Revista Literatura

GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe

Publicado el 03 julio 2022 por David Rubio Sánchez
GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe
¿Es esta la soledad del náufrago? ¿Es esta la calma resignada que aflora cuando el horror ha sobrepasado toda medida, al punto de hacer desaparecer el miedo a la propia muerte?    Solo la luz de una mortecina vela me acompaña, un mísero trozo de cera como única defensa frente a la oscuridad que me rodea. Lo único que pido es que la precaria llama se mantenga viva mientras escribo el testimonio de lo vivido. Eso, y que este manuscrito, en algún momento del futuro —de ese futuro del que ya no formaré parte— sea leído por alguien.    Si es así, si mi historia ha logrado llegar a ustedes como un mensaje en una botella que hubiera surcado los mares más negros que nadie pueda imaginar, solo les pido que, aunque su lectura les haga dudar de mi cordura, no cuestionen mi honestidad.

GALA DE PREMIOS XXXII Ed. CUENTOS MACABROS DE EDGAR ALLAN POE

Quiso el Destino mover sus hilos y que la convocatoria de nuestro homenaje a Poe llegara a un filántropo millonario de nombre Stendhal. Ese día, el tal Stendhal podría haber asistido a un evento de sus múltiples negocios, o tal vez algún amigo se hubiera decidido a visitarlo, o puede que incluso un arrebato de naturaleza le hubiera llevado a un largo paseo por los alrededores de su finca. Pero ese día, a esa hora, el señor Stendhal se encontraba curioseando por internet y llegó a nuestro blog siguiendo lo único que quizá compartiéramos con él: su pasión por Edgar Allan Poe. Mas si en nuestro caso esa devoción nos animó a escribir relatos inspirados en él, la obsesión de Stendhal le llevó a algo aún más extraordinario. Algo solo al alcance de su posición económica y de cierta tendencia megalómana: construir una mansión que ladrillo a ladrillo replicaba la casa Usher. Es más, sus sueños sin límites no quedaban ahí pues su intención última era repetir semejante logro en Marte. De esto no podré darles cuenta, pero seguro que plumas más refinadas y competentes que la mía —y pienso en Ray Bradbury— lograrán una crónica precisa de ello.    Tuve conocimiento de lo anterior cuando el susodicho contactó conmigo para ofrecer esa mansión como sede de nuestro concurso de relatos. Por supuesto, él asumiría todos los gastos del viaje. Ni qué decir que el asombro se dibujó en mi cara al escuchar tal propuesta.    Ni qué decir que acepté de inmediato.    La fortuna del señor Stendhal logró que en un solo día recorriéramos medio mundo hasta alcanzar, en el ocaso de la tarde, un sendero de tierra donde nos esperaba un carruaje de caballos. Los últimos rayos de sol nos permitieron disfrutar del Valle de la hierba irisada que se extendía a un lado y otro del sendero. ¡Ay! Ojalá esta vela me permitiera explayarme y describir la belleza del mismo o la paz que embargó nuestro pecho al contemplar el plácido fluir del rio del silencio. Pero la implacable llama consume la mecha ajena a mis deseos.    Con el anochecer se levantó una niebla, una espesura blanca que extrañamente parecía surgir de la tierra que, en ese momento, se nos mostró desolada. El manto verde mudó a una alfombra de ceniza y los árboles, ahora desnudos, parecíannos espectros de formas monstruosas, cuyas ramas, como brazos esqueléticos, señalaban a un lugar muy concreto.    La casa Usher apareció a nuestros ojos como una silueta negra recortada sobre un cielo aún más negro. La llama de las bujías que escoltaban su puerta ofrecía una luz que, lejos de reconfortar nuestro ánimo, se presentaba furiosa y amenazante. ¡Pobres de nosotros! ¡Tan poderosa es la curiosidad! ¡Tan arrebatador nos resulta lo desconocido que nos abocamos a él como polillas sin cabeza!    Tras golpear la aldaba, la puerta se abrió al igual que nuestras bocas. El señor Stendhal nos había informado de que la casa había sido dotada con los últimos ingenios en robótica e inteligencia artificial a fin de que funcionara como un organismo autónomo, ello incluía a los seres que la habitaban, de entre los que destacaba el androide que ejercería de anfitrión. De él se nos dijo que era con mucho el más logrado en aspecto y funcionalidad, pero lo que no nos fue advertido es que esa figura que nos abrió la puerta, cubierta con una capa de cadete militar, reproducía el aspecto de Edgar Allan Poe. No solo lo visible como su ancha frente y su peinado desmañado; su bigote de estilo regular; la palidez de su piel; sino lo más intangible como la melancolía de su mirada y el halo de tormento que lo envolvía.    —Sean bienvenidos a esta casa —nos dijo con una voz grave, pero tan humana como la de cualquiera—. Por favor, sean tan amables de entrar y honrarla con su presencia.    Una vez dentro, sobrevoló nuestras cabezas una sombra negra que se posó sobre el brazo izquierdo del Poe de tuercas y engranajes, a quien nuestro «Oh» de sorpresa con el que saludamos al cuervo no le mereció reacción alguna. Uno de nosotros no pudo evitar dirigirse a la córvida figura:    —Dime, cuervo, tras esta visita ¿volverá nuestra imaginación a sentir la agónica ausencia de las musas?    El cuervo hizo recorrer sus ojos por todos los que lo rodeábamos antes de mover el pico. Fue entonces que de sus entrañas de metal surgió una voz a medio camino entre un graznido y un eco:    —Nunca más.    En este momento, solo puedo comprender las risas y carcajadas que siguieron como producto de nuestra inocencia más ignorante. Otra compañera continuó preguntando:    —Contesta, ave de la noche —recalcó esto último con un tono sobreactuado—, ¿el desánimo y la duda seguirá atormentándonos frente al vasto vacío de una hoja en blanco?    —Nunca más.    Tras responder, el cuervo abrió sus alas y marchó. El androide, que en lo sucesivo llamaré Poe dado que para ello fue creado, interrumpió las nuevas risas indicándonos que tenía orden de mostrarnos la mansión en esa misma noche. Añadió que comenzaría por los siete salones que cobijaba en su interior. Al parecer, contrario a la costumbre, los mismos no se sucedían formando una larga galería, sino que estaban dispuestos de manera irregular e independiente, para que cada uno evocara una emoción distinta. A tal fin, cada salón vestía su decoración con un único color, que a su vez era iluminado por el mismo tono cromático que proyectaban unas ventanas de vitrales tintados. Así, del azul pasamos al púrpura, al verde, al naranja… hasta llegar al séptimo. Un salón cubierto de colgaduras de terciopelo negro, pero cuya iluminación era roja.    Roja como la sangre.    El efecto que dicha luz provocaba en nuestras caras puede resumirse en una palabra: agonía. Una sensación de angustia y repulsa se adueñó de todos nosotros como si la visión de nuestro rostro encarnado nos recordara el dolor y el horror de la enfermedad. Ni qué decir que permanecimos en ella el tiempo justo que nuestros pasos se tomaron para llegar a la salida. Mas, cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que no todos abandonamos el salón carmesí. Así se lo advertimos a Poe mientras cerraba la puerta. Este, tras tomarse su tiempo para girar la llave en la cerradura, nos dijo:    —Quienes aquí se han quedado habrán encontrado en el salón la inspiración para su relato. ¿No es eso lo que los ha traído a esta casa? Las musas suelen encontrarse en la misma habitación donde encerramos lo que más tememos.    —Pero, ¿qué pueden temer quienes quedaron en ese salón? —preguntamos a Poe, cuyas respuestas enigmáticas ya nos habían hecho olvidar su naturaleza artificial.    —Lo sabrán leyendo el relato que resulte de esa estancia, ¿no les parece?    Sin darnos opción a una nueva réplica, Poe nos dirigió a una galería paralela en cuyo final se encontraba una puerta de madera carcomida que daba a una escalera que llevaba a la parte inferior de la casa. Con tiento y cuidado de no resbalar, dada era la capa de humedad que cubría los escalones, descendimos a una cripta repleta de toneles. El olor a vino nos avanzó lo que contenían los mismos. Poe elogió la selección de vinos que descansaban en la bodega, destacando de entre ellos el amontillado. En esta ocasión, sí advertimos cómo unos compañeros quedábanse embelesados frente a una pared de mampostería. Pese a advertirles que nuestro recorrido continuaba no hubo reacción por su parte. Indiferentes a nuestro llamado, su mirada quedó fija en ese muro, como si a través del mismo una voz inaudible para el resto les estuviera reclamando. ¿Qué horror cautivador subyugó su mente y tal vez su alma?    Al darnos cuenta de lo inútil de nuestra insistencia proseguimos el camino por el que nos guiaba Poe. Para nuestro desánimo, la puerta que ahora abría profundizaba aún más en las entrañas de la tierra. Descendimos con más tiento y cuidado, siguiendo la triste luz del quinqué que portaba Poe. El olor a humedad y limo poco se diferenciaba del olor a la putrefacción. Casi podíamos sentir cómo se pegaba en nuestra ropa y se endurecía sobre nuestra piel.    En esa especie de vestíbulo del Infierno observamos lo que sin duda eran celdas. Calabozos nacidos de la perversidad más profunda del ser humano; lugares donde el castigo no era la ejecución de la condena, sino algo más horrible: la desesperanza. Poe nos mostró una de ellas. El crujir de bisagras fue acompañado por los pasos veloces y pequeños de una colonia de ratas que, asustadas, encontraron refugio en un pozo cuya negritud solo era comparable con su profundidad. He de confesarles que en esta ocasión me embargó un escalofrío, una sensación de abandono y desazón que se me hizo más insoportable cuando al observar el techo de la inmunda celda vislumbré un péndulo tan afilado como la hoja del hacha de un verdugo. Me embriagué de pesadumbre ante esa visión del triste e inevitable destino que el tiempo tiene reservado a nuestra existencia. Mis músculos se tensaron y en un estado cercano al paroxismo quedé clavado al borde de ese pozo. ¿Era esta la misma sensación que había hechizado a nuestros compañeros de letras? Una mano sobre mi hombro logró que la sangre volviera a calentar mi cuerpo y ponerlo en marcha. Al salir de la celda no pude menos que preguntarme si fue la cálida mano la que me sacó de allí o si es que, pese a lo contemplado, la mansión me tenía reservado un horror aún mayor.    Aturdido, seguí con torpeza los pasos de Poe. Junto al resto del grupo, que una vez más había menguado, subimos unas escaleras que por fortuna nos llevaron al exterior, donde el aire fresco de la noche lo apreciamos como el aroma a rosas de la diosa Afrodita. Mas lo que pensamos que se iba a tratar de un delicioso paseo nocturno por los alrededores ajardinados de la mansión se trastocó en un nuevo motivo de espanto al descubrir que el terreno que pisábamos era un camposanto.    Unos cuervos negros, posados sobre las lápidas, se enseñoreaban como reyes sentados sobre lúgubres y macabros tronos. En silencio. Satisfechos, moviendo su pico como si estuvieran relamiéndose. Poe, con paso marcial, acercó el quinqué a cada lápida. En una leímos el nombre de Morella, el de Ligeia aparecía grabado en otra, y en la siguiente nos llamó la atención una pequeña caja en la que su contenido brillaba como el más perfecto marfil. Al observarlo más de cerca comprobamos que eran dientes y en la lápida estaba inscrito el nombre de Berenice. La fecha de su nacimiento y muerte compartía pareja cercanía con el resto. ¡Tan jóvenes! ¡Cuánta belleza marchitada de manera tan cruel! ¡Cuánto dolor provocara su injusta partida en el corazón de su amante! ¿Cómo afirmar que la mayor dicha de la vida es el amor si este es su trágico e inevitable final?     La premura con la que escribo casi me hace olvidar que en otra de las tumbas la tierra mostrábase removida, como si el inquilino de tan tétrica morada hubiera vuelto a la vida. ¿Sería ello posible? En eso pensábamos los que no habíamos sido subyugados por la visión de las lápidas. Pues nuevamente quedaron allí compañeros de letras, petrificados en ensoñaciones o pesadillas que al resto nos eran negadas.     Nuestro grupo, cuyos miembros se contaban ya con los dedos de una mano y media, siguió a Poe de regreso al interior. Nos llevó a la parte de arriba donde se encontraban los dormitorios. Mas dicha planta tenía un guardián. Un negro felino, tuerto y con una mancha blanca en el pecho con estremecedor parecido a un cadalso. Ello fue motivo suficiente para que pasáramos a su lado con rapidez y tiento, como si de un demonio se tratara. A estas alturas, imagino que resultará obvio decir que no todos seguimos adelante. Un par de compañeros quedaron junto a él, ¿qué oscuro recuerdo les trajo la hipnótica mirada del único ojo del gato?    Al volver la vista al pasillo nos dimos cuenta de que Poe ya no estaba con nosotros. El primer dormitorio tenía la puerta abierta y la tenue iluminación de una vela nos mostró una estancia que seguía el estilo gótico del resto de la casa. Mas justo al pisar los tablones de su suelo, dos o tres de nosotros, ya no lo recuerdo, se llevaron las manos a las orejas. «Haced que pare, ¡haced que pare!».    Conmovidos por el desgarrado lamento, intentamos calmarlos preguntándoles qué es lo que debía parar. «¡Cómo que qué! ¡Esos latidos infernales! ¡Esos tañidos de tormento que resuenan bajo los tablones!». Se arrodillaron, furiosos, alienados comenzaron a golpear el suelo. ¿Qué remordimiento les asaltó? ¿Qué culpa no condenada les atormentaba? El nerviosismo se apoderó de los pocos que quedábamos, espantados por esa locura huyeron los sentimientos nobles que pudiéramos albergar y un deseo irrefrenable de supervivencia y huida nos embargó.    Regresamos al pasillo a la carrera, pero conforme pasábamos por delante de cada dormitorio, uno de nosotros se detenía embelesado; ora por un pestilente olor a putrefacción; ora por un cuadro oval en cuyo lienzo una hermosa joven parecía viva. Mi atención en esos momentos estaba centrada en mi propio ser, ruego sepan disculpar que no pueda detallarles de manera más precisa esos momentos que terminaron conmigo en esta estancia en la que el terror que sentía encontró cobijo y desde la que les escribo.    De fondo escucho gritos, lamentos y súplicas. Todos los matices sonoros que un alma atormentada puede vocalizar se acumulan en mis oídos. Mas, en el último estertor de la vela, me doy cuenta de que no estoy solo. Pido perdón por la caligrafía de lo que sigue, dado que nada ilumina el trazo de la pluma sobre el papel.    Un cuervo me acompaña, posado con aire majestuoso en un busto de Palas. ¿Acaso eres tú mi pesadilla escondida? ¿Solo tú? ¡Ja, ja, ja! ¡Pues sabe que tu presencia no acelera mi latido, ni añade mayor horror a lo que he visto!    Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad vislumbro una minúscula luz entrando por la ventana, ilumina lo justo para ver que el cuervo despliega su ala señalando hacia la misma. Me levanto de la silla y pego mi cara en el cristal. La frialdad del mismo se adueña de mi nariz; la imagen que veo, hace lo propio con mi alma.    Un insignificante punto de luz, tal vez se trate de un faro. Pero no es eso lo que me ha arrebatado, sino la infinita oscuridad que lo rodea. Una fría nada, colosal y amenazante que con perversa crueldad parece gozar esperando el momento en el que sus colmillos se decidan caer sobre esa frágil e ínfima luz. ¿Es eso nuestra existencia? ¡¿Es eso?! ¿Acaso toda la magnificencia de nuestra razón, todos nuestros anhelos, creencias, ilusiones, logros y conquistas no son más que ese imperceptible punto de luz? ¡Dios mío! ¿A ello se reduce la pasión del enamorado o la dicha del padre? ¿Es que todo desamparo, agonía, tristeza o pesadumbre no es más que una ridícula anomalía a la espera de ser sojuzgada por la Nada?    Con esta turbación regreso a mi asiento. No sé si mi mano temblorosa logra que mi letra sea legible o si el infinito vacío que esa verdad ha instalado en mi corazón haga de mi discurso un caos de sinsentidos. Mas en este último momento me dirijo a esa sombra que me observa en silencio:   —Cuervo, haz acopio de la misericordia que como criatura de Dios corre por tus venas y dame motivo de dicha. Respóndeme ¿de nuestra mano y nuestros sueños nuevas historias brotarán?    —Nunca más.  —¡Sé pues ave del Averno!, ¡mascota de Satanás! Ten por seguro que nuestra alma resistirá los tormentos y horrores a los que esta mansión nos ha enfrentado y saldrá victoriosa. Te increpo, pues, a que me anuncies qué nuevos pesares a nuestra vida vendrán.    —Nunca más.   —¡Te lo suplico, cuervo! Apiádate de mí y cesa esta crueldad, ¡miénteme si es necesario! Pero te ruego que me insufles un hálito de esperanza, dime ¿volverán mis ojos a contemplar la luz del sol?    —Nunca más.

MENCIÓN HONORÍFICA

DEL PUESTO DÉCIMO AL CUARTO    El número que aparece entre paréntesis se corresponde al total de participantes que otorgaron la puntuación correspondiente.

10. Con 35 ptos.  LA CULPA ES DE POE, de Francisco Moroz. Ha sido votado por 7 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (1), 5 ptos. (3), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (0); y EL POZO, de Josep Mª Panadés. Ha sido votado por 13 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (1), 5 ptos. (2), 4 ptos. (0), 3 ptos. (3), 2 ptos. (3), 1 ptos. (4)9. Con 36 ptos. REGRESO AL PASADO, de Francisco López Castelao. Ha sido votado por 7 participantes: 7 ptos. (4), 6 ptos (0), 5 ptos. (0), 4 ptos. (1), 3 ptos. (0), 2 ptos. (2), 1 ptos. (0).8. Con 39 ptos. IMPOSTOR, de Marta Navarro. Ha sido votado por 12 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (0), 5 ptos. (2), 4 ptos. (3), 3 ptos. (1), 2 ptos. (2), 1 ptos. (3).7. Con 49 ptos. MARIANA, de Pedro Merchán. Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (1), 6 ptos (3), 5 ptos. (4), 4 ptos. (0), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (1).Del 6º al 4º. Con 50 ptos. REYNOLDS, EL ÚLTIMO, de Cynthia Soriano. Ha sido votado por 9 participantes: 7 ptos. (2), 6 ptos (4), 5 ptos. (1), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (0); ESE BRILLO EN LOS DIENTES, de Mayte Sánchez. Ha sido votado por 10 participantes: 7 ptos. (0), 6 ptos (3), 5 ptos. (5), 4 ptos. (1), 3 ptos. (1), 2 ptos. (0), 1 ptos. (0) y EL FARO, de Juan El Portoventolero. Ha sido votado por 9 participantes: 7 ptos. (4), 6 ptos (1), 5 ptos. (2), 4 ptos. (1), 3 ptos. (0), 2 ptos. (1), 1 ptos. (0)    ¡Y este es el PODIUM de ganadores!    Con 62 puntos se lleva el TINTERO DE BRONCE el relato LADY LEANA escrito por JORGE VALÍN.
GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe
Este relato ha sido votado por 14 participantes: 7 ptos (3), 6 ptos (3), 5 ptos. (1), 4 ptos (2), 3 ptos. (2), 2 ptos (1), 1 ptos (2). Enhorabuena a Jorge por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.    Con 64 puntos se lleva otro TINTERO DE PLATA el relato AUTORRETRATOS Y SONRISAS, escrito por PEPE DE LA TORRE.

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Este relato ha sido votado por 15 participantes: 7 ptos. (3), 6 ptos. (2), 5 ptos. (3), 4 ptos. (1), 3 ptos. (2), 2 ptos. (2), 1 pto. (2). Enhorabuena a Pepe por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog, la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.

   Y con 77 puntos, el TINTERO DE ORO de la XXXII Edición dedicada a los cuentos macabros de Edgar Allan Poe corresponde a... CADA DETALLE DE ANNABEL, escrito por ISRAEL AGUILAR.
GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe
Este relato ha sido votado por 15 participantes: 7 ptos (5), 6 ptos (2), 5 ptos. (2), 4 ptos (3), 3 ptos. (2), 2 ptos (1), 1 ptos (0). Enhorabuena a Israel por este reconocimiento que conlleva, además de este diploma digital que puedes colgar en tu blog y la publicación en la antología anual de EL TINTERO DE ORO.Pese a ese cuervo de mal agüero logramos escapar de la casa Usher y escribir nuestros relatos que, por supuesto, os invito a disfrutar, tanto los que participaron en la modalidad de concurso como fuera de concurso, además de las reseñas de Rosa Berros y Marta Navarro a los que podéis acceder a continuación:

GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe

Clica en la imagen para leer los relatos y reseñas


    Y con esto despedimos este fantástico mes dedicado a Edgar Allan Poe y sus Cuentos Macabros. Gracias a todos los que lo habéis hecho posible con vuestras lecturas y, por supuesto, a todos los autores que habéis regalado vuestro talento e imaginación a esta iniciativa.

    Así que un fuerte aplauso para Juan el Portoventolero, Ainhoa García y Guille Blanc, Noelia de la Flor, Maite Sánchez, Cynthia Soriano, Marta Navarro, Carmen Drisana, Flor, José Casagrande, Emerencia Alabarce, Nino, Mirna Gennaro, Patricia Fulvey, Isra, Pepe de la Torre, Juana Medina, Jorge Valín, Cristina Rubio, Irene F. Garza, Josep Mª Panadés, Paco López Castelao, Pedro Merchán, Carles Leo, JM Vanjav, Puri Otero, Francisco Moroz, Nuria de Espinosa, Mª Dolores Romero, Javier Rodríguez-Morán, MJRu1z, Bruno Aguilar, Ana Piera, Gabiliante, Raquel Peña, El Demiurgo de Hurlingham y Rosa Berros. 


    ¡Saludos tinteros!

GALA DE PREMIOS XXXII Ed. Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe

En la próxima publicación ¡despedimos la temporada con varios anuncios!



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