Revista Literatura

GALA DE PREMIOS XXX Edición: DESAYUNO EN TIFFANY'S de Truman Capote

Publicado el 28 febrero 2022 por David Rubio Sánchez
GALA DE PREMIOS XXX Edición: DESAYUNO EN TIFFANY'S de Truman Capote
¡Damas y caballeros! Sean bienvenidos a la trigésima gala de premios de El Tintero de Oro. Antes que nada, quiero agradecerles que para tan significada ocasión hayan cumplido con el código de etiqueta solicitado: esmoquin negro y máscara negra, para los caballeros; y vestido largo, negro o blanco, y máscara blanca para las damas.    La ocasión y nuestro invitado bien merecen este homenaje al mayor evento social del siglo XX: la fiesta de máscaras Black and White que se celebró en el hotel Plaza de Nueva York el 28 de noviembre de 1966 y a la que literalmente acudió la flor y nata de la elite social de la época a excepción de una sola y significada persona.    Pero un momento de silencio, nuestro invitado ha llamado a la puerta. Permítanme un instante para colocarme mi máscara negra y recibirlo como se merece.    —Señor Capote, es un verdadero honor contar con su presencia en nuestra trigésima gala de premios.    —Por supuesto, me lo puedo imaginar —responde mientras se quita el abrigo y el sombrero—. ¿Ha dicho la trigésima? No le parece un tanto irrespetuoso haber esperado treinta ediciones para mi homenaje.    —Esto…, entienda que…    —Tranquilo, joven. —Truman se coloca su máscara negra—. Parece que, en general, la prensa y los medios han olvidado mi número o han perdido el buen gusto.    —Bueno…, ya sabe que usted…    —¿Falleció? Joven, espero que escribiendo sea más eficaz que hablando. —Truman echa un vistazo a la decoración de nuestra improvisada sala de fiesta—. Dígame, ¿desde cuándo la muerte de alguien es un obstáculo para conseguir una buena entrevista?    No sabemos qué responder a esa pregunta, así que le ofrecemos una copa y un sonoro aplauso. Ambas cosas logran sacarle una sonrisa.

GALA DE PREMIOS XXX EDICIÓN: DESAYUNO EN TIFFANY'S de Truman Capote

Por supuesto, la decoración de nuestra fiesta no se puede comparar al lujo y el glamour de todo un hotel Plaza en la década de los sesenta, aunque el hecho de que hayamos adornado las paredes con sus fotos y las portadas de sus libros parece satisfacer el ego de Truman Capote. También le ha agradado especialmente un rincón en el que hemos dispuesto un diván, junto a una mesita en la que no falta un paquete de folios amarillos, un lápiz, una cajetilla de cigarrillos, una cafetera y su correspondiente taza, unos sobres de té de menta y un par de copas junto a un Martini y un Jerez.    —Sin duda se nota que este evento no lo he organizado yo, pero les reconozco buen gusto y el detalle de este rincón. ¿Me permiten recostarme en el diván?    —Para eso lo hemos colocado, por supuesto puede servirse del lápiz y el papel por si quisiera escribir.    Todos los asistentes hacemos un círculo alrededor de Truman y el diván, observando cada movimiento de Truman Capote. Él no muestra ningún reparo en sobreactuar la manera en la que se echa en el diván.    —¿A cuánto se paga un cuento hoy día? Soy incapaz de escribir nada si no me pagan por ello.    —Bueno, la verdad es que…     —¡Ja, ja, ja! —Su risa es aún más aguda que su voz—. Estaba bromeando. Aunque echo de menos la narrativa, escribir es el cuarto de mis pasatiempos preferidos.    —Qué son…    —Conversar, leer, viajar y escribir. Por ese orden. Así que permítanme encender un cigarrillo y saborear ese Martini mientras hablamos.    Durante los últimos días anotamos en una libreta todas las preguntas que queríamos hacerle a Truman, así que la saco del bolsillo interior de mi esmoquin y la abro por la primera página.    —¿Qué piensa hacer con esa libreta? —pregunta Truman tras una primera y profunda calada a su cigarrillo.    —Hemos anotado unas preguntas durante la semana y….    —Déjemela ver un momento —nos pide Truman extendiendo su pequeño brazo. Al dársela, la cierra y la lanza por encima de nuestras cabezas—. El secreto del arte de la entrevista es hacer creer a la otra persona que te está entrevistando a ti. Sin tomar una sola nota, ni  interponer nada entre el entrevistado y tú.    —Pero no quisiéramos olvidarnos de ninguna pregunta ni ninguna de sus respuestas.    —Eso significará que o bien no les interesa ninguna de las dos cosas o bien que tienen que ejercitar esa memoria. Espero que lo primero no sea el caso, para lo segundo les recomiendo una práctica que me dio muy buen resultado. —Truman echa un trago a su copa de Martini antes de continuar—: Miren, para un escritor la vista y el oído es esencial, deben acostumbrarse a mirar y escuchar más allá de lo que otros perciben simplemente viendo u oyendo, y además deben registrarlo en su memoria para luego poder mostrarlo en sus historias.    —¿Qué practica utilizó para ello?    —Puede que les parezca un tanto extraño, pero en cierta época le pedí a un amigo que me leyera el catálogo comercial de Sears. Al principio recordaba un cuarenta por ciento de los artículos, al cabo de tres meses, el sesenta por ciento. ¡Llegué a memorizar el noventa por ciento!    —¿Y el diez por ciento que faltaba?    —No sea tan exigente, ¿a quién demonios le puede interesar el diez por ciento restante? Je, je, je. —Truman apaga el cigarrillo en el cenicero y apura su primera copa—. Logré una memoria fotográfica bastante significativa y la apliqué por primera vez acompañando a una compañía de ópera en una gira en la Unión Soviética. Me pasaba el día observando, registrando imágenes, impresiones y diálogos que luego trasladaba a los artículos y luego a mi obra Se oyen las musas. Cuanta más verdad haya en tu novela, más rico será su contenido.
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Tras estas palabras el silencio se apodera de la sala, en el hilo musical comienzan a sonar los acordes de Moon river. Los ojos de Truman, brillantes tras la máscara negra, observan uno a uno a los asistentes, como si nos lanzara rayos X para ver a través de nuestros rostros enmascarados, como si buscara a alguien.    —Me preguntaba… Nada, es una tontería. —Truman coge el lápiz y juguetea con él—. Así que ustedes también son escritores.    —Aspiramos a ello, o al menos lo intentamos.    —¿Y ya saben dónde se están metiendo?    —En realidad, tampoco tenemos más pretensiones, solo divertirnos contando historias.    —Ja, ja, ja… Recuerdo cuando yo también me divertía, ¡hace ya una eternidad! —Truman coge la copa y se decide en esta ocasión por el Jerez—. Pequé de la misma inocencia en la que se encuentran ustedes, ignoraba que me había encadenado de por vida a un amo tan noble como despiadado. Cuando Dios te concede un don, al mismo tiempo te da un látigo.    —¿A qué se refiere?    —Llega un momento en el que descubres la diferencia entre escribir bien y escribir mal. Luego descubres algo mucho más alarmante todavía: la diferencia entre escribir muy bien y el verdadero arte; es una diferencia sutil, pero salvaje.    —No sé si nosotros nos dará tiempo de darnos cuenta de ello. La mayoría empezamos a una edad tardía.    —Tardía o temprana, ¿qué más da? En mi caso comencé siendo niño, más que nada para combatir la soledad y el aburrimiento, pero reconozco que enseguida se convirtió en algo enfermizo. Mi mente zumbaba noches enteras imaginando historias, jugando con personajes, dándole un nuevo final a los hechos vividos durante el día. Me sentía tan excitado que apenas pegaba ojo y eso empezó a hacerme mella. Por suerte, antes de enloquecer, encontré la forma de sosegarme.    —Que era…    —El whisky, naturalmente. Tenía unos quince años y por supuesto no podía comprarlo. Por fortuna, contaba con unos cuantos amigos mayores que eran sumamente complacientes en ese sentido y no tardé en llenar una maleta con botellas de todo: desde brandy de zarzamoras hasta whisky Bourbon. Guardaba la maleta en un ropero y bebía sobre todo por la tarde; después masticaba un puñado de Sen Sen y bajaba a cenar al comedor, donde mi comportamiento, caracterizado por largos silencios y miradas vidriosas, se convirtió gradualmente en motivo de consternación general. Uno de mis parientes solía decir: "Realmente, si no fuera porque sé que es absurdo, juraría que está borracho perdido”. Bueno, claro está que esa pequeña comedia, si tal era, terminó con el descubrimiento de la maleta y un relativo desastre; pasó mucho tiempo antes de que volviera a probar una gota.    —Sin duda, fue un niño peculiar.    —Reconozco que era justa la consideración de que era un niño excéntrico y estúpido. Detestaba el colegio y lo suspendía todo, fíjese como sería la cosa que el director de una escuela les pidió a mis parientes que me llevaran a un psiquiatra para que diagnosticara mi “subnormalidad” y así poder recibir una educación especial.    —¿Y lo hicieron?    —Desde luego que sí, pero… —Truman se detiene para encenderse su segundo cigarrillo—. Pero lo que descubrieron es que mi cociente intelectual era el propio de un genio, je, je, je.    Le acompañamos en su carcajada.    —Y ustedes, ¿qué escriben? —nos pregunta Truman a quemarropa.    —En realidad no gran cosa, cuentos, relatos…    —¡No gran cosa! —Truman aplasta la segunda colilla de manera enérgica en el cenicero—. Se parece a ciertos escritorzuelos que conocí. Les voy a decir una cosa: el cuento es el más difícil y el más riguroso de los géneros en prosa existentes. Todo el control y la técnica que yo pude alcanzar se lo debo enteramente a mi adiestramiento en ese género.    —Caramba, no era mi intención menospreciar el género, me refería a que somos escritores noveles con todo por aprender. ¿Nos puede dar algún consejo?    —Cada cuento es un mundo en sí mismo. Cada relato presenta sus propios problemas y solo los puede resolver el propio autor de la historia, pero como eso a lo mejor le puede parecer una salida por la tangente le diría que la forma correcta para un cuento es descubrir la manera más natural de contarlo. El modo para comprobarlo es sencillo: después de leer el cuento, ¿puede uno imaginárselo en una forma diferente, o parece absoluto y definitivo? Del mismo modo que una naranja es definitiva, algo que la naturaleza ha hecho de la manera precisamente correcta.    —Eso es más fácil decirlo que hacerlo.    —Por supuesto, pero ese es el rumbo al que se debe dirigir cualquier escritor. ¿Comprende ahora mejor lo que le dije respecto a que cuando Dios nos da un don también nos da un látigo? Quizá sea exagerado, pero no olvide que soy un estilista. ¡Son tantos los detalles que pueden arruinar un cuento! Basta un ritmo defectuoso en las frases, una coma mal puesta o un párrafo mal dividido y una buena historia se convierte en un mal cuento.    —Puff, de repente escribir empieza a parecernos un castigo. Hoy se suele diferenciar entre escritores brújula y escritores mapa, según si escriben sin un plan determinado o bien planifican antes su historia. ¿Cómo se definiría usted?    —Hubo una época en que yo usaba un cuaderno de apuntes en el que hacía esquemas de cuentos. Pero descubrí que eso marchitaba de algún modo la idea en mi imaginación. Si la idea es lo suficientemente buena, si de veras le pertenece a uno, entonces no se puede olvidar: lo acosará a uno hasta que la escriba.    —Entonces, ¿usted empieza a escribir “a la brava”?    —Desde luego que pienso y reflexiono sobre la historia, pero cuando creo que la idea está madura no hay que demorar su escritura. Es el momento de coger el lápiz y escribir. Ya habrá tiempo de corregir y revisar cuando el primer borrador esté listo.    —E imagino que sus revisiones no son poca cosa.    —Ya les dije que soy un estilista hasta la obsesión. Para mí, la colocación de una coma o el valor de un punto y coma son asuntos nada desdeñables. Aunque me irrite el tiempo que tardo en esa revisión no puedo evitarla.    —¿Y cómo se consigue un estilo propio?    —No creo que el estilo sea algo a lo que se llegue conscientemente, de la misma manera que nadie interviene para decidir el color de nuestros ojos. Al fin y al cabo, su estilo es usted. En última instancia la personalidad de un escritor tiene mucho que ver con la obra. La personalidad tiene que estar humanamente presente. Personalidad es una palabra envilecida, ya lo sé, pero es lo que yo quiero decir. La humanidad individual del escritor, su palabra o su gesto frente al mundo, tiene que aparecer casi como un personaje que entre en contacto con el lector. Si la personalidad es vaga o confusa o meramente literaria, cha ne va pas!    —Y desde luego a usted le sobra la personalidad. Pocas personas se autoproclaman como genio.    —En mi caso lo puedo demostrar, recuerde que me hicieron unas pruebas de niño que así lo atestiguan. Mire, la humildad y la modestia están muy sobrevaloradas en la sociedad y lo más gracioso es que nadie se las cree. Es una carta de presentación muy hipócrita, cada uno sabe lo que vale y en qué es bueno y no lo es. Casi lo considero una falta de respeto. Yo sé cómo escribo y sé lo que me cuesta llegar a ello, ¿por qué menospreciarlo?    —Pero esa actitud suele resultar molesta al resto.    —Solo en apariencia. Créame, los escritores necesitamos llamar la atención, atrapar toda la luz de los focos. Si quiere haga la prueba. Escriba dos cuentos, en el primero anúncielo en plan “he escrito un relato que no es gran cosa”; en cambio, hable del segundo en términos como “un relato como no se ha escrito desde Truman Capote”. No le quepa duda de cuál será el relato al que se dirigirá el lector.
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Truman enciende su tercer cigarrillo y se toma su segundo Martini. Vuelve a quedar en silencio, escudriñándonos, dándonos la sensación como si tratara de encontrar a alguien. De repente, sus ojos se detienen frente al cartel de la película Desayuno en Tiffany’s, donde aparece Audrey Hepburn con su famoso vestido negro. En esta ocasión le preguntamos.    —¿Está buscando a alguien?    —¿Tan trasparente soy aun con esta máscara? En realidad, es una tontería. Cuando organicé el baile Black and White, tras publicar A sangre fría, invité a todos los ricachones, intelectuales y artistas que merecían la pena. Solo una persona rehusó la invitación. No sin razón, lo reconozco, fui muy desconsiderado con ella. Me estaba preguntando si esa persona sí hubiera aceptado su invitación.    —¿De quién se trata? Tal vez podamos confirmarle si está o no.    —Da lo mismo, nunca se me dio bien pedir disculpas. ¿Quieren que les hable del tercer borrador?    —Puede hablarnos de lo que quiera, para eso es nuestro invitado de lujo.    —Bien, pues cuando ya he revisado el manuscrito lo mecanografío en un papel amarillo, parecido al que me han dejado en la mesita. No salgo de la cama para ello, recuerden que soy un escritor horizontal. Simplemente mantengo la máquina sobre mis rodillas. Ah, sí, lo hago muy bien: escribo cien palabras por minuto. Bueno, cuando el borrador en papel amarillo está listo, guardo el manuscrito durante algún tiempo, una semana, un mes, a veces más. Cuando vuelvo a sacarlo, lo leo tan fríamente como sea posible, después se lo leo a uno o dos amigos y decido qué cambios quiero hacerle y si deseo publicarlo o no. He echado a la basura unos cuantos cuentos, una novela entera y la mitad de otra. Pero si todo marcha bien, mecanografío la versión definitiva en papel blanco y ahí acaba todo.    —¿Se puede aprender a escribir?    —El único recurso que conozco es el trabajo. La creación literaria tiene leyes de perspectiva, de luz y sombra, al igual que la pintura o la música. Si uno nace conociéndolas, magnífico. Si no, hay que aprenderlas y reordenarlas a conveniencia de uno. Lo importante es el control emocional sobre la historia. Tengo que agotar la emoción antes de sentirme lo suficientemente clínico para analizarla y proyectarla, y por lo que a mí se refiere ésa es una de las leyes de la adquisición de una verdadera técnica. Mi propia teoría es que el escritor debe haber gozado su ingenio y secado sus lágrimas mucho, mucho antes de proponerse suscitar reacciones similares en un lector. En otras palabras, creo que la mayor intensidad en el arte en todas sus formas se alcanza con una cabeza dura, fría y deliberada.    —¿Cuál sería la historia perfecta, Truman?    —Aquella que combinara la credibilidad de lo fáctico, la inmediatez del cine, la profundidad y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía. —Dicho esto apagó el tercer cigarrillo. Entonces torció el gesto y chasqueó con los dedos—. ¿Serían tan amables de retirar el cenicero? No soporto la visión de tres colillas en un mismo cenicero.    —¿Y eso?    —Simplemente superstición, algo que por otra parte no es inusual en tipos tan extravagantes como yo. También suelo sumar todos los números: hay algunas personas a las que nunca llamo por teléfono porque sus números suman una cifra de mal agüero. También rechazo ciertos cuartos de hoteles por la misma razón. No tolero la presencia de rosas amarillas, lo cual es algo triste porque son mis flores favoritas. No viajo en un avión con dos monjas; y, por último, pero no menos importante: No comienzo ni termino nada un viernes.    Retiramos el cenicero entre sonrisas. Unas campanadas nos informan de que ya son las doce de la noche, el momento en el que ya podemos quitarnos las máscaras. Truman se demora un tanto, su mirada escruta el rostro de los asistentes conformen se desenmascaran, y a todos ellos les dedica una sonrisa, aunque también un parpadeo de decepción.    Es en ese momento que una estilizada y femenina figura se acerca al diván. Viste un Givenchy de satén negro con escote recortado a la espalda, guantes largos y collar de vueltas de perlas. Su máscara blanca contrasta con el negro azabache de su cabello recogido. Lleva en la mano una larga boquilla.    —¿Tiene fuego? —Le pide a Truman.    —Por supuesto —Truman enciende una cerilla. También se le ilumina el rostro.    —Gracias, ¿le apetece bailar?    —Nada me apetecería más, Audrey. —Truman se pone de pie y la coge de la mano. Se alza sobre la punta de sus zapatos para acercarse a la oreja de Audrey—. Lamento tanto mis críticas por tu interpretación en Desayuno en Tiffany’s… Ruego aceptes mis disculpas.    —Entonces, ¿soy Holly?    —Siempre lo serás.    Y comienzan a bailar.
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MENCIÓN HONORÍFICA

DEL PUESTO DÉCIMO AL CUARTO    El número que aparece entre paréntesis se corresponde al total de participantes que otorgaron la puntuación correspondiente.

10. Con 36 ptos.  ZERU, ZERU, de Cynthia Soriano (Blog Libros, puente a otros mundos). Ha sido votado por 7 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (2), 5 ptos. (2), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (0) 9. Con 38 ptos. MISERIA Y ORO, de Pedro Merchán (Blog El cuaderno de Pedro). Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (3), 5 ptos. (2), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (3).8. Con 40 ptos. ESMERALDA, de Beba Pihen (Blog Ahora yo digo). Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (2), 5 ptos. (2), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (1), 1 ptos. (2).7. Con 45 ptos. LA LEYENDA DEL LAGO, de Josep Mª Panadés (Blog Retales de una vida). Ha sido votado por 12 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (3), 5 ptos. (3), 4 ptos. (2), 3 ptos. (0), 2 ptos. (0), 1 ptos. (4).6. Con 49 ptos. EL ÓPALO, de Maite Sánchez (Blog Cuentos bajo la almohada). Ha sido votado por 12 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (1), 5 ptos. (1), 4 ptos. (3), 3 ptos. (3), 2 ptos. (1), 1 ptos. (1)5. Con 50 ptos. JOYAS EN SOMBRA Y LUZ, de Jose R. Capel (Blog Relatos en Re menor). Ha sido votado por 13 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos (0), 5 ptos. (3), 4 ptos. (0), 3 ptos. (3), 2 ptos. (1), 1 ptos. (3)4. Con 60 ptos. ÁNGEL CUSTODIO, de Bruno Aguilar (Blog Mensaje de Arecibo). Ha sido votado por 15 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (1), 5 ptos. (3), 4 ptos. (4), 3 ptos. (0), 2 ptos. (4), 1 ptos. (1)    ¡Y este es el PODIUM de ganadores!Con 61 puntos se lleva el TINTERO DE BRONCE el relato LOS CAMINOS INESCRUTABLES escrito por FRANSCISCO MOROZ.
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Este relato ha sido votado por 16 participantes: 7 ptos (2), 6 ptos (2), 5 ptos. (1), 4 ptos (3), 3 ptos. (4), 2 ptos (2), 1 ptos (2). Enhorabuena a Francisco por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.    Con 86 puntos se lleva el TINTERO DE PLATA el relato AU REVOIR, MON AMÍ, escrito por JORGE VALÍN.

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Este relato ha sido votado por 19 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos. (5), 5 ptos. (3), 4 ptos. (2), 3 ptos. (5), 2 ptos. (2), 1 pto. (0). Enhorabuena a Jorge por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.

   Y con 88 puntos, el TINTERO DE ORO de la XXIX Edición dedicada a Desayuno en Tiffany's y Truman Capote corresponde a... EL DIAMANTE, escrito por PEPE DE LA TORRE.
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      Este relato ha sido votado por 18 participantes: 7 ptos (3), 6 ptos (4), 5 ptos. (4), 4 ptos (4), 3 ptos. (2), 2 ptos (0), 1 ptos (1). Enhorabuena a Pepe por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog y la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.    Por supuesto, os invito a disfrutar de todos los relatos participantes, tanto en la modalidad de concurso como la de fuera de concurso, además de las reseñas de Rosa Berros, MJ Ru1z y Marta Navarro a los que podéis acceder a continuación:

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Clica en la imagen para leer los relatos y reseñas


    Y con esto despedimos este fantástico mes dedicado a Truman Capote y su Desayuno en Tiffany's. Gracias a todos los que lo habéis hecho posible con vuestras lecturas y, por supuesto, a todos los autores que habéis regalado vuestro talento e imaginación a esta iniciativa.

    Así que un fuerte aplauso para Juan El Portoventolero, Emerencia Alabarce, José Casagrande, Guillermo Castillo, Patricia Fulvey, Beba Pihen, Nuria de Espinosa, Raquel Peña, Gabiliante, Maite Sánchez, Isabel Caballero, Cynthia Soriano, Jorge Valín, Bruno Aguilar, Ernesto V. Salcedo, Flor, Josep Mª Panadés, Cristina Rubio, Carmen Ferro, Ana Piera, Juana Medina, Francisco Moroz, Pepe de la Torre, Isan Bairu, Pedro Merchán, Javier Rodríguez-Morán, JM Vanjav, Puri Otero, José R. Capel, MJ Ru1z, David Serrano, Marta Navarro, Ángel, Mari Pau González, I. Harolina Payano y Rosa Berros.

    ¡Saludos tinteros!

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