Tanto visitante inesperadolo exasperaba. Nunca había sido un hombre de multitudes. A su lado, la abuela vertía lágrimas y aceptaba, con la misma resignación, los besos, los abrazos o las coronas que iban llegando.
Tanto visitante inesperadolo exasperaba. Nunca había sido un hombre de multitudes. A su lado, la abuela vertía lágrimas y aceptaba, con la misma resignación, los besos, los abrazos o las coronas que iban llegando.