GABRIELE MÜNTER
«El arte es la nostalgia de Dios».
Alexei von Jawlensky
Retrato de niño, lienzo, 1916.
La pasión, el deseo de encontrar nuevas maneras de reflejar un mundo que ha sido dominado por el desarrollismo, el arte bizantino y el arte popular, la xilografía japonesa y la imperiosa necesidad de agitar conciencias, despertando emociones dormidas en el espectador, sorprendiendo al subconsciente, configuran el carácter del arte de vanguardias, el arte bautizado como ismos, donde estaciona la peculiar obra de la expresionista alemana Gabriele Münter (1877-1962).
Gabriele Münter con una obra y materiales de pintura en el puente del Vils, fotografía de Kandinsky, 1903.
El tiempo vivido por Gabriele Münter es el de la caída del Imperio Austrohúngaro, el del hundimiento del Titanic, símbolo de la mecanización y del poderío industrial, el de la República de Weimar, el de las trincheras de la Gran Guerra, el del desvarío del período de entreguerras, el del desplome de la Bolsa de Nueva York, el del Tercer Reich, el de los campos de exterminio. Es el de la Segunda Guerra Mundial, el del mundo dividido en dos bloques irreconciliables —capitalista y marxista-estalinista— y el de la Guerra Fría.
Lucha contra el dragón, óleo sobre lienzo, 1913.
El universo pictórico de Gabriele Münter también es el de las teorías que intentan explicar y frenar los trastornos neuróticos —Sigmund Freud, Carl Jung, Alfred Adler…—. La fobia, la histeria, la obsesión, la irritabilidad, la intolerancia, el desinterés… brotan con la misma virulencia con la que los acontecimientos políticos y los intereses financieros se apoderan de la sociedad.
En medio de este mundo vertiginoso y explosivo, los ismos, que no son más que espejos estéticos, se seducen y se pisan unos a otros. Muchos autores quedaron atrapados en el tiovivo que, frenéticamente, giraba sin dar respiro a la ciudadanía, de modo que, por lo general, las obras se hermanan en la delación de la congoja del ánimo.
Naturaleza muerta en el tranvía, óleo sobre cartón, 1909-1912.
Las vanguardias son como las familias de los tornados, que, aunque distintos en sus formas —pueden ser sucesivos y diagonales, breves o prolongados— se igualan en su naturaleza: se emparejan en la intensidad. Un ejemplo de la capacidad que tuvo el arte del siglo XX para metamorfosearse es, precisamente, el expresionismo, que pasa de lo figurativo a lo abstracto.
Decía al principio que el deseo mayor de los ismos era el de despertar emociones en el observador. Es un propósito que fomenta una estética basada en la percepción de la realidad.
La corriente analítica que surge entre el espectador y la obra es resultado de la interpretación que de la realidad hacen el autor y quien contempla el cuadro. La corriente analítica es bidimensional porque se mueve en dos tiempos: el del artista y el nuestro. Nosotros actualizamos lo visto, al llevarlo a nuestro terreno.
Paisaje nevado con casa de tejado rojo, óleo sobre lienzo, 1935.
El diabólico siglo XX fue dominado en su primera mitad por la sinrazón. Pero, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, el «nuevo orden» se planteó, como requisito imprescindible para el control de la sociedad, la conversión del individuo en comunidad.
El color y la línea —la forma—, como no puede ser de otra manera en el arte, fueron las armas de lucha de las vanguardias que intentaban preservar la identidad. Un claro ejemplo del renovado lenguaje plástico, lenguaje que ansía revelar la angustia existencial del hombre moderno, es El Grito de Munch.
El grito, Edvard Munch, óleo sobre temple, 1893.
(«Y sentí que un grito agudo e interminable penetraba en la naturaleza», confesó el pintor al explicar el origen de su cuadro).
Y es aquí a donde quería llegar. Quería llegar a lo que resulta de la relación que se establece entre la realidad y el subconsciente. Porque es aquí donde, creo, que la pintura de Gabriele Münter asume una personalidad que la distingue del resto de las obras expresionistas.
Gabriele Münter, que vivió los acontecimientos históricos arriba señalados, que sufrió el exilio y la pérdida de amigos y de familiares, que salvó de las garras nazis los cuadros de su profesor y pareja sentimental Wassily Kandinsky, mantuvo su arte alejado de las convulsiones que sacudieron su época. Es su pintura un canto a la esperanza.
Kandinsky y Erma Bossi sentados a la mesa (en la casa de Münter), óleo sobre lienzo, 1909-1910.
Con un cromatismo heredado de los fauves y una línea alterada, pero no al punto de la deformación absoluta, la artista alemana mantuvo en el tiempo —hecho que demuestra una fuerza de voluntad de titanes— su propósito de dar cobijo a la paz.
Gabriele Münter, que en sus inicios se siente en deuda con el impresionismo tardío, supo conservar la visión plástica y poética del primer expresionismo. Su rebeldía —la insubordinación contra lo «clásico» es espíritu latiendo en las vanguardias— está, precisamente, en su serenidad. Su rebeldía está en su empeño por no dejarse llevar por el hipnótico atractivo del mal.
Su pintura me dice: «esto tuviste y esto puedes volver a alcanzar». La paz no se extingue, amigos. La paz sólo se oculta. Es lucero-guía en la noche oscura.
Niña dormida, óleo sobre cartón, 1934.
Nubes al atardecer, óleo sobre lienzo, 1909.
Las consecuencias de las hostilidades que sacudieron a la sociedad alemana del XX están reflejadas en muchas de las creaciones de la época —Otto Dix, George Grosz, Beckmann y demás integrantes de la Nueva Objetividad, por ejemplo—. Sin embargo, las figuras de Gabriele Münter son ajenas a esas hostilidades. En sus cuadros, el alma vence a la desesperanza.
Pasa lo mismo con sus paisajes naturales, con sus entornos urbanos y con sus interiores. Gabriele Münter despierta conciencias con escenografías pictóricas que rezuman intimidad, identidad, placidez y, ¡cómo no!, melancolía.
Miembros de El Jinete Azul, fotografía de Wassily Kandinsky, Múnich, 1911.
Amigos, no he hablado de El Jinete Azul, el grupo expresionista fundado en 1911 por Kandinsky, Marc, Klee, Münter, Jawlensky y otros artistas más, grupo que expuso en dos ocasiones (1911 y 1912), que desapareció poco antes de iniciarse la Primera Guerra Mundial y que fue faro espiritual de las estéticas de la primera mitad del siglo XX.
No he hablado de los dramas sociales de Strindberg, Ibsen, Maeterlinck…, de la repercusión que tuvieron en las vanguardias. No he mencionado las influencias que sobre el pensamiento de la época tuvieron Kierkegaard, Bergson, Nietszche, Heidegger, Weber, Einstein…
Mujer pensativa, óleo sobre lienzo, 1917.
No he mencionado, tampoco, cómo la naturaleza, cantada por Whitman en Hojas de hierba, atrajo la mirada de los ismos. Ni he comentado el breve coqueteo de Gabriele Münter con la Nueva Objetividad y con la «pintura prismática» de Arthur Segal.
De igual modo, no he mencionado lo que los románticos legaron a los modernos, ni la aversión que las vanguardias sintieron por el naturalismo, el realismo y el positivismo. Ni he dicho nada de cómo Occidente se dejó seducir por los Ballets Russes de Diághilev, que sumaba disciplinas como danza, música, moda y artes plásticas. No cabe el todo en una parte. Ya lo sabían estos movimientos, tan dados a la fragmentación, a la asimetría y al estímulo de las sensaciones.
Vista desde la ventana de la posada, óleo sobre cartón, 1908.
¡Qué tarea tan difícil y encomiable realizó Gabriele Münter, al alejar lo sarcástico y lo agresivo de su paleta! Yo, hija de este tiempo sin color, de este tiempo de alma empobrecida, salí de la exposición con la impresión de haber recibido el soplo de un ángel sobre mi frente.
Y ahora los dejo con la galería que he preparado para acercar a tu casa la retrospectiva que dedica el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza a Gabriele Münter. Se trata de una exposición extensa, que incluye todas las técnicas que trató y que revela hasta qué punto esta artista era sabedora del efecto devastador que sobre el subconsciente tienen las emociones negativas.
Puerto de Narvik, óleo sobre lienzo, 1916.
Expongo la colección en orden distinto al propuesto por el Museo Thyssen. Te la presento en varios apartados: Naturaleza; Entornos urbanos; Naturaleza muerta; Interiores con figuras; Dibujos y grabados; Retratos, Nueva Objetividad, Universo infantil y Afiches —carteles que anuncian algunas de sus exposiciones.
«El arte es una búsqueda incesante de la expresión del sentimiento interior por medio de una simple ductilidad», afirmó el pintor francés Gustave Moreau.
GALERÍA
NATURALEZA
Aloe, óleo sobre lienzo, 1905.
Alameda de una montaña, óleo sobre tabla, 1909.
El lago azul, óleo sobre lienzo, 1954.
ENTORNOS URBANOS
Estudio abstracto con casa, cartón, h. 1910-1912.
Casa en Schwabing, óleo sobre lienzo, 1911.
La casa de Münter en Murnau, óleo sobre lienzo, 1931.
Paisaje con casa amarilla, óleo sobre lienzo, 1916.
NATURALEZA MUERTA
Naturaleza muerta en gris, cartón, 1957.
Naturaleza muerta con butaca, cartón, 1909.
Naturaleza muerta con huevos, cartón, 1914.
Naturaleza muerta tirolesa, cartón, 1934.
INTERIORES CON FIGURAS
Sala de estar en Murnau, cartón, h. 1910.
(El personaje de la cama es Kandinsky).
La blusa azul, óleo sobre lienzo, 1917.
Escuchando (Retrato de Jawlensky), cartón, 1909.
En la habitación, óleo sobre lienzo, 1913.
DIBUJOS Y LINOGRABADO
Boceto con terrier, lápiz sobre papel, h. 1920.
La carta, lápiz sobre papel, h. 1927.
Casita-Bellevue, linograbado a color sobre papel japonés, 1907.
RETRATOS
La señorita Mathilde con pañuelo azul, cartón, 1908-1909.
Olga von Hartmann, lienzo, h. 1910.
Autorretrato, óleo sobre cartón, h. 1909-1910.
La pequeña Dietrich, cartón, 1908.
(Arthur) Segal sentado, cartón, 1928.
BREVE HUELLA: LA NUEVA OBJETIVIDAD Y
ALGUNA ABSTRACCIÓN
Obras de la carretera de las Olimpiadas, óleo sobre lienzo, 1935.
Andamiaje, óleo sobre lienzo, 1930.
Estudio abstracto, óleo sobre cartón, 1915.
AFICHES
Cartel para la exposición de Gabriele Münter, Múnich, 1913.
Cartel para la exposición de Gabriele Münter, Múnich, 1913.
Cartel de la sede de Múnich de la exposición itinerante de Gabriele Münter, linograbado, 1952.
UNIVERSO INFANTIL
Niños, lienzo, 1916.
Pinturas infantiles de Elfriede Schroeter, colección de Gabriele Münter, cartón, h. 1913.
Casa (basado en un dibujo infantil), cartón, 1914.
Y, colorín colorado, hasta aquí he llegado.
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