(Fuente: zazzle)
Da la sensación de que nuevamente estamos viviendo una situación parecida, esta vez en la relación de cambio entre el euro y el dólar. La capacidad de compra que da un Euro (ó 100, ó 1000) en cualquier mercado europeo da la sensación de que es bastante inferior a la capacidad que nos dan esos mismos euros tras convertirlos en dólares, en cualquier mercado estadounidense. La economía estadounidense está lejos hoy de una posición de fortaleza. Su enorme (casi monstruosa) Deuda y un mercado de trabajo que no acaba de remontar, son algunos de los indicadores. Pero sigue siendo la economía de referencia, con la que todo el mundo se acaba comparando, de una u otra forma. Sus títulos de Deuda son atesorados por todo el mundo (el Gobierno chino podría disponer de hasta un billón de dólares en Deuda americana) y el dólar no se discute como moneda de cambio y de referencia. Ya he comentado en otra ocasión el tema de la posible (probable o incluso conveniente) devaluación del Euro. Pero no parece que nadie de los que mandan en la Unión Europea y en la Eurozona estén por la labor. Estados Unidos dispone de la Reserva Federal, que toma decisiones valientes y atrevidas en todo lo que se refiere a la inyección de dinero (finalmente, la fabricación de más dólares), en la compra de Deuda Pública (que, al final, es de nuevo inyección de efectivo en los mercados) y en lo que se refiere a la tasa de cambio del dólar frente a otras monedas. La Fed ya hace tiempo que redujo la tasa de interés a prácticamente el cero por ciento, mientras el BCE se empeña en mantenerlo por encima del uno.(Fuente: economiaycoyuntura)
Europa, por el contrario, se está moviendo en aguas económicamente muy timoratas. El BCE (de facto, la única organización económica verdaderamente paneuropea) tiene que moverse en franjas de libertad muy estrechas, pues sus competencias son bastante reducidas. A menudo parecería que su única función sea la de velar para evitar que la inflación se apodere de nuestros mercados. Función importante, sin duda, pero sólo una pequeña parte de aquello en lo que una Autoridad Económica Europea (de verdad) debería poder intervenir. Las sucesivas crisis que diariamente estamos viviendo en los mercados, ante todo nos confirman algo que ya sabíamos: nunca seremos alemanes. Por otra parte, nos dan claras indicaciones de que, dentro de la Zona Euro, los intereses nacionales están primando por encima de los intereses del Grupo. Una situación tan grave como la que se está viviendo (especialmente en los llamados países periféricos de la Unión, que cada vez somos más, por cierto), aconsejarían la toma de decisiones inmediata por parte de una Autoridad Económica que realmente respondiera a los intereses de la Eurozona. De una parte, posiblemente la emisión de más Euros, lo que, muy directamente, supondría una devaluación práctica del Euro frente al dólar (y otras monedas) por simple efecto de la ley de oferta y demanda. De otra parte, una gestión más intervencionista con la Deuda Pública (llámese compra masiva, o bien emisión de eurobonos, o algo así). Todas estas son medidas de corto plazo, que tenderían a aliviar las tensiones inmediatas, y que facilitarían poder trabajar seriamente en resolver los problemas de fondo y estructurales. Relajarían estas sangrientas presiones que están provocando en cuestión de días la reducción de sueldos públicos, la congelación de salarios y pensiones (si no su descenso), y un mayor empobrecimiento de las poblaciones en general, especialmente, como ya es habitual, de las capas menos favorecidas. Sin embargo, no se ha tomado ninguna de estas medidas cortoplacistas, pero que enviarían signos claros a los mercados de que Europa funciona unida, y defiende con uñas y dientes lo que es suyo. Por el contrario, la Unión Europea y el BCE están trabajando prácticamente en función de los intereses de algunos de los países económicamente más fuertes del área (especialmente Alemania). El grueso de las exportaciones alemanas se basan no en la competencia de precio, sino en una superior tecnología o innovación, o al menos en la percepción de tal. Es decir, unos mercados muy poco sensibles al precio. Por ello, y es natural, si podemos vender más caro, por qué abaratar nuestros precios. Los problemas ligados a la Deuda y al Déficit son importantes, pero no por sí solos. Tanto Alemania como Francia superaron ampliamente los límites de déficit fijados en el Tratado de Maastricht, en los años buenos de la economía. Y no pasó absolutamente nada: nadie se lo recriminó y nadie les obligó a corregir con rapidez este desajuste, ni tuvieron que pagar multas por ello. Cuando el déficit sirve para financiar el crecimiento de la economía, las cosas van bien. De un mal (relativo) se extrae un bien superior. Si hay un déficit fuerte, también aumenta la Deuda, porque hay que financiarlo. Pero el conjunto diseña una cadena virtuosa. Por el contrario, cuando hay un estancamiento de la economía, cuando no crece más que el desempleo, y las cifras globales son básicamente planas, el déficit acaba sirviendo para financiar la ineficacia. Y ahí sí tenemos un problema, que hay que corregir con rapidez, o nos manda todo el montaje al fondo del mar con rapidez. Hay que resolver de inmediato las causas del déficit. Esta una cadena viciosa.(Fuente: gurusblog)
Durante los años buenos (los primeros años de este siglo) todos hemos estado convencidos de que la economía estaba creciendo a buen ritmo. El problema con el que hemos chocado casi de repente es que el crecimiento era ficticio en buena parte. Crecía la economía financiera, pero en base a ir hinchando cada vez más una burbuja extremadamente vulnerable. En España, la especulación inmobiliaria provocaba la ficción de ser cada vez más ricos. Porque ese piso en el que vivíamos y por el que habíamos pagado 100, ahora valía 200, 300 o incluso más. Eso enriqueció, por supuesto, a los que tenían diez, o veinte, o mil, pisos en propiedad como inversión financiera. A los demás nos dejó sólo la sensación de que fuimos ricos durante un rato. Pero, una vez más, ese crecimiento era ficticio, sólo obedecía a la especulación que provocaba que se compraran un millón de pisos al año en un país que no necesitaba más de 300.000 viviendas nuevas, si acaso. Mientras, la economía financiera mundial (principalmente en Estados Unidos) también crecía astronómicamente, pero en base a patas muy frágiles. Un crédito hipertrofiado concedido a deudores dudosos. Un andamiaje que sólo podía sostenerse en base al más puro estilo piramidal: todo se seguirá sosteniendo si seguimos creciendo a este ritmo. Mantendrás tus ingresos si hoy convences a 100 incautos, que mañana deberán convencer a otros 10.000, que a su vez deberán convencer pasado mañana a 1.000.000. Y así, en una progresión geométrica que olvida un hecho básico: más bien pronto que tarde no quedan más incautos por convencer. Pero por mucho que consigamos entender el origen de esta crisis sistémica en la que estamos viviendo, eso no nos ayudará a resolverla. En el mejor de los casos, quizá nos ayude a evitar la siguiente. Ha pasado ya el momento de la medicina preventiva, y es tiempo de cirujanos. Y, con asombro, vemos que el bisturí vacila en manos temblorosas. En Europa sólo oímos a la dueña decir que NO, y al resto (puramente funcionarios, más o menos ilustres) diciendo AMÉN. Medidas decididas y valientes en el corto plazo (fabricación de dinero, devaluación efectiva del Euro, soporte del BCE a la Deuda Pública de los Estados miembros,...) no las toma nadie. Y, lo que es peor, parece que nadie tenga capacidad para tomarlas. Está claro que las economías más fuertes no saldrían beneficiadas con tales medidas, pero conviene tener en cuenta que también son las que más se han beneficiado de la etapa precedente. A verdes y a maduras. Pero esto parece ser que no funciona así.Composición propia.
(Imagen del bisturí: Fuente grancanaria-doramas)