Revista Literatura

Gatos de porcelana

Publicado el 15 septiembre 2011 por Felipepostigo

 

El tiempo se congeló. Las paredes desnudas y los detalles corrientes pasaron a pertenecer a un lugar de transición. La luz, estrictamente funcional, barría el espacio vacío y el silencio, que en ningún momento lo había sido hasta entonces, amenazaba con extallar el aire.Desde la distancia relativa de la sala, pudo verse como el gran gato de porcelana tomaba vida. Primero se volvió blando, después  perdió cualquier traza de lustre y poco a poco se fue esfumando sin dejar de mirarnos a todos como siempre nos miraba. El cráneo afeitado que pudo apreciarse mas tarde, parecía una calavera emergiendo de un traje gris, demasiado grande y bajo el que no latía nada.-Ya ha llegado- susurró la voz de una mujer  -Es nuestro jefe.-Será tu jefe. Pero no importa. Hemos de saber lo que pretende.Una de las mujeres presentes, una de las que vestían de blanco, se giró y miró a todos; con cuidado, de uno en uno.  Luego bajó la vista al suelo y su cabello oscuro se meció por la leve brisa que atravesó la estancia en aquel instante.  El Hombre sin Rostro la miró con desdén y ya no se atrevió a hablar.  Entonces, el Hombre sin Rostro la señaló con el dedo, y la mujer, aun sin verlo, supo que la llamaba y avanzó hacia él hasta que le ordenó detenerse. Entonces dijo: “Tú serás mi voz” y la mujer elevó la vista hacia las alturas y se volvió hacia el resto de los presentes, para decir llena de gozo y con la misma voz del Hombre sin Rostro: “Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición”En ese momento uno de los hombres vestidos de negro, el mismo que negó que el Hombre sin Rostro fuera su jefe, dio un paso al frente (supe que era el padre Mariano) y bramó con su vozarrón de misa y su dedo acusador en alto: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?”Nadie le escuchó y la mujer continuó diciendo: “¿Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” Todos contestamos: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas” Ella nos preguntó: “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Otro hombre tomó la palabra y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”
Entonces el padre Mariano avanzó otra vez y fuera de si, gritó: “Belcebú… Vete. Belcebú” Todos huimos horrorizados, pero el padre Mariano siguió avanzado hacia el Hombre sin Rostro. No dejaba de maldecir y vociferar: “Belcebú” Al pasar junto a la mujer que hablaba la golpeó y la derribó, De pronto se fue la luz. Volvió al instante, pero el Hombre sin Rostro había desaparecido. Apenas quedaba de él una leve nube gris que se disolvió enseguida. El aire olía raro, como a salfumán y todas las mujeres que vestían de blanco (resultó que vestían de blanco todas  las presentes), lloraban y se arrastraban por el suelo pidiendo clemencia a Dios.  El padre Mariano las insultaba  y las pateaba. Todos los demás, temerosos nos fuimos para atrás, hasta dar con la espalda en la pared y, en ese instante, la que había hablado con la voz del Hombre sin Rostro, corrió a esconderse detrás del gato de porcelana que estaba ahora sentado frente a la puerta. El padre Mariano fue tras ella; a golpes la sacó de allí y a patadas la condujo hasta el centro de la estancia. La mujer se quejaba, gritaba, blasfemaba y al fin se le encaró, pero el Padre Mariano orando en latín y con el rosario en la mano la detuvo en seco. Ella lanzaba alocados manotazos, pero no se atrevía a acercarse a la cruz. Después, comenzó a reír con grandes carcajadas, se quitó la túnica y después el sostén; de sus pezones nacían matojos de pelo negro y goteaban leche, una leche con trazas de sangre que corría por el suelo como hilos de mercurio. También se contoneaba alrededor del sacerdote que parecía mermarse por momentos en su determinación y cuando ya todo parecía perdido, empezó a bajarse las bragas sin ningún pudor. Alguien me empujó, caí al suelo y se apagó la luz. En ese momento la reconocí; no cabía duda, era Conchita. Pero… ¿como era posible que no me hubiera dado cuenta antes? Y sin embargo era ella; su cara, su peinado y su voz… Estaba confundido, y oía clara la voz de mi madre. Todo estaba oscuro y sentía el peligro; un peligro atroz, inminente. …tal vez el padre Mariano había muerto ya… ¿Pero que le pasaba a mi madre? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué me llamaba de esa manera? ¿Dónde estaba, si no podía verla?
Lo primero que sintió Pablito fue un enorme alivio por saber que solo era de un sueño. Su madre le abrazaba y le acariciaba la frente. “Pablito hijo ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?” Desde luego, le reconfortó aquel arrullo más que ninguna otra cosa del mundo y al fin acertó a balbucear: “mamá”. Luego respiró hondo y se dejó envolver de mil amores por el dulce olor de su madre.-Que susto me has dado hijo. Te llamaba y no me contestabas- decía la mujer angustiada –No hacías más que gritar… ¡Por Dios! ¡Que susto me has dado! Se alarmó Pablito por advertir tanta gravedad en la voz de su madre. Nunca, hasta entonces le pareció frágil y vulnerable. Por primera vez fue consciente de que su madre podía perder el control sobre las cosas. Temblaba y el corazón le latía tan fuerte que por un momento creyó que iba a morir.
-Ya pasó. Ya pasó. Solo ha sido una pesadilla- lo apretaba contra su pecho y lo besaba en la frente-¡…que barbaridad! ¡Como sudas!- Y con un pañuelo, le secaba la frente y le acariciaba la mejilla con un mimo del que ya no se acordaba. Y de pronto se sintió débil. Un niño pequeño otra vez. ¿Cómo era posible que le hubiera ocurrido? No tenía edad para tener miedo por la noche. En enero cumplía diez y seis.Airado y por que tenía calor, apartó la ropa de la cama. Iba a pedirle a su madre que le dejara cuando descubrió un clarísimo e inoportuno volumen en su entrepierna. Allí en primer plano, a la vista. Sintió que el mundo se derrumbaba en ese instante y todo lo deprisa que pudo se cubrió con la sábana. Un calor, todavía más intenso, le subió a la cara e Inmediatamente después gritó: “Ya está. Déjame en paz” Su madre apenas se apartó unos centímetros, no cambió un ápice la expresión, ni pareció haberse dado cuenta de nada. Daba igual. Lo había visto todo ¿Cómo le podía estar ocurriendo aquello? “Maldita Conchita” Era la culpable de todo.-¿Qué le pasa e este?- escuchó decir de pronto a su hermana plantada en la puerta de su habitaciónLa que faltaba -¡Lárgate!- gritó el chico-¿Qué le pasa al niño? ¿Tenía miedo?- se reía complaciente con aquella risa que solía reirse cada vez que se reía de él.Ya no quedaba otra cosa por oír –Vete a la mierda- volvió gritar Pablito-¡Merche!- cortó la madre -Ya está bien. Vete a la cama. Vais a despertar a tu padre.-Claro. Al niño, como siempre, lo tiene que defender su mamá.-¡Merche!-Ahora mismo te…-¡Pablo!- dijo la mujer, de pronto autoritaria, mientras apresaba el brazo de su hijo. La verdad era que en aquel estado, Pablito no era capaz de ir a por su hermana. Por eso solo maldecía entre dientes. Pero habría otro momento para la venganza, tal y como decía tío Avelino. Eso era seguro.-¡Como me tenga que levantar yo…!- bramó Julio desde el fondo del pasillo.“La muy idiota ha conseguido despertar papá. Menos mal que al menos ha servido para que se largue.”De nuevo volvieron las caricias -¿Estás mejor, hijo?Estaba bien, claro que estaba bien. Perféctamente. ¿Aquien no le pasaba una cosa así de vez en cuando? -No me pasa nada. Déjame en paz.-Venga pues. Cámbiate el pijama y vuelve a dormir.-¿Qué dices? No me voy a cambiar nada.-Pero si estás empapado. Eso faltaría. Con el catarro que llevas… Venga. Ahora mismo. Si quieres te ayudo yo.-¿Pero que estas diciendo? Ya me se  cambiar solo.Su madre hurgó un momento en el cajón del ropero y sacó un nuevo pijama de dejó con todo cuidado sobre la colcha. –Ahora mismo ¿Eh? No te quedes así, sudando, ni un segundo más.-¿No esta el verde, o que? Ya sabes que a mi ese no me gusta.-El verde está tendido. Ya te lo plancharé mañana.-¡Bf!-Venga. Vale ya de tonterías. Cámbiate y ya está.-Vale. Ya me cambiaré.-Pero ahora mismo ¿Eh?-Que si. Pesada.-¿Quieres que me quede un rato? ¿Quieres que me acueste con tigo?Esto empezaba a ser demasiado. -¿Estás loca o que?-¡Chst! No grites. Ya se ha despertado tu padre.


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