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GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens

Publicado el 30 diciembre 2021 por David Rubio Sánchez
GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens
¡Bienvenidos a una nueva gala de premios de nuestro concurso de relatos! La última entrada del año en el blog desde luego tiene que comenzar con mi agradecimiento a todos los que durante estos doce meses habéis compartido vuestros relatos, lecturas y tiempo con nosotros.    Una entrada tan navideña y especial sin duda merece una historia navideña y especial, así que pensando y pensando me di cuenta de que en estos cuatro años no os he contado nada del origen de El Tintero de Oro. Porque sí, amigos, existe un tintero de oro y una historia tras él.

GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD DE CHARLES DICKENS


Las luces en forma de estrellas, lazos y copos de nieve iluminaban la ciudad con su vívido colorido, los escaparates de las tiendas aparecían enmarcados en guirnaldas brillantes y las calles eran un vaivén de bolsas a sus compradores pegadas. Todo ello podría haberlo visto nuestro protagonista si hubiera levantado, aunque fuera un momento, la mirada del suelo gris de las aceras. Podría haber visto mucho más: la cara nerviosa de los niños, tal vez a grupos de jóvenes sentados en las terrazas luciendo gorros de Papá Noël e incluso habría escuchado los alegres villancicos solapados por el ruido del tráfico.    Mas nada de eso fue percibido por el personaje vestido de traje gris oscuro que lleva un maletín y al que vemos entrar en el portal de su casa. Podrá adelantarse el lector y pensar que nos encontramos con alguien huraño, airado e incluso antipático o, simplemente, que alguna tragedia, drama o conflicto sea lo que le tenga taciturno y lejano. Si es así, permítanme que les aclare que este hombre, que sube los mismos peldaños que diez horas antes había bajado, no había sufrido en su vida algo que pudiera calificarse así y que, por lo demás, no era ni mejor ni peor persona que cualquiera. Gozaba de buena salud, un trabajo bien remunerado y una familia lo esperaba tras la puerta en cuya cerradura está metiendo la llave.    Nuestro personaje, al regresar al hogar, daba un beso a su esposa e hijos, se duchaba y se ponía el pijama, luego cenaba y tras acostar a los niños se dejaba caer en el sofá para ver la televisión. Si esa noche hubiera sido como cualquier otra, pronto lo veríamos quedarse adormilado y, tras una cabezadita, se iría a la cama. Al día siguiente, se levantaría de ella, se vestiría con su traje gris oscuro, cogería el maletín, pisaría las mismas baldosas de la acera que le llevaban a su trabajo, cumpliría con eficacia las distintas tareas laborales durante las ocho horas y regresaría a casa, para volver a besar a su esposa e hijos, ducharse, ponerse el pijama, cenar y dejarse caer en el sofá para adormilarse viendo la televisión.    Pero esa noche no fue como cualquier otra, como este narrador ha advertido.    Esa noche, al apagar el televisor escuchó unos golpecitos en el cristal de la puerta corredera que daba a la terraza. Esa anomalía, como pueden imaginar, le espabiló de golpe e hizo que su mirada se dirigiera hacia la puerta. Allí, entre la oscuridad de la noche y la iluminación de la lampara del comedor, observó a una figura encorvada, coronada por un sombrero de copa y vestida con ropa anacrónica. También llevaba un bastón, cuya empuñadura daba origen a los golpecitos en el cristal.     La prudencia le aconsejaba a nuestro personaje el cerrar la persiana y llamar a la policía; la osadía, en correr a la cocina para armarse con un buen cuchillo; pero fue finalmente la curiosidad la que le hizo acercarse al cristal y comprobar que se trataba de un anciano de nariz aguileña y barbilla puntiaguda que lo observaba con una mirada cálida y una sonrisa, sino hermosa, al menos afable.    Así que abrió la puerta corredera.    —¡Puff! ¡Qué frío! —exclamó el anciano.    —Es invierno y es de noche —respondió nuestro personaje en pijama—. No son horas de estar en la calle.    —No me refería a la calle, joven —aclaró el anciano entrando en el salón—. Pero me ha dejado entrar, eso es bueno.    —También sería bueno que me dijera qué hace aquí.    —¿No me recuerda?    Nuestro personaje frunció el ceño y observó de nuevo al anciano, intentando ubicar en sus recuerdos esa cara tan peculiar.    —Me temo que no.    —¡Ah! ¡Empiezo a vislumbrar el problema! —El anciano se sentó en el sofá y observó el belén y el árbol de Navidad—. Bonitos adornos.    —Bueno, son ya un poco antiguos y las figuras del belén tienen más de un desconchón, y a algunas le faltan algún brazo o pierna.    —Eso les da personalidad, joven.    Nuestro personaje permaneció de pie observando al anciano que parecía no tener prisa por explicar el propósito de su visita.    —¿Ha venido solo para contemplar el belén?    —Claro que no, pero no sería educado dejar pasar mi observación siendo Navidad. —El anciano se quitó el sombrero de copa y lo dejó sobre la mesita de centro—. Aunque, evidentemente, he venido a verle a usted.    —¿Para…?    —Muy simple. Usted necesitaba que yo lo visitara. Al menos, eso es lo que me dijo quien me ha enviado.    —¿Quien le ha enviado? ¿Que yo necesitaba su visita?    —Si no fuera así, no estaría sentado en su sofá. Vamos a ver… —El anciano sacó una libreta cosida con hilos y de papel amarillado del bolsillo de su abrigo y musitó—: Señor tal, problema: tristeza. Entregar un tintero de oro.    —¿Tristeza?    —Es lo que pone aquí. —El anciano sacó de su, al parecer, bolsillo sin fondo un tintero dorado, tan brillante que de uno de sus lados parecía materializarse una estrella junto al tapón negro.    —¿Y para qué quiero yo un tintero de oro?    —Eso es algo que le corresponde descubrirlo a usted. Entienda que hay cosas que solo pueden solucionarse por nosotros mismos para que el resultado sea permanente.    —A ver, a ver… —Nuestro protagonista se acarició la nuca, nervioso—. ¡Yo no tengo ningún problema! ¡Ni tampoco estoy triste! Tengo buena salud, tengo una familia maravillosa, un trabajo que me da dinero. No tengo motivos para estar triste.    —Caramba —El anciano se acarició la barbilla—. Ya me advirtieron que en esta época son bastante zoquetes en cuanto a comprender emociones y que no son capaces de distinguir la tristeza de la pena o la alegría de la felicidad. Mire, joven, uno se apena por sufrir una desgracia, pero la tristeza es algo más profundo, no depende tanto de lo que nos ocurre sino de lo que somos. Y, en su caso, la mejor prueba de su tristeza es que no me recuerda.    —¿Soy un triste porque no recuerdo a un anciano que no he visto en mi vida?    El anciano consultó la hora en su reloj de bolsillo y se encasquetó su sombrero de copa en la cabeza.    —Ya es tarde. Le dejo el tintero de oro hasta Nochebuena. Tiene por tanto dos días para hacer buen uso de él, en caso contrario me lo llevaré de vuelta y usted será considerado como un caso perdido.    Y dicho esto, el anciano se dirigió hacia la puerta acristalada que en esta ocasión atravesó cual fantasma. Nuestro personaje se quedó con la boca abierta, preguntándose por qué antes esperó a que le abriera la puerta si podía traspasarla, luego se sentó en el sofá y cogió el tintero de oro. En verdad, era reluciente y pesaba bastante. ¿Qué se suponía que debía hacer con él? Estaba demasiado excitado como para pensar que al acostarse se quedaría dormido de inmediato, pero ya era tarde y a la mañana siguiente debía regresar al trabajo, así que lo guardó en el maletín y se fue a la cama.
La mañana siguiente lo recibió con la misma excitación con la que se acostó. Apenas había podido dormir. Durante todas las vueltas que dio bajo las sábanas una palabra resonaba una y otra vez en su cabeza: tristeza. Desde luego, no era un tipo especialmente extrovertido ni la alegría de la fiesta. Al menos desde que dejó de ser un adolescente. Pero era un buen esposo, un buen padre y un buen trabajador, ¿qué más podía exigirse?    Salió de casa, bajó los ya citados peldaños y caminó por la ya mencionada acera que le llevaba al trabajo. Pero esa mañana, no andaba solo, lo acompañaban sus pensamientos sobre la visita de ese extraño anciano, que al parecer había olvidado, y que le dejó un tintero de oro.    De oro.    ¿Tal vez era eso? En el trabajo ganaba un buen sueldo, pero nunca venía mal recibir una cantidad extra de dinero con el que comprarse un coche nuevo, o un televisor o tal vez darse un buen viaje. O hasta hacerse con una casa más grande. Ese tintero parecía sólido y pesaba bastante, quizá podía valer mucho dinero. No muy lejos había un comercio de compraventa de oro, podría salir antes de la oficina y venderlo.     Siete horas y cincuenta minutos después, nuestro personaje se encontraba frente a un tipo de aspecto dudoso que lo saludaba tras un mostrador cubierto por grueso cristal.    —Ha llegado por los pelos —le dijo el tipo intentando ser amable, aunque sin disimular su molestia por la impertinente llegada de un cliente de última hora.    —Disculpe la hora —dijo nuestro personaje mientras sacaba el tintero de oro de su maletín—. Querría venderlo.    —Déjelo en la bandeja —dijo el tipo, mostrando una obertura en el grueso cristal.    Tras sopesarlo, examinó la superficie con una lupa. Frunció el ceño y comentó que no encontraba la K que indicara los quilates. Dejó el tintero y la lupa sobre la mesa y abrió una cajita forrada en piel gastada. De ella extrajo una piedra con la que rascó la parte de abajo del tintero y mojó la limadura con ácido.    —Humm, lo que me temía, caballero —dijo finalmente el tipo tras el mostrador—. Pesa y brilla como el oro, pero desde luego no es oro. Al menos es bonito, quizá podría sacar diez o veinte euros en una casa de empeño. Lo siento.    —No se preocupe —dijo nuestro personaje recogiendo el tintero de la bandeja.     Desde luego no era oro, musitó al salir del local de compraventa de oro. Entonces, ¿qué demonios significaba ese objeto? ¿De qué podía servirle para superar la tristeza?    La tristeza.    Había pensado mucho sobre ese tema desde que se lo mencionó el anciano. Y aunque le parecía una tontería, dado que no había nada en su vida que le provocara llanto o pesar, sí sentía una sensación por las mañanas al levantarse o por las noches al acostarse. Una sensación melancólica que hasta ese momento atribuía al cansancio o al estrés. Tristeza. Quizá podía llamarse así a esa apatía que lo acompañaba y que le hacía ver la vida como un espectador desganado.    De vuelta a casa, inició el ritual que, estimado lector, no le voy a repetir y que finalizaba con nuestro personaje sentado en el sofá. Pero en esta ocasión no mirando adormilado la televisión, sino contemplando el extraño objeto dorado. Lo miró de cerca, de lejos, incluso lo aferró con fuerza esperando una especie de mágica descarga que le influyera algún tipo de poder. En ese instante, unos golpecitos ya conocidos volvieron a sus oídos.    —Ya sé que le di dos días, pero esta noche andaba un tanto desocupado y sentí curiosidad por saber si había avanzado con el tintero de oro y su tristeza —dijo el anciano, una vez nuestro personaje abrió la puerta.    —¿De oro? ¡Y una mierda! No sé de qué está hecho este objeto, pero desde luego que no es de oro. Lo he comprobado.    —¿Es eso lo que ha pensado que se le ofrecía? ¡Virgen santísima! En verdad que empiezo a pensar que quien me envió estaba equivocado o usted es un caso perdido —dijo. Con la última palabra emitió un sonoro chasquido con la boca—. Joven, ¿no ha pensado que si la cosa fuera de dinero hubiera bastado con dejarle un buen fajo de billetes? Dígame, ¿con dinero marcharía su tristeza?    —Bueno, recibir dinero siempre es más una solución que un problema.    —¡Paparruchas! —dijo el anciano golpeando el suelo con el bastón. Y con la mirada enojada continuó—: Mañana es Nochebuena, es su última oportunidad. Le aconsejo que, por su bien, sea más sabio de lo que hasta ahora ha sido.    Nuestro protagonista le iba a replicar, pero aprovechando un parpadeo la figura se esfumó. Paparruchas. Esa exclamación era poco habitual, pero sintió la sensación de que alguna vez, hacía muchos años, había retumbado en sus oídos. ¿Dónde y en qué circunstancias? ¿Era eso? ¿Se la escuchó a ese anciano?     Se marchó a la cama, e intentando ubicar ese vago recuerdo, se quedó dormido.
La mañana del 24 de diciembre lo recibió antes de lo habitual. Si usted, querido lector, se acerca un poco más a la pantalla podrá ver un brillo especial en los ojos de nuestro protagonista mientras se mira al espejo y hasta un esbozo de sonrisa. La razón de ambas es que esa mañana, justo al abrir los ojos, un recuerdo lejano le gritó un nombre: Ebenezer Scrooge. ¡Ese era el nombre del anciano! Ese era el nombre del protagonista de aquel cuento de Navidad que leyó hacía tanto tiempo y cuya lectura se tomó como una lección de vida que, como los malos estudiantes, no tardó en olvidar.    Salió de casa y la calle le esperaba como siempre, pero esta vez, en lugar de ir por el camino habitual prefirió dar un pequeño rodeo que le permitiera seguir buscando el significado de ese tintero de oro, ahora que ya había recordado al señor Scrooge. En eso siguió las siguientes horas, lo que quizá le hizo no ser tan eficiente laboralmente hablando. Cuando el reloj marcó las seis, deseó feliz Navidad a sus compañeros de trabajo y con paso ligero regresó a casa. Esa noche sería la última en la que podría disponer del tintero de oro y todavía no había sacado nada en claro.    A esa hora no había nadie en casa, su esposa e hijos habrían ido a dar una vuelta antes de la cena de Nochebuena y el salón estaba a oscuras. Decidió no encender más luces que las coloridas bombillitas que adornaban el belén y el árbol de Navidad.    Se sentó en el suelo con el tintero en las manos. Tras unos minutos se fijó en la parte más ordinaria del mismo. El tapón. Hasta ese momento había pensado que se trataba de un objeto decorativo. Pero pesaba bastante y descartado que fuera por ser de oro, se le ocurrió que quizá hubiera algo dentro. Rodeó el tapón con la mano y giró la muñeca. Se desenroscó con cierta dificultad.    En el interior del tintero de oro había tinta, de un negro brillante sobre el que se reflejaban los verdes, rojos, amarillos y azules de las luces navideñas del Belén, deformándose en infinitos matices.    Acercó la nariz y el olor a tinta le recordó un tiempo ya muy lejano. Uno que ahora le parecía que fue vivido por otra persona distinta a la que ahora ocupaba su cuerpo. Un adolescente que soñaba historias y las escribía o dibujaba, que se pasaba horas leyendo y viviendo las aventuras que le mostraban las hojas de los libros o cómics. ¿Cómo se vería la tinta del tintero de oro en papel? Necesitaba una plumilla y papel. Entonces recordó que en algún lugar remoto de su casa todavía debería encontrarse la caja donde guardaba su material de dibujo y algunas libretas que contenían historias, la mayoría inacabadas, que solía escribir.    Tras un trabajo digno de un arqueólogo, logró dar con ella y regresó al salón, al lado del tintero de oro. Sacó una plumilla de la gastada caja de cartón y la mojó de tinta del tintero. Escribió «hola», lo justo para volver a sentir el tacto placentero de la plumilla con el papel. Luego escribió un poco más: «Érase una vez». Y entonces imaginó a un niño. Un niño perteneciente a una dinastía de magos poderosos pero cuya magia desaparecía conforme se hacían mayores; lo que les hacía especialmente inútiles, dado que cuando gozaban de mayor poder no tenían experiencia para usarlo, y cuando tenían la experiencia su magia ya había desaparecido.    Siguió escribiendo sin darse cuenta de la hora, ni de la tenue luz que lo envolvía. Su mano era una mera transcriptora de lo que él estaba viendo y viviendo en ese mundo mágico que estaba creándose en su mente.    Y así llegó al punto final.    Y con él sintió unas mariposas eléctricas recorriendo todo su cuerpo. Una dicha que dejó que la vida se la hiciera olvidar, sepultándola bajo toneladas de madurez y responsabilidades malentendidas.    Se levantó de un brinco y observó el belén. El mismo belén que había montado hacía días, pero que ahora le parecía tan distinto. Lo que antes era una figura sin mano de un pastorcillo, ahora le evocaba la historia de un niño que buscaba al lobo que se la arrancó para recuperarla, ¿lo encontraría? ¿Se la devolvería el arrepentido el lobo? Y siguió con las demás, encontrando en sus imperfecciones motivos para escribir un cuento.    Así lo encontró su familia, a quien recibió con besos y abrazos que no eran como los besos y abrazos del día anterior. Su esposa observó el tintero de oro y los papeles encima de la mesita de centro. ¡Qué follón tienes liado!, le dijo antes de pedirle que lo guardara y empezara a poner la mesa para la cena, que pronto llegarían todos.    Durante la cena, nuestro personaje simultaneó sus conversaciones, inusitadamente chispeantes, con continuas miradas hacia la terraza esperando ver en ella a Ebenezer Scrooge. Deseaba decirle que ya lo recordaba, que ya no sentía tristeza, que había comprendido el poder del tintero de oro. Mas el anciano no apareció ni entonces ni después.    Ya de madrugada, cuando los invitados se habían marchado y su única compañía era la soledad y las luces del belén salió a la terraza con la esperanza de ver a Scrooge. Hacía frío como no podía ser de otra manera, pero también una hermosa Luna llena. Esperó y esperó hasta que un pensamiento le estremeció. Regresó corriendo al salón con el corazón a cien.    Suspiró al comprobar que el tintero de oro permanecía en su lugar en la mesa. Pero había algo más. Una hoja amarillenta descansaba a su lado.    Puñetero y maravilloso Scrooge, se dijo antes de leerla.
GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens
¡Y estos son los relatos destacados en las votaciones!

MENCIÓN HONORÍFICA

DEL PUESTO DÉCIMO AL CUARTO    El número que aparece entre paréntesis se corresponde al total de participantes que otorgaron la puntuación correspondiente.
10. Con 35 ptos. EL RELOJERO, de Pedro Merchán (Blog El cuaderno de Pedro). Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (0), 5 ptos. (4), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 ptos. (3) y TOUCHÉ!, de Juan El Portoventolero (Blog Juan El Portoventolero). Ha sido votado por 7 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (2), 5 ptos. (1), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (1) 
9. Con 41 ptos. HUELLAS EN LA NIEVE, de Paco López Castelao (Blog CastroArgul). Ha sido votado por 9 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (2), 5 ptos. (3), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (2), 1 ptos. (0).
8. Con 44 ptos. EN BUSCA DE SANTA, de Bruno Aguilar (Blog Mensaje de Arecibo). Ha sido votado por 12 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos (0), 5 ptos. (2), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (4), 1 ptos. (2).
7. Con 46 ptos. SE ARMÓ EL BELÉN, de Mª Pilar Moreno (Blog Retazos de vida). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (2), 5 ptos. (0), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (3), 1 ptos. (0).
6. Con 57 ptos. LA OTRA NAVIDAD, de Isan Bairu (Blog Una capa de barniz). Ha sido votado por 12 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (3), 5 ptos. (2), 4 ptos. (2), 3 ptos. (1), 2 ptos. (2), 1 ptos. (0)
5. Con 58 ptos. UN CUENTO DE NAVIDAD, de Josep Mª Panadés (Blog Retales de una vida). Ha sido votado por 13 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (4), 5 ptos. (2), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (1), 1 ptos. (1)
4. Con 59 ptos. TRAMPANTOJO, de Pepe de la Torre (Blog Entre unas cuatro esquinas). Ha sido votado por 14 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos (1), 5 ptos. (1), 4 ptos. (3), 3 ptos. (3), 2 ptos. (3), 1 ptos. (0)
    ¡Y este es el PODIUM de ganadores!
     Con 73 puntos se lleva el TINTERO DE BRONCE el relato UN PUEBLO PARA VOLVER escrito por MATILDE BELLO.
GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens
Este relato ha sido votado por 17 participantes: 7 ptos (4), 6 ptos (3), 5 ptos. (2), 4 ptos (1), 3 ptos. (3), 2 ptos (0), 1 ptos (4). Enhorabuena a Matilde por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
    Con 80 puntos se lleva el TINTERO DE PLATA el relato BURBUJAS DE NAVIDAD, escrito por CARLES LEO.
GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens
Este relato ha sido votado por 15 participantes: 7 ptos. (4), 6 ptos. (6), 5 ptos. (2), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 pto. (1). Enhorabuena a Carles por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
   Y con 97 puntos, el TINTERO DE ORO de la XXIX Edición dedicada a Cuento de Navidad y Charles Dickens corresponde a... UNA BUFANDA DE COLORES, escrito por MARTA NAVARRO.
GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens
      Este relato ha sido votado por 22 participantes: 7 ptos (4), 6 ptos (2), 5 ptos. (5), 4 ptos (4), 3 ptos. (4), 2 ptos (1), 1 ptos (2). Enhorabuena a Marta por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog y la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.

    Por supuesto, os invito a disfrutar de todos los relatos participantes, tanto en la modalidad de concurso como la de fuera de concurso, además de las reseñas de Rosa Berros y Marta Navarro y el artículo sobre Dickens y la literatura victoriana de Ulises Castellano a los que podéis acceder a continuación:

GALA DE PREMIOS XXIX EDICIÓN: CUENTO DE NAVIDAD de Charles Dickens

Clica en la imagen para leer todos los relatos y aportes


    Y con esto despedimos este fantástico mes dedicado a Charles Dickens  y su Cuento de Navidad con 41 relatos que desde luego harán las delicias de todos los amantes de la ciencia ficción en general y del subgénero invasión extraterrestre en particular. Gracias a todos los que lo habéis hecho posible con vuestras lecturas y, por supuesto, a todos los autores que habéis regalado vuestro talento e imaginación a esta iniciativa.
    Así que un fuerte aplauso para Juana Medina, José Casagrande, Josep Mª Panadés, Nuria de Espinosa, Ana Piera, Juan El Portoventolero, Marta Navarro, Gabiliante, Manu Serrano, Ulises Castellano, Flor, Mayte López, Mª Pilar Moreno, Mª Carmen Píriz, Matilde Bello, Cynthia Soriano, Mirna Gennaro, Bruno Aguilar, Cristina Rubio, Patricia F., Albada Dos, Beba Pihen, Isan Bairu, Francisco Moroz, JM Vanjav, Puri Otero, Pepe de la Torre, Raquel Peña, Pedro Merchán, Paco López Castelao, David Serrano, Mik Way T., Ángel, Isabel Caballero, Jorge Valín, Harolina Payano, Emerencia Alabarce y Rosa Berros.
¡Saludos tinteros!
Por un 2022 lleno de sueños y soñadores.

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