YA ESTÁ. Esperanza Aguirre, el perejil de todas las salsas, ha encontrado al fin la solución para salir de la crisis económica: un gobierno de concentración entre socialistas y populares. Su irónica sugerencia, admitida en privado por algunos de sus consejeros como algo factible y deseable, porque Aguirre nunca da puntada sin hilo, pasaría por que Zapatero cambiara a Elena Salgado por Cristóbal Montoro y a Celestino Corbacho por Javier Arenas.
Claro, que puestos a hacer cábalas, tampoco estaría mal poner a Luis Bárcenas como ministro de Economía y Hacienda y, por ejemplo, a Carlos Fabra, o incluso a Alberto López Viejo, como titular de la cartera de Trabajo. Pero basta de ocurrencias y hablemos en serio. Es lo que tiene cuando, medio en serio medio en broma, se sugieren esas cosas. La propia Aguirre debió ser consciente del berenjenal en el que se metía cuando empezó diciendo "espero que no se filtre esto", que es una forma como otra cualquiera de animar a los suyos a que lo hagan.
Hace unos días pidió elecciones anticipadas, y ni siquiera Rajoy se atrevió a tanto; ahora amaga con ese "gobierno de concentración" cuya propuesta, en todo caso, debería partir del presidente del PP y no de ella, tres pasos por delante siempre de la dirección de su partido. Si de verdad quiere jugar a las ironías, y ya que en Madrid tampoco estamos para tirar cohetes, que se aplique el cuento y hoy en la Asamblea de Madrid, durante el pleno monográfico sobre la crisis, suba a la tribuna diciendo que va a proponer a los socialistas Adolfo Piñedo y Enrique Echegoyen, es un decir, como consejeros de Economía y Hacienda y de Trabajo en sustitución de Antonio Beteta y de Paloma Adrados. Cortinas de humo las justas, bastante tenemos con la que está cayendo.
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