El nerviosismo que produce un beso, lo calma luego el cielo y un paseo hacia mi casa…
Lejos de mi vida, sigo desenterrando recuerdos de la ciénaga que hay en mí, y sigo torturando las palabras para desviarlas hasta este rincón de la nada. Si el universo no es constante, si sólo se trata de la alternancia entre períodos de contracción y expansión que derriten el tiempo y el espacio, y la masa y la longitud, ¿por qué he de serlo yo? ¿por qué pretendemos congelar nuestra esencia en algo estático, inmutable y a la vez, efímero y fugaz? Fugaz como un beso o unas caricias, como la yema de los dedos sobre los labios, como el verano.
No quiero seguir levantándome simplemente para sostener mi cuerpo. Las ganas vuelven cuando se acaba el cuento de una vida insulsa y sin sentido, y vuelve a aparecer la mueca extraña y tonta de mi boca, esa risa estúpida y divertida, porque yo quiero, y vuelvo a ser como quise, como siempre fui.