Estamos cansados de lamentos y cansados de etiquetas: en este país, de igual si es más al norte o más al sur, se tiende por igual a un pensamiento simplista de blanco-negro. Y a etiquetar. Ahora hay una supuesta alerta mediática (es decir, tema de relleno día sí y día también) por esos pobres jóvenes, los que acaban o están a punto de terminar sus carreras y los que empiezan. Pongamos la horquilla 18-24 años.Esos jóvenes asustados, es lógico. A la inseguridad de la adolescencia (ya retrasada en edad por los cambios sociales) se añade la apatía propia de quien entiende que el discurso bienintencionado que recibe es un absurdo: ¿prepararse para un futuro? ¿Pero qué futuro, si vemos que no hay?
Así se gesta una generación de depresivos, suicidas y apáticos.
También está todo ese segmento social de jóvenes de la construcción o de jóvenes que vivieron por encima de sus posibilidades. Los que continuaron el patrón de la generación anterior: encontraron en la construcción una forma de ganar mucho dinero y rápido, se montaron su vida, compraron casa, boda, hijos. Y ahora con el desplome, sólo les quedan las bocas por alimentar. Y ya no es por ellos, es por sus bebés que necesitan comer.
Y luego estamos NOSOTROS, los ignorados. Los de gris. La verdadera GENERACIÓN PERDIDA. Somos los que hemos aterrizado en los 30, los que deberíamos entrar en la madurez, consolidar nuestra posición o empezar a hacerlo con proyectos, formar familias, la élita intelectual. Todo eso. Pero estamos MUERTOS. En esta generación "pionera" nos juntamos con 3 crisis, como dice el vídeo: la crisis de los 30 (antes era a los 40), la crisis económica y la crisis de valores.
Ya está bien de tanto joven sólo veinteañero. Todavía soy joven. Todavía no he encontrado un hueco. Como yo, millones de treinteañeros se han defendido como han podido desde que terminaron la carrera, y millones hemos fracasado. No tenemos enchufes, linajes de trabajo asegurado, empresas puestas por el abuelo, contactos políticos que aseguraran no ya una posición, sino una simple manera de subsistir. O lo teníamos, pero no ha servido de nada. Todo dependía de nuestro esfuerzo, hacernos a nosotros mismos, el sueño americano a lo ejpañol.
Ni LOGSE ni leches. Nos dijeron nuestras familias currantes que el esfuerzo y el mérito tienen recompensa. Nos dijeron, producto a su vez de las ideas culturales de nuestros abuelos también currantes de por vida, que estudiar una carrera ayudaba de algo. Somos ese segmento que miraba por encima del hombro a los de FP y profesiones técnicas, como aquellos pobrecitos con una menor capacidad intelectual destinados a un trabajo manual.
Nuestro trabajo era estudiar. Nos esforzamos por sacar sobresalientes y matrículas de honor. Invertimos horas, esfuerzo y células de nuestro cuerpo. Algunos disfrutamos de la supuesta suerte de una "generación que lo ha tenido todo": nuestros padres nos mantenían. Otros, compaginando trabajos de media jornada para pagarse la carrera, los cursillos paralelos, las clases de idiomas.
Hicimos miles de horas de prácticas como estudiantes, sin contrato, gratis, a veces con una pequeña retribución. Todo fuera para cubrir el número de horas de práctica necesarias para la Licenciatura, además de la ilusión por aprender de nuestro oficio.
Algunos invertimos, de nuevo, tiempo y dinero en másters cuando no era imperativo legal de ningún plan educativo. Y llegó la hora de incorporarse al verdadero mercado laboral.
Trabajos precarios, poco dinero, malos jefes de baja cualificación. No pasa nada, hay que empezar desde abajo. El esfuerzo y el trabajo se premian, sirven para algo. Nos contaron, sobre todo a las mujeres, una visión de igualdad respecto a tener los mismos derechos, aunque tendríamos que seguir demostrando el doble para ser consideradas iguales en un mundo todavía machista. Y chocamos muchas, más de lo que se cuenta, con todos los jefecillos de la generación anterior. No vimos venir las algarazas excesivas ni las palmaditas en la espalda por lo que se suponía nuestro trabajo como signo de paternalismo. Hasta que acabamos haciendo más horas y (a veces) mejor trabajo que los compañeros varones. Al pedir un ajuste de sueldo respecto a más horas trabajadas, nos respondieron con una sonrisa que no, más horas de nuestro trabajo no era más dinero. Cosa que no sucedía con ellos.
Llegó el punto álgido de la crisis, 2009-2010, y para los que seguíamos peleando por nuestra cuenta por un hueco, YA FUE TARDE. Desde entonces, más trabajos precarios, más horas que valen cada vez menos, mentiras en el cv para sólo poner los trabajos de verano, los de media jornada y similar, reducir los cursillos como si fueran un delito, ocultar titulaciones por encima del bachillerato o el graduado escolar. Para conseguir, al menos, un puesto de reponedor en el Carrefour o de camarero en el McDonald's o de dependienta en esa firma de moda para la que hiciste prácticas de diseño gráfico de su ropa o llevaste sus campañas de marketing. Y te dijeron que tendrías algún futuro allí, trabajabas bien.
Que pare ya la demagogia barata con etiquetas de mileurista y ahora nimileurista. No entro en las diferencias locales porque es otro tema para rellenar libros: pero por ejemplo, yo nunca he cobrado 1.000 euros. Con crisis y sin ella. Lo más cercano, 1.100 brutos que en impuestos, deducciones, transporte y comida en el trabajo se quedaban en 800. Y no es por la profesión periodística que me corresponde: informáticos, profesores, abogados de mi quinta, por el estilo. Contratos fijos, no he visto ninguno en mi vida.
Que pare ya la demagogia de emprender. No nos quejamos por vicio ni por falta de ideas. Por ejemplo, tengo proyectos, he tenido y tendré, pero la ayuda oficial ha sido denegada entre millones de solicitudes, los posibles compañeros interesados han huído del país, no tengo ningún ahorro porque vivo al día, no hay crédito ni préstamo bancario ni ayuda a pymes de ningún tipo por la situación económica y porque no tengo nada propio para avalar, y por supuesto no puedo pedir inversión a mi familia que bastante tiene con ayudarme a pagar mi comida.
Me considero una privilegiada porque, todavía, mis padres tienen trabajo y pueden ayudarme cuando a mitad de mes mi cuenta está a 20€. Privilegiada porque no tengo hijos (no he podido, aunque quiera, eso es otra) que se estén muriendo de hambre por mi falta de trabajo y dinero. Soy una privilegiada porque me han educado con el valor del esfuerzo, la humildad y las historias del hambre y la guerra (gracias, abuelo). Así que no me he vuelto loca tras perderlo todo, entrevistar de tú a tú a artistas, literatos, líderes políticos del país del más alto nivel y luego quedarme en la calle, suplicando por un puesto de cajera en el Mercadona en el que, al final del proceso de selección, me descartan.
Podría haberme deprimido.
Podría haberme suicidado mil veces ante semejante estafa, tantas horas apretando la mandíbula por jefes ineptos, qué más da, no pierdas tiempo ni dinero en demandas ni en espectáculos, siempre hay de todo en el mundo, a otra cosa. Estafa por la golfería y corrupción que sacude las esferas más altas de este país y se mira hacia otro lado; oposiciones oficiales en las que el puesto ya se rumorea de antemano y pierdes el tiempo en exámenes, porque el puesto se lo lleva áquel del que se hablaba; las horas de vida tiradas al vacío con la supuesta posibilidad de dedicarte a tareas intelectuales, reducidas ahora a limpiar las colillas de la entrada a un bar, mientras los que se suponen "intelectuales" son otra panda de golfos que no sirven para nada.
O podría haberme puesto a disparar a las puertas del Congreso.
Hablan de nosotros como unos blandengues con baja tolerancia a la frustración y que se nos ha dicho sí a todo. Entonces me acuerdo del momento más bajo de todos, el fondo, cuando me planteé la ayuda profesional para que la ansiedad no me devorara y poder afrontar los cambios drásticos de paradigmas; resultó que por un lado tenía el dinero justo, elegir entre comida o psiquiatra. Por otro, una tarjetaria sanitaria desactivada. Fue entonces cuando tomé el camino de enmedio: REÍRME. ¡No podía permitirme una depresión severa! ¡Sin dinero y sin asistencia médica!
La risa como expresión de la furia. La risa irónica. La IRONÍA. El SARCASMO. Sin perder de vista nunca cómo están las cosas. Los valores han cambiado.
Dentro de la generación que empezamos el tramo 30-40 somos varios los que se encuentran en ese este mismo estado desastroso que describo. Aquellos que íbamos a formar empresas y no llegamos a tiempo, que íbamos a formar familia y nos despidieron. O los que ya lo tenían todo montado y lo perdieron. Ahora tenemos que comenzar de nuevo.
Somos varios, muchos, no sé cuántos, condenados a ser mediocres desesperados. Hartos de escuchar "es que sobran licenciados", "es que la burbuja inmobiliaria", "es que os daba un pico y una pala", es que, es que. La realidad disimulada es que bajo la capa de avances, smartphones, programas de viajeros por el mundo, casas millonarias, vivimos en el mismo umbral de miseria que en tiempos pretéritos, cuando las guerras y todo eso.
Seremos mediocres, ok, pero Mediocres Enfurecidos. No os creáis nada. Pero, entre risas irónicas, tampoco agachemos la cabeza. Despertad, cojones.