Revista Literatura

Gala de premios xxiv edición: rebeca de daphne du maurier

Publicado el 27 enero 2021 por David Rubio Sánchez
GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
    Anoche regresamos de Manderley. Lo hicimos como quien se despierta de un sueño antes de que amanezca, vagando sobre la frontera que separa el recuerdo de la fantasía. ¡Qué lejano nos parece hoy el Valle Feliz! ¡En qué eco fantasmal se ha transformado nuestro entusiasmo cuando circulábamos bajo aquella bóveda de ramas rumbo a Manderley!    El sendero se retorcía como una serpiente, hasta que en una de sus curvas se ensanchó mostrando un camino escoltado por muros azules construidos por hortensias en flor. Y al final, majestuoso, Manderley. Simétrico, elevado sobre un manto breve y envuelto con el rumor del mar. Los coches nos dejaron frente a una escalinata de anchos peldaños que subimos saboreando el aroma de las lilas. No hizo falta que llamáramos. La puerta se abrió.    Y apareció ella.    Con el pelo corto, vestida de manera informal, quizá un tanto delgada y demacrada. Pero no tuvimos ninguna duda de que era ella. La mujer segura de sí misma, encantadora y deslumbrante, que firmó con su imponente R la invitación que recibimos.    —¡Los esperábamos más tarde! Parece que la fortuna ha querido que Manderley pueda gozar más tiempo de su visita. —Ella nos regaló su sonrisa y su mirada a cada uno de nosotros. Y cada uno nos sentimos en ese momento la criatura más dichosa de la tierra.    —¿La señora De Winter?    —¡Oh, qué formalidad tan innecesaria! Les ruego que me llamen Rebeca.

GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA, DE DAPHNE DU MAURIER

    Entramos en la mansión como aquellos niños que siguieron al flautista de Hamelin, aunque en este caso hipnotizados por la voz y la gracia de Rebeca. Una vez dentro nos sentimos insignificantes en el gran vestíbulo enlosado, rodeado de anchas puertas que daban acceso a estancias que presumíamos aún más esplendorosas, con aquellos cuadros imponentes y una exquisita escalera central que llevaría a una segunda planta casi mágica. Rebeca nos invitó a dejar nuestro ligero equipaje en el suelo y llamó en voz alta a un tal Frith, quien acudió presto.    —Frith, sé tan amable de ordenar que lleven el equipaje a sus habitaciones.    —De inmediato, señora. ¿Alguna cosa más?    —Sí, avisa al señor De Winter. Ya sabe que he de marchar unas horas a Londres y debe atender a nuestros invitados.    El mayordomo asintió y marchó raudo a dar cumplimiento a sus ordenes.    —¡Ay! Pero qué cabeza la mía. Imagino que no han desayunado todavía. ¡Frith! —El mayordomo detuvo su diligente marcha y se volvió—. El desayuno ha de servirse bajo el cerezo. No podemos privar a nuestros invitados de una mañana como la de hoy.    Intentamos decirle que no se tomara tantas molestias, que con un café y cualquier pasta o tostada era más que suficiente. Ella nos regaló una sonrisa que, de provenir de cualquier otra persona, nos habría parecido condescendiente.     —¡Lamento tanto tener que dejarles durante unas horas! Pero he de partir a Londres por un asunto que puedo aplazar.    Nuestra llegada debía ser a las seis de la tarde y nos habíamos adelantado con impertinencia. No objetamos nada, por supuesto. Aunque imaginar su ausencia en las siguientes horas casi nos resultó físicamente doloroso.    Unos pasos resonaron tras nosotros. Nos giramos.
GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
   —¡Ah! Aquí estas. Max, querido, ¿dónde te habías metido? —Rebeca lo besó en la mejilla, nos sorprendió que él recibiera sus labios como quien recibe una carta del banco.    —Querida, Manderley precisa de dedicación además de fiestas.   —Vamos, Max. No querrás que nuestros invitados piensen que eres un triste. —Dirigiéndose a nosotros añadió—: Sepan disculpar al señor De Winter, a veces no se da cuenta de lo afortunado que es, pero no duden de su valía como anfitrión.    —¿No está la señora Danvers?    —Querido, te dije que le di la mañana libre y yo he de marchar a Londres.    —¿Hoy también?    —Sí, hoy también.    De repente nos sentimos inoportunos, como notas discordantes que hubieran trastocado el ritmo de un mundo acostumbrado a funcionar con la precisión de un reloj suizo.    —He dispuesto que el desayuno se sirva bajo el cerezo, después podrías mostrarles el Valle Feliz, la caleta, el mar…    —Querida, hoy he quedado con Frank para comer y tratar algunos asuntos importantes.    —¿Tan importantes como atender a nuestros invitados?    El señor de Winter bajó la mirada.     Rebeca, con un brillo de triunfo en sus ojos, se despidió de nosotros, excusándose una vez más. Subió la escalinata central para dirigirse a sus aposentos. Lo hacía con el porte de una diosa, conocedora, sin duda, de que todas las miradas eran para ella. Su figura se adentró en el contraluz del enorme ventanal que finalizaba los peldaños, desvaneciéndose ante nosotros hasta fundirse con su propia imagen retratada en un enorme cuadro.    El silencio que dejó su ausencia pareció espesarse sobre nosotros hasta que el señor De Winter aprovechó la llegada de un par de miembros del servicio para solicitarnos que saliéramos camino del cerezo donde desayunaríamos.    El sol aparecía como un broche de oro cosido en un manto de azul radiante. De fondo, el mar anunciaba su cercanía con un canto rítmico y, para redondear una mañana de ensueño, los jazmines, narcisos y los macizos de azafrán se turnaban en un concierto de aromas.    —Hoy hace bueno —comentó el señor De Winter—, de las muchas maravillas de Manderley es el Sol una de las más reacias a mostrarse. Por aquí, por favor.    El desayuno ya estaba dispuesto bajo el cerezo, ¡y qué desayuno! Había dos aparadores: en el primero, una gran tetera de plata, café; sobre una bandejita de plata, con una llama de alcohol debajo, estaban los platos calientes, muy calientes; huevos revueltos, una fuente de beicon y otra de pescado; unos huevos pasados por agua en un calentador especial, y porridge en una soperita de plata. En el otro aparador había un jamón y una fuente de beicon frío. Por supuesto, también había una mesa con bollitos calientes de maíz, tostadas, varias dulceras con mermeladas y miel y, a cada extremo, un gran frutero repleto de frutas.    Al sentarnos a la mesa escuchamos el rugido lejano del motor de un coche. Era el de Rebeca abandonando Manderley.    El café y uno de los bollitos de maíz parecieron soltarle la lengua al señor De Winter que comenzó a hablarnos de Manderley y de su familia; de su hermana, de su abuela, de rododendros, de la caleta, de la historia de cada dependencia de aquella mansión majestuosa que era su hogar. Pero ni una sola palabra de Rebeca.    —Una mujer maravillosa —comentamos intentando traerla de vuelta, aunque solo fuera en la conversación.    —Sí… —La afirmación llegó como un suspiro desganado que se escapara por la comisura de los labios. En ese momento, una nube solitaria solapó el Sol—. Si ya han terminado, les propongo que demos un paseo hasta la caleta. Parece que las nubes comienzan a despertarse.    Nos pusimos en pie y paseamos por el Valle Feliz, que desde luego hacía honor a su nombre. El festival para los sentidos que disfrutamos hizo que no nos diéramos cuenta del trecho andado y que el mar, nuestro destino, apareciera bruscamente, casi impertinente. Paseamos por la arena, tirando guijarros hasta llegar a otra cala más ancha y redonda separada por un peñasco que salvamos no sin cierta dificultad.    En aquella cala escondida, observamos una cabaña y, atracado en el embarcadero, un bote. Al acercarnos a él observamos la placa que informaba de su nombre: «Je reviens».    Vuelvo.    Un tipo extraño se encontraba sentando sobre una roca. Al vernos llegar se puso en pie, nervioso.    —Yo no sé nada, yo no sé nada.    —No le hagan caso. Ben es retrasado, pero inofensivo —dijo el señor De Winter acercándose sin perder la elegancia de su paso pese al terreno.    —Yo no sé nada, yo no sé nada.    —Tranquilo, Ben. ¿Lloverá esta noche? —le preguntó nuestro anfitrión con ternura.    El hombre se chupó el dedo índice y luego lo alzó, esperó unos segundos.    —Viento del este, malo. Noche mala.    —Entonces tendrás que marcharte. Esta cala no es buen lugar para una noche mala.    Las nubes ya habían poblado el manto azul. La luz ya no era de oro, sino de plata. El señor De Winter dio unas monedas a Ben antes de que se marchara.    —Yo no sé nada, pero usted sí es bueno.    Algunos nos quitamos los zapatos para mojar las piernas en las frías aguas. Otros curiosearon la cabaña. El señor De Winter se sentó en una roca y encendió un cigarro con la vista fija en el bote «Je reviens».    —Curioso nombre —le preguntamos para retomar la conversación—. ¿Por qué se llama así?    —Nunca lo he sabido, es el bote de Rebeca.    —¿Y la cabaña?    —Nada —dijo tirando la colilla al suelo. La pisoteó con fuerza—. Esa cabaña no es nada.    ¿Qué oscuridad podía esconder alguien como él? Noble, rico, casado con una mujer por la que media humanidad mataría… La brisa marina se convirtió en viento. La luz de plata pasó a un gris oscuro.    —Pronto va a llover, volvamos a Manderley —dijo el señor De Winter.    Las primeras gotas nos alcanzaron llegando a la escalinata de la mansión. Lo justo para mojar nuestro pelo, pero no lo suficiente para empapar la ropa. El señor De Winter, además de pedir que nos acompañaran a nuestras habitaciones, dio indicaciones al servicio sobre la hora en la que debía servirse la comida. Luego nos recordó que había quedado con su gestor contable y nos rogó que nos acomodáramos en su casa como lo haríamos en la nuestra. Nos recomendó especialmente la biblioteca, al parecer sus estantes eran ricos en libros y la chimenea daba un buen calor para aliviar el frío que pronto rodearía Manderley. También nos informó que la señora Danvers, el ama de llaves, llegaría a las seis y nos mostraría la mansión como era debido.    Y eso fue justo lo que pasó. A las seis en punto, la puerta de la biblioteca donde pasamos la tarde se abrió. Unos levantaron la vista de su libro; otros abrimos los párpados dando por terminada la siesta; pero todos nos cuadramos al ver al ama de llaves.
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    —Espero que los señores hayan sido atendidos a su gusto. Soy la señora Danvers.    —¡Oh, por supuesto! —exclamamos.    —Me informaron que su llegada era esperada para esta hora.  —Al final nos adelantamos. En estos tiempos parece que nada sucede como está previsto —nos excusamos como si un maestro nos hubiera pillado en una travesura.    —Sí, parece que es así. La señora De Winter no ha llegado todavía. Sin duda, alguna complicación inesperada le ha debido surgir en Londres… —Entonces se dio la vuelta, mirando de soslayo—. Tampoco se encuentra el señor De Winter por lo que veo.    —Tuvo que salir para una reunión con su gestor.    —Ya. Propio del señor De Winter, sepan disculpar sus múltiples obligaciones. Imagino que no les habrá mostrado Manderley como se merece.    Nos miramos unos a otros sin saber qué responder. Con esa mujer parecía que hasta la respuesta más inocente podría tener consecuencias imprevisibles.    —Por favor, acompáñenme.    La seguimos por el vestíbulo y tras ella subimos la escalinata. Nos mostró el ala de oriente, donde se encontraban las habitaciones de los señores, luego el recargado despacho del señor De Winter, el gabinete, elegante y decorado con gusto, de Rebeca…    —Manderley no siempre fue como lo están viendo —nos dijo la señora Danvers—. Antes era una mansión sin alma. Lujosa pero fría. Lo que es hoy es gracias a la señora De Winter. Ella supo darle vida, clase y elegancia. Si Manderley es la envidia de toda Inglaterra es por ella.    Notamos que de tanto en tanto consultaba preocupada el reloj. En cada estancia que nos mostraba aprovechaba para echar un vistazo por la ventana, intentando disimular cierta ansiedad. Cada vez que un relámpago iluminaba las cortinas ella se sobresaltaba.    Terminamos el recorrido en la galería de los trovadores. Se había instalado un estrado de madera y un atril, en el que nos sorprendió observar un tintero de oro. Frente a él estaban dispuestas unas butacas perfectamente alineadas, de ellas, destacaba una tapizada en verde y en la que en el respaldo de roble estaba grabada una R.    —Todavía falta la ornamentación floral, será colocada media hora antes de empezar la gala. La señora De Winter quiere que su perfume y esplendor permanezca intacto durante la celebración. —La señora Danvers volvió a mirar el reloj. Marcaba las ocho.    Por supuesto, también nosotros nos preguntábamos a qué hora regresarían los señores De Winter. Desde luego que su extrema educación hacía extraño que dejaran solos a treinta y tres invitados. Aunque fuéramos simples aspirantes a escritor.
GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
    Bajamos por la escalinata cuando la puerta de la entrada se abrió. El rostro de la señora Danvers pareció iluminarse durante un instante, pero su luz duró lo que tardó en distinguir la figura del señor De Winter que nos observó con cierta sorpresa plantados en la escalinata.    —¡Damas, caballeros! ¡Hola, señora Danvers! ¿Ha llegado ya la señora? He visto su coche aparcado fuera.    Ese dato nos tranquilizó y nos inquietó. Ello significaba que había regresado, pero ¿dónde estaba?
    —No, señor. La verdad es que estoy preocupada. La gala esta prevista para las nueve y no es propio de la señora desatender a…    —¡No es propio de la señora! —El señor De Winter la interrumpió a  la señora Danvers de una manera que nos dejó extrañados, con un gesto y una mirada que más que preocupación parecía mostrar ironía y despecho. El ama de llaves bajó la cabeza—. Está bien, quizá haya regresado y se encuentre en la cabaña de la cala. Dejen que me calce de manera adecuada y me cubra con un chubasquero, para ir a buscarla.    —Podemos acompañarlo —propusimos.    —¡No! No conocen estas tierras y las noches de tormenta son peligrosas. Iré solo. Señora Danvers, quizá podría confirmar que la cena esté preparándose. ¿no le parece?    —Sí, señor.    —Y ustedes… Les agradezco su ofrecimiento, pero estaré más tranquilo si se quedan aquí.    Así lo hicimos. El señor De Winter salió poco después y decidimos regresar a la biblioteca.     Y esperar. Las agujas del reloj parecían cortar un ambiente cada vez más espeso de zozobra y silencio. Las paredes que antes nos maravillaban ahora parecían muros pesados preparados para aplastarnos en cualquier momento.    Los minutos fueron pasando uno a uno. Hasta que alcanzaron las nueve de la noche.    La señora Danvers apareció en el umbral de la puerta de la biblioteca. Tenía la cara constreñida y los ojos vidriosos.    —He dado orden de que la cena se retrase un poco más, lo lamento mucho.    —No… no se preocupe, nos hacemos cargo.    Se dio la vuelta pausadamente. Entonces se detuvo. Vimos como se limpiaba las mejillas.    —¿Decían en serio lo de salir a buscar a la señora De Winter?    —Claro.    —En realidad, el terreno no es tan peligroso... Yo podría acompañarlos.    El condicional nos sonó a súplica. Una súplica que no podíamos pasar por alto.    La noche tormentosa nos recibió como esperábamos. En fila india, tras los ligeros pasos de la señora Danvers nos dirigimos hacia la playa. Los relámpagos iluminaban el camino tanto como los truenos ocultaban el sonido de un mar embravecido.    Al llegar a la cala, milagrosamente dejó de llover.   Bajamos con cuidado por el peñasco y no tardamos en divisar una figura que permanecía de pie frente al mar, tan cerca de él, que las olas bañaban su cintura. Costaba reconocer ese lugar con el que vimos por la mañana, aunque al observar el embarcadero, enseguida notamos que había algo que faltaba.    La señora Danvers comenzó a correr hacia aquella figura que pronto distinguimos que se trataba del señor De Winter. Negros pensamientos cruzaron nuestra mente. Presentimientos que se confirmaron cuando vimos cómo se derrumbó la señora Danvers sobre la arena.    Al alcanzarlos nos preocupamos por el ama de llaves que lloraba desconsolada mientras el mar bañaba su uniforme negro.     —¿Se sabe algo de Rebeca? —preguntamos casi sin querer saber la respuesta.    El señor de Winter no dijo nada. Solo nos mostró una tabla.     Una tabla en la que estaba escrito «Je reviens».    Lo único que quedaba del bote.   Regresamos a Manderley con un cielo ya despejado y la luna alumbrando nuestro paso. En silencio. El señor De Winter llamó por teléfono a la policía y comenzó a organizar la comitiva para recuperar el bote y el cuerpo de Rebeca. Excusamos, por supuesto, la cena y nos dirigimos a nuestras habitaciones.    De madrugada, la señora Danvers tocó a nuestras puertas. Su rostro reflejaba una inquietante calma.    —Ya está todo dispuesto para celebrar la gala tal y como ordenó la señora De Winter.    Nos quedamos estupefactos. ¿Celebrar la gala? ¿Con la tragedia que se acababa de producir?     —La señora De Winter jamás hubiera permitido que una de sus fiestas no se celebrara —añadió con extremada diligencia—. Y no se preocupen que Rebeca estará presente en ella. ¡Es que no lo ven! Ella siempre vivirá en Manderley. ¡Ella es Manderley!    —Pero…    Intentamos objetar mil y una excusas, pero ninguna que pudiera hacer cambiar de opinión a la señora Danvers.    La galería de los trovadores estaba tal y como la vimos por la tarde, con el añadido de una exuberante decoración floral. Tomamos asiento en las butacas y, uno a uno, fuimos leyendo los relatos. La señora Danvers permanecía de pie tras la butaca de tapiz verde y con la elegante R tallada en el respaldo. A veces la veíamos reclinarse sobre ella, como si hiciera una confidencia al asiento vacío.     Y hasta reía, mientras movía sus manos en el aire, como si cepillara un pelo invisible.
    Muchas preguntas quedaron sin respuesta, incluso la propia muerte de Rebeca. Afortunadamente, Daphne du Maurier tuvo conocimiento de estos hechos y logró con ellos escribir una obra maestra universal que nos inspiró 33 maravillosos relatos para esta edición de los que han destacado los siguientes. 

MENCIÓN HONORÍFICA

DEL PUESTO DÉCIMO AL CUARTO

    El número que aparece entre paréntesis se corresponde al total de participantes que otorgaron la puntuación correspondiente.
10. Con 38 ptos. ELLA, de Ana Piera (Blog Píldoras para soñar). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (3), 5 ptos. (0), 4 ptos. (1), 3 ptos. (0), 2 ptos. (3), 1 ptos. (3) y LA SOMBRA FIEL, de Carmen Ferro (Blog Cuentos en el andén). Ha sido votado por 9 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (2), 5 ptos. (2), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (1), 1 ptos. (0)
9. Con 41 ptos. COSAS DE MUJERES, de Carles Leo (Blog El páramo de Carles Leo). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (0), 5 ptos. (3), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 ptos. (3).
8. Con 44 ptos. LA CASA DE LA ESCUSALLA, de Norte (Blog El baile de Norte). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (2), 5 ptos. (3), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (1), 1 ptos. (1).
7. Con 48 ptos. ESPERANDO A LUISITO, de Beri Dugo (Blog Relatos de Beri). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (1), 5 ptos. (3), 4 ptos. (2), 3 ptos. (0), 2 ptos. (2), 1 ptos. (1).
6. Con 53 ptos. PAPO, de Estrella Amaranto (Blog Amaranto). Ha sido votado por 9 participantes: 7 ptos. (4), 6 ptos (2), 5 ptos. (1), 4 ptos. (2), 3 ptos. (0), 2 ptos. (0), 1 ptos. (0)
5. Con 54 ptos. AUTORRETRATO, de Marta Navarro (Blog Cuentos vagabundos). Ha sido votado por 13 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (4), 5 ptos. (1), 4 ptos. (1), 3 ptos. (3), 2 ptos. (2), 1 ptos. (1)
4. Con 57 ptos. LOS ANILLOS DE LA MEMORIA, de Fco López Castelao (Blog Castroargul). Ha sido votado por 18 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (2), 5 ptos. (1), 4 ptos. (5), 3 ptos. (3), 2 ptos. (4), 1 ptos. (3)

  Y el podium de ganadores es:

 Con 66 puntos se ha llevado el TINTERO DE BRONCE el relato ALEXIA escrito por Matilde Bello.GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
    Este relato ha sido votado por 14 participantes: 7 ptos (4), 6 ptos (3), 5 ptos. (1), 4 ptos (0), 3 ptos. (4), 2 ptos (1), 1 ptos (1). Enhorabuena a Matilde por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
    Con 82 puntos, se lleva el TINTERO DE PLATA el relato MINUTO Y MEDIO, escrito por Isan Bairu.GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
 Este relato ha sido votado por 19 participantes:  7 ptos. (4), 6 ptos. (2), 5 ptos. (2), 4 ptos. (3), 3 ptos. (5), 2 ptos. (2), 1 pto. (1). Enhorabuena a Isan por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
   Con 89 puntos, el TINTERO DE ORO de la XXIV Edición dedicada a Rebeca y Daphne du Maurier corresponde a... SOBRE MARÍA, escrito por ISABEL CABALLERO.
GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
      Este relato ha sido votado por 18 participantes: 7 ptos (7), 6 ptos (4), 5 ptos. (2), 4 ptos (3), 3 ptos. (0), 2 ptos (1), 1 ptos (1). Enhorabuena a Isabel por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog y la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO, la radioficción sonora que será publicada en nuestro canal de YouTube y de Ivoox por Ramón Márquez, creador del blog NOVELESCO.
    Por supuesto, os invito a disfrutar de todos los relatos participantes, junto a las reseñas de Rosa Berros y Marta Navarro, además, de la crítica cinematográfica de la adaptación de Alfred Hitchcock realizada por Miguel Pina a los que podéis acceder a continuación:

GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER

Clica sobre la imagen para leer los 33 relatos participantes


Próxima edición: WILT de Tom Sharpe (Febrero 2021)

    Debido al retraso de esta gala, por lo que os pido de nuevo mil disculpas, ¡ya tenemos encima la siguiente edición del concurso! Una edición en la que el humor será el protagonista de la mano de unos de los grandes humoristas británicos, Tom Sharpe, y su personaje más célebre: Wilt.
    El 1 de febrero se abre la convocatoria en la que puede participar cualquier humano, animal, robot o extraterrestre, a excepción de los tres ganadores de esta edición, Matilde Bello, Isan Bairu e Isabel Caballero que podrán hacerlo, eso sí, como invitados.
    Recordad: el tema del relato será un conflicto de pareja narrado en tono humorístico. Más info AQUÍ.
GALA DE PREMIOS XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER
¡Saludos tinteros!

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