Hill House espera inmutable, embutida entre las colinas que la cercan; impasible y serena como una araña tras tejer su trampa de hilos de plata. Tarde o temprano nuevos huéspedes llegarán a ella. Siempre lo hacen pese a la advertencia de no ser bienvenidos, salvo aquellos que busquen en Hill House su hogar, aunque no lo sepan todavía. Hill House espera. Espera.
GALA DE PREMIOS XXVI EDICIÓN: LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE de SHIRLEY JACKSON
El tibio sol calienta los ladrillos de su piel, pero Hill House siente algo más. Esta mañana, la señora Dudley está especialmente activa. Trajina con sábanas y edredones en las habitaciones de invitados tras dejar servido el desayuno en el aparador del comedor. Hill House puede oler el aroma a café recorriendo el pasadizo, cruzando el vestíbulo, subiendo la escalera, colándose en los dormitorios hasta detenerse en los gruesos cristales de las ventanas que la señora Dudley nunca se atreve a abrir. Hill House se despereza al sentir la pesada llave abriendo el candado de la verja. Escucha las bisagras oxidadas quejándose y el cosquilleo de las ruedas de los coches recorriendo el camino de acceso. Hill House percibe vida. Y se relame. Con los ojos de las gárgolas de sus cornisas ve los coches deteniéndose en la parte trasera. Ve a cada uno de los que bajan. Son veintinueve. Aprecia su peso a través de los peldaños de la escalera que da a la puerta principal. Se detienen ante ella. Hill House los observa ahora con la mirada del niño que da forma a la aldaba. No espera a que llamen para abrir la puerta. Veintinueve voces nerviosamente jocosas. Veintinueve corazones palpitantes. ¿Cuál de las veintinueve almas será la elegida? Hill House las recibe. Las acoge. Las siente. La señora Dudley indica a los recién llegados cuáles son los servicios para los que ha sido contratada. Le prestan atención, aunque sus miradas recorren el amplio vestíbulo vestido de madera oscura y tallas solemnes desde las que Hill House los observa y escucha. No distingue nada especial en ninguno de ellos. Solo de momento, porque sabe que siempre hay alguien con un alma que ansía redención y consuelo. Suben las escaleras que dan al rellano rectangular del primer piso donde se encuentran los dormitorios. Hill House deja que piensen que son ellos quienes eligen la habitación, que ellos son los que abren las puertas o que, simplemente, deciden mirar por las ventanas mientras ella permanece en silencio, contemplándolos a través de los ojos de los cupidos dibujados en las cenefas. Una mujer llama su atención. Risueña y dicharachera se dirige a la habitación azul. Hill House la sigue. Dentro, deja su maleta en la cama de sabanas azules. Abre el ropero con entusiasmo, con el mismo ánimo deja abierto el cajón de la cómoda y descorre, tarareando, la cortina para mirar con gozo la torrecilla y el jardín. A continuación, deshace la maleta y coge el monedero para guardarlo en el cajón. Entonces, algo sucede. Ella deja de tararear. Lo abre y saca una foto: un hombre y tres niños. La estampa tiembla en su mano antes de volver a esconderla tras los carnés. Deja caer el monedero en el cajón de la cómoda y vuelve a entonar la melodía. Hill House huele el aroma de la pérdida. Y de la culpa. Hill House se mete en sus recuerdos. Luego en su corazón. Y finalmente en su alma. Hill House ya ha elegido. Es ella.El crepúsculo la abraza como cada día desde hace ochenta años y como seguirá haciendo durante otros ochenta años. Hill House se siente cómoda con la oscuridad. La alimenta y le da fuerzas. Los huéspedes se encuentran cenando en el salón. El eco de sus carcajadas retumba por sus pasillos y llega hasta el conjunto escultórico de mármol del salón y la habitación infantil de la primera planta para luego ascender hasta el peculiar tejado cónico de la torre. Bromean sobre espíritus y fantasmas. En el salón, con los ojos de la fría estatua de mármol de Hugh Crain, el constructor y primer propietario de la mansión, Hill House los ve acercarse, pisando la alfombra de intrincados motivos, contemplando el vitral del rellano hasta detenerse frente a su mirada. Los escucha mencionar quién era Crain y las figuras de las niñas que componen el desproporcionado conjunto escultórico. Hablan de más cosas, pero a Hill House solo le interesa ella, que con la expresión gozosa de un explorador se muestra entusiasmada con la historia. Comenta algo divertido que el resto secunda con risas camino de la sala de estar. Hill House los sigue por el pasadizo y, cuando entran en la habitación de ambiente morado, los observa con los ojos de la figura de cupido que reina en la repisa de la chimenea. Unos se sientan en las butacas redondeadas alrededor de la mesa, otros prefieren hacerlo sobre la alfombra. Sacan unas hojas y se leen historias de fantasmas bajo la titilante luz de una lampara de cuentas de colores que provoca sombras grotescas en las altas paredes doradas de papel pintado. A Hill House le gustan especialmente los escritores, sabe que siempre hay mucho más que una afición, que las letras son el último recurso para llenar los profundos vacíos del alma. Ella, la elegida, lee el último relato. Orgullosa, satisfecha, como un pájaro que tras escapar de su jaula descubre el bosque donde viven sus congéneres. Tras celebrarle su historia, el resto de huéspedes calla durante un instante. Parecen cansados. Menos ella, que intenta provocar nuevas conversaciones. Quiere que la escuchen, que sepan lo mucho que tiene que aportar, pero solo consigue retrasar unos minutos el inevitable momento de irse a la cama y quedarse sola. Hill House los acompaña a sus dormitorios. Espera a que los cuchicheos den paso a las respiraciones profundas y, al fin, a que el silencio se adueñe del vestíbulo ancho y rectangular. Hill House ya está sola. Y ella también, bajo las sábanas azules de la habitación azul. Ha cerrado con llave. Hill House exhala su aliento de podredumbre y el frío entra por las rendijas de la puerta de madera. Ella duerme, pero su piel se eriza. Se tapa hasta la cabeza, pero el frío al fin la despierta. Hill House mueve entonces la manivela de la puerta. Sabe que ella lo ve cuando escucha los latidos de su corazón disparándose. Ella no grita, prefiere esconderse bajo las sábanas azules y cerrar muy fuerte los ojos esperando que al abrirlos se encuentre con la cálida luz del amanecer. Hill House golpea ahora la puerta. Golpea una y otra vez hasta que ella comienza a gritar. Gritos aterrados que resuenan en el vestíbulo ancho y rectangular. Gritos desesperados y agónicos como los que salieron de su garganta aquel día. El día a partir del cual nadie jamás la volvería a llamar mamá ni cariño. Hill House se da entonces por satisfecha. Contempla al resto de huéspedes acudiendo con paso acelerado. Hill House los deja. Por esa noche ha sido suficiente. Los observa entrando en el dormitorio. Encienden la luz. La ven llorando. Temblando. La abrazan. Ella les dice que algo aporreó la puerta e intentó entrar. Ellos la consuelan. Y le mienten al decir que también escucharon los golpes.
La lluvia empapa sus muros grises. Hill House siente cada una de las gotas que el cielo arroja sobre ella, también a los huéspedes que están recorriéndola, observando los ángulos imposibles de puertas y paredes, sus techos turbadoramente altos o bajos y los pasillos y escaleras que llevan a ninguna parte. Algunos se encuentran mareados, deciden salir a respirar el aire limpio y el perfume del césped mojado. Ella elige ese grupo. Alguien la abraza por el hombro, como otros lo hicieron durante el día. Ella lo agradece, empieza a percibir que Hill House la ha elegido, aunque todavía no sepa para qué, ni por qué. Cuando anochece deja de llover. Los huéspedes se encuentran de nuevo en el saloncito de ambiente morado. Como el día anterior, aunque ahora es diferente. Permanecen callados, pendientes de ella, de la mujer que Hill House observa contemplando melancólicamente por la ventana los reflejos de la luna en los charcos . Unos reflejos que juguetean y se deslizan de forma imposible. Hasta que forman un rostro. Un rostro de niño. Un niño que ella reconoce. Los sollozos ahogan su grito e inmediatamente recibe la atención del resto. La ayudan para que logre sentarse en una de las butacas redondeadas. Alguien le trae un vaso de agua, otro le acaricia los hombros. Más tranquila, ella habla de aquel día. De cuando ella conducía el coche con su marido y sus tres hijos camino del colegio. De la lluvia. De su depresión. De la noche de insomnio. Del camión que vino de frente. De las rosas que desde hacía tres años dejaba junto a las cuatro lápidas. Hill House no pierde detalle de cada una de sus lágrimas, de cada balbuceo. Hill House la espera frente al dormitorio azul. La acompañan dos personas del grupo que se ofrecen a dormir con ella. Ella lo rehúsa cortésmente. Les dice que está bien, que solo necesita dormir. Ellos aceptan, aunque le suplican que si sucede cualquier cosa les llame. Ella asiente antes de cerrar la puerta. El vestíbulo queda vacío, oscuro y silencioso hasta que Hill House decide que ya ha llegado el momento. «Mamá.» «Mamá.» «¡Mamá!» Hill House la ve llorar sentada sobre el colchón. No sabe qué hacer, si gritar, esconderse bajo las sábanas o abrir la puerta del dormitorio. Lo que sí sabe es que esas tres voces son las de sus hijos. «Mamá, ¿por qué no estás con nosotros?» «¿Por qué no estás con nosotros?» «¿Por qué?» «¿Por qué?» Hill House la ve levantándose, acariciarse los brazos y musitar «Mis niños» mientras se acerca a la puerta. Siente frío y tiembla al girar la manivela. Sigue temblando al salir al pasillo donde Hill House la envuelve con una brisa reconfortante que le hace saber que no está sola, que Hill House está con ella. Que Hill House la quiere. Ella recorre el vestíbulo llamando a sus hijos. «¡Estoy aquí! Mamá ha vuelto». El resto de huéspedes la han escuchado y quieren salir de sus dormitorios, pero Hill House no puede permitirlo. Oye los golpes en la puerta, los intentos inútiles para abrirla. Están desconcertados. ¿Por qué no se abren las puertas? ¿Por qué? ¿Por qué? Ella no los escucha. Ella solo tiene oídos para sus pequeños que la está llamando y que le piden que vuelva con ellos, que se sienten solos, que hace frío si ella no está para arroparlos y cuidarlos. A ellos y a papá. «Mamá, ¿por qué no estás con nosotros?» Ella baja las escaleras y cruza el salón escoltado por las recias puertas dobles adornadas con motivos frutales y espigas de trigo. Sigue los llamados de sus hijos, les ruega que dejen de esconderse para que mamá pueda abrazarlos, besarlos… pedirles perdón. Hill House le abre la puerta de la habitación que una vez fue el dormitorio de las hijas de su creador. La habitación eternamente infantil y solitaria. Ese es el lugar correcto en el que Hill House tiene decidido mostrarle a sus hijos y su esposo, tal y como ella los recordaba. Ella se arrodilla cuando los pequeños brazos de los niños se extienden. Deja que la rodeen, que sus mejillas se toquen. Y los abraza, y los besa. Su marido le acaricia el pelo y ella apoya la cabeza en su pecho. Hill House observa sus lágrimas, pero no es por la tristeza de la pérdida por lo que la ha elegido. «Mamá, ¿nos quieres?» A ella no le salen las palabras, responde abrazándolos más fuerte. «Mamá, si nos quieres, ¿por qué ya no nos echas de menos?» Ella se aparta, negando con la cabeza. Les dice que jamás los ha olvidado. «Mientes, mamá, ¿por qué has vuelto a ser feliz?» Ella se aparta horrorizada. Negando con la cabeza. Ahogando un grito al ver el rostro ensangrentado de sus pequeños y el amasijo de hierros que atraviesan a su marido. Tal y como murieron en sus brazos aquel día. Ella niega una y otra vez. «Cariño, ¿era esta la vida que querías? ¿Por eso ya no nos echas de menos?» Ella se tapa los ojos con las manos. «¿Por qué, mami? ¿Por qué eres feliz ahora que no estás con nosotros?» Hill House deja que ella llore. Le da tiempo para que esa verdad salga a la luz. Ella ya es suya. Ya no hay motivo para que el resto de huéspedes permanezcan encerrados en sus habitaciones. Les deja salir y que corran por el pasillo, que bajen las escaleras y que la encuentren arrodillada, abrazada a sí misma. Pidiéndose perdón.
Ella y Hill House saben que no la dejaran quedarse, tanto como saben que ella ya no puede marcharse. Ella solo tiene que fingir una vez más. Lo justo para montarse en su coche y girar la llave de contacto; solo un poquito más para salir del jardín y atravesar la verja. Apenas lo suficiente para acelerar y empotrarse contra el árbol. El resto de huéspedes corre hacia el coche en llamas, mientras ella regresa a Hill House, que la recibe con la puerta abierta. En el amplio vestíbulo ella avanza hacia donde sus hijos y marido la esperan.
Hill House queda en silencio cuando las veintiocho almas se marchan y el candado vuelve a cerrar la verja. Inmutable, embutida entre las colinas que la cercan, espera impasible y serena como una araña tras tejer su trampa de hilos de plata. Tarde o temprano nuevos huéspedes llegarán a ella. Siempre lo hacen pese la advertencia de no ser bienvenidos, salvo aquellos que busquen en Hill House su hogar, aunque no lo sepan todavía. Hill House espera. Espera.
MENCIÓN HONORÍFICA
DEL PUESTO DÉCIMO AL CUARTO
El número que aparece entre paréntesis se corresponde al total de participantes que otorgaron la puntuación correspondiente.10. Con 31 ptos. CUARTO DE HOTEL, de José Casagrande (Blog Museo de la confusión). Ha sido votado por 6 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (1), 5 ptos. (2), 4 ptos. (0), 3 ptos. (0), 2 ptos. (0), 1 ptos. (1)
9. Con 32 ptos. VACÍOS, de Carmen Ferro (Blog Cuentos en el andén). Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (1), 5 ptos. (0), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (1), 1 ptos. (3).
8. Con 36 ptos. EL BESO DE LA MUERTE, de Alfredo Luqueño (Blog Monomanías). Ha sido votado por 8 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (3), 5 ptos. (0), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (2), 1 ptos. (0).
7. Con 39 ptos. EXCELSIOR, de Jorge Valín (Blog Entre las brumas de Gallaecia). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (1), 5 ptos. (3), 4 ptos. (2), 3 ptos. (2), 2 ptos. (1), 1 ptos. (2).
6. Con 53 ptos. EL PASAJERO, de Paco López Castelao (Blog Castroargul). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos (2), 5 ptos. (2), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 ptos. (1)
5 y 4. Con 56 ptos. FURTA, de RR Misterio (Blog El rincón del misterio). Ha sido votado por 11 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos (4), 5 ptos. (0), 4 ptos. (1), 3 ptos. (2), 2 ptos. (0), 1 ptos. (1) y MUÑECAS, de Pepe de la Torre (Blog Entre unas cuatro esquinas). Ha sido votado por 14 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (5), 5 ptos. (2), 4 ptos. (2), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 ptos. (3)
Y el podium de ganadores es:
Con 58 puntos se ha llevado el TINTERO DE BRONCE el relato SOBRE PALMIRA escrito por ISABEL CABALLERO.Este relato ha sido votado por 16 participantes: 7 ptos (2), 6 ptos (0), 5 ptos. (2), 4 ptos (4), 3 ptos. (4), 2 ptos (2), 1 ptos (2). Enhorabuena a Isabel por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
Con 61 puntos, se lleva el TINTERO DE PLATA el relato LA CASA DE LA SIDRA, escrito por Matilde Bello.
Este relato ha sido votado por 16 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos. (1), 5 ptos. (3), 4 ptos. (3), 3 ptos. (2), 2 ptos. (3), 1 pto. (2). Enhorabuena a Matilde por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.
Con 64 puntos, el TINTERO DE ORO de la XXVI Edición dedicada a La maldición de Hill House y Shirley Jackson corresponde a... NI OLVIDAN NI PERDONAN, escrito por CARLES LEO.
Este relato ha sido votado por 16 participantes: 7 ptos (3), 6 ptos (3), 5 ptos. (1), 4 ptos (1), 3 ptos. (2), 2 ptos (4), 1 ptos (2). Enhorabuena a Carles por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog y la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO, la radioficción sonora que será publicada en nuestro canal de YouTube y de Ivoox por Ramón Márquez, creador del blog NOVELESCO.
Por supuesto, os invito a disfrutar de todos los relatos participantes, junto a las reseñas de Rosa Berros, Marta Navarro y MJ Ru1z a los que podéis acceder a continuación:
Clica en la imagen para leer los relatos y reseñas
Próxima edición: MATILDA de Roald Dahl (Junio 2021)
Bueno, quedaos tranquilos que lo vivido en esta gala es solo una ficción y, afortunadamente, todos los participantes regresaron sanos y salvos a sus casas. La próxima edición, como pasa el tiempo, será la última de esta temporada. Y desde luego que cambiamos de tercio narrativo para conocer el universo del gran Roald Dahl y su novela Matilda, que sin duda nos ofrecerá unos relatos mucho menos tétricos, aunque igual de geniales.El 1 de junio se abrirá la convocatoria en la que podrá participar cualquier humano, animal, robot o extraterrestre, a excepción de los tres ganadores de esta edición, Isabel Caballero, Matilde Bello y Carles Leo que podrán hacerlo, eso sí, como invitados.
Recordad: el tema del relato será una historia protagonizada por un niño con algún poder fantástico. . Más info AQUÍ.
¡Saludos tinteros!TE PUEDE INTERESAR:Si te has quedado con ganas de más solo tienes que clicar sobre las siguientes pantallas: