Tiene tres años, se encarama a una silla y desde ella, puesto en pie juega conmigo al pingpong. Yo le tiro pelotas las más fáciles que puedo. Él las resta riéndose y cada vez que alcanza una con la paleta grita: “gané”. La pelota puede acabar en China, pero le day igual. Me dice: “gané, ¿verdad?” Y yo le respondo que sí, y soy honrado.
Eso es ganar cuando se está aprendiendo.
Cuando llegamos a la Luna, nadie se lamentó de que no pudiéramos viajar ni a Próxima Centauri.
Cuando despegó el primer avión, nadie se lamentó de apenas levantara un par de palmos del suelo.
¿Por qué hemos de lamentarnos de haber llegado a dónde podíamos? Lo único a lamentar es no haberlo intentado.