1942-1943.
LA OTRA
Una en mí maté:
yo no la amaba.
Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
a pies y a espaldas
y no bajaba nunca
a buscar «ojos de agua».
Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.
En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada.
Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella,
yo me doblaba…
La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.
Sosegó el aletazo,
se dobló, lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada…
Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo:
—Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada.
Si no podéis, entonces,
¡ay!, olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla!
L’Opresavio y L’Opresante, pastel y grafito sobre cartulina, 1986.
TRES ÁRBOLES
Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
Uno, torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo.
Donde mora la locura B. Del ciclo: El proscrito deslumbrante, óleo sobre lienzo, 1966.
AMOR AMOR
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
Espacio del Espacio, óleo sobre lienzo, 1962.
EL SURTIDOR
Soy cual el surtidor abandonado
que muerto sigue oyendo su rumor.
En sus labios de piedra se ha quedado
tal como en mis entrañas el fragor.
Y creo que el destino no ha venido
su tremenda palabra a desgajar;
que nada está segado ni perdido,
que si extiendo mis brazos te he de hallar.
Soy como el surtidor enmudecido.
Ya otro en el parque erige su canción;
pero como de sed ha enloquecido,
¡sueña que el canto está en su corazón!
Sueña que erige hacia el azul gorjeantes
rizos de espuma. ¡Y se apagó su voz!
Sueña que el agua colma de diamantes
vivos su pecho. ¡Y lo ha vaciado Dios!
Morfología psicológica, óleo sobre lienzo, 1939.
LA ABANDONADA
Ahora voy a aprenderme
el país de la acedia,
y a desaprender tu amor
que era la sola lengua mía,
como río que olvidase
lecho, corriente y orillas.
¿Por qué trajiste tesoros
si el olvido no acarrearías?
Todo me sobra y yo me sobro
como traje de fiesta para fiesta no habida;
¡tanto, Dios mío, que me sobra
mi vida desde el primer día!
Denme ahora las palabras
que no me dio la nodriza.
Las balbucearé demente
de la sílaba a la sílaba:
palabra «expolio», palabra «nada»
y palabra «postrimería»,
¡aunque se tuerzan en mi boca
como la víbora mordidas!
Me he sentado a mitad de la Tierra,
amor mío, a mitad de la vida,
a abrir mis venas y mi pecho,
a mondarme en granada viva,
y a romper la caoba roja
de mis huesos que te querían.
Estoy quemando lo que tuvimos:
los anchos muros, las altas vigas,
descuajando una por una
las doce puertas que abrías
y cegando a golpes de hacha
el aljibe de la alegría.
Voy a esparcir, voleada,
la cosecha ayer cogida,
a vaciar odres de vino
y a soltar aves cautivas;
a romper como mi cuerpo
los miembros de la «masía»,
y a medir con brazos altos
la parva de las cenizas.
¡Cómo duele, cómo cuesta,
cómo eran las cosas divinas,
y no quieren morir, y se quejan muriendo,
y abren sus entrañas vívidas!
Los leños entienden y hablan,
el vino empinándose mira,
y la banda de pájaros sube
torpe y rota como neblina.
Venga el viento, arda mi casa
mejor que bosque de resinas;
caigan rojos y sesgados
el molino y la torre madrina.
¡Mi noche, apurada del fuego,
mi podre noche no llegue al día!
Grandes expectativas. Del ciclo: El proscrito deslumbrante, 1966.
ANIMALES
Las bestiecitas te rodean
y te balan olfateándote.
De otra tierra y otro reino
llegarían los animales
que parecen niños perdidos,
niños oscuros que cruzasen.
En sus copos de lana y crines,
o en sus careyes relumbrantes,
los cobrizos y los jaspeados
bajan el mundo a pinturearte.
¡Niño del Arca, jueguen contigo,
y hagan su ronda los animales!
Magia, tempera, pastel y carbón sobre lienzo, 1986.
ANOCHECER
Cae el día del Señor
con rojos brazos abiertos
y nos abraza la noche
de los hombres y los ciervos.
No tengas miedo, no gimas.
Bien te alzo, bien te tengo.
La noche, por noble, ciega
al cazador y al matrero.
Déjala tú que nos cubran
sus anchos brazos abiertos.
Por la gracia de su esponja
ni somos ni parecemos.
Ni los matorrales densos
ni el oso de terciopelo
tienen la piel de la Noche
garabateada de sueños.
Quiero verlo para creerlo, litografía de cinco colores, 1947.
AL PUEBLO HEBREO
(Matanzas de Polonia.)
Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece aún tu selva de clamores.
Nunca han dejado orearse tus heridas;
nunca han dejado que a sombrear te tiendas,
para estrujar y renovar tu venda,
más que ninguna rosa enrojecida.
Con tus gemidos se ha arrullado el mundo,
y juego con las hebras de tu llanto.
Los surcos de tu rostro, que amo tanto,
son cual llagas de sierra de profundos.
Temblando mecen sus hijos las mujeres,
temblando siega el hombre su gavilla.
En tu soñar se hincó la pesadilla
y tu palabra es sólo el ¡«miserere»!
Raza judía, y aun te resta pecho
y voz de miel, para alabar tus lares,
y decir el Cantar de los Cantares
con lengua, y labio, y corazón deshechos.
En tu mujer camina aún María.
Sobre tu rostro va el perfil de Cristo;
por las laderas de Sion le han visto
llamarte en vano, cuando muere el día…
Que tu dolor en Dimas le miraba
y Él dijo a Dimas la palabra inmensa
y para urgir sus pies busca la trenza
de Magdalena ¡y la halla ensangrentada!
¡Raza judía, carne de dolores,
raza judía, río de amargura:
como los cielos y la tierra, dura
y crece tu ancha selva de clamores!
ENLACES RELACIONADOS
Gabriela Mistral y los “Versos sencillos” de José Martí.
Cenicienta (Gabriela Mistral). Poema íntegro.
Las poetas modernistas y posmodernistas hispanoamericanas. Poemas.
“La víbora”. Poema (Nicanor Parra).
Poemas de Nicanor Parra.
Ernestina de Champourcin. Poemas.
Dulce María Loynaz: «Versos».
La entrada Gabriela Mistral. Poemas. se publicó primero en El Copo y la Rueca.