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Genio y talento

Publicado el 07 enero 2012 por Jlmon
GENIO Y TALENTO
Dice la ortodoxia que el genio es aquel individuo capaz de desarrollar nuevas actividades nunca antes realizadas o hacer de forma totalmente personal y original aquellas que tienden a realizarse de una única manera. Por el contrario, alguien con talento es aquel que realiza actividades generales mejor que la mayoría. En consecuencia, una organización talentosa es aquella que consigue mejores resultados con menor costo y mayor calidad que sus competidores haciendo exactamente lo mismo que estos. Según esto, alemanes y japoneses son gentes talentosas en esto de los coches mientras que los de Villaconejos lo son en los melones o los cerdos ibéricos no tienen rival en esto del jamón. De acuerdo con todo esto, efectivamente, la Gestión del Talento no es otra cosa que conseguir la mayor eficacia y eficiencia posible en la organización, incluyendo en esta premisa hasta a los más zoquetes y, de paso, al delegado sindical de turno.
En definitiva, parece que la ortodoxia destina el talento al tedioso mundo de las rutinas, mientras que la genialidad queda reservada a unos pocos individuos cuya ubicación física no queda claramente definida. Las rutinas, como su mismo nombre indica, son rutinarias, es decir son inmutables, impasibles, repetitivas, reiterativas y, en consecuencia, algo conservadoras tirando a calvinistas. Todo ello, las hace accesibles al aprendizaje y la mejora continua y hasta el más mamerto puede llegar a ser un personaje con talento a poco que se lo proponga. En consecuencia, aquella organización que no llega a ser talentosa no merece entrar en el reino de los cielos y su fracaso sólo puede ser signo de debilidad y retraso mental en esto de gestionar los recursos humanos. Merece todas las calamidades que el mercado y la competencia le impongan y debiera quedar relegada a la manufactura de hostias para la archidiócesis de Conejillos del Rey.
En otro orden de cosas, la gerencia de las organizaciones no es cuestión rutinaria, sobre todo en estos tiempos que corren. Cualquier bodoque no puede ni siquiera soñar con alcanzar tan altos designios. Ergo la clase directiva nunca podrá ser talentosa, competencia reservada de forma exclusiva para el vulgo productivo. Surge entonces la pregunta: ¿queda la genialidad reservada a los próceres directivos? Si es así, su misión consistiría en la generación de nuevas formas de rutina que las gentes de talento debieran asumir, interiorizar, ejecutar, mejorar y, en definitiva, explotar hasta el infinito. Surge, sin embargo, una nueva cuestión: ¿no es contraproducente la generación continua de nuevas rutinas? El sentido común aconseja responder afirmativamente a la pregunta. No deben generarse rutinas en exceso si no se quiere poner en peligro el aprendizaje talentoso de las ya existentes. Ergo esta es la explicación de la escasa actividad de los genios directivos. La historia es clara y meridiana en este aserto. Frederick Taylor generó la rutina científica del trabajo y ahí quedo la cosa hasta que, muchos años después, los genios informáticos generaron el taylorismo digital.
En definitiva, una organización necesita mucho talento y, por el contrario, genialidad circunstancial.
Realmente, no se qué haríamos sin la ortodoxia…

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