Revista Talentos

Golpe de suerte (3)

Publicado el 16 agosto 2015 por Isabel Topham
─ ¿Has echado la quiniela? ─ Preguntó su madre.─ Ups.─ Maldijo, mientras agachó con aire de frustración la cabeza. ─ Bah! Seguro que tampoco toca, qué importa. ─ ¡Échala! ─ Le ordenó de inmediato.
Sin ánimos de discutir, cogió la calderilla que había por allí encima de la mesa y se apresuró al cuarto para coger el abrigo, el paraguas, el móvil y sus auriculares para el camino. Acto seguido, salió a la calle.
Llovía a cántaros, e iba refunfuñando mientras caminaba cabizbajo golpeando una piedra que se encontró por el camino. Además de protegerse de la lluvia con el paraguas, también se encapuchó con el gorro que tenía su sudadera gris de los Beatles con líneas gruesas negras y el contorno blanco.  Apenas había gente paseando por allí, y muy rara vez circulaba algún que otro coche.
Por un momento, metió la mano en el bolsillo por si en su mejor afán tuviese que volver a recoger el dinero y la quiniela. Tan sólo encontró un par de pañuelos usados y un chicle en uno de ellos, por lo que en un momento sintió un leve e intenso ataque de pánico. En cuanto agitó bien el otro bolsillo, se llevó la mano al corazón y soltó un pequeño suspiro.
A pesar de llevar paraguas, se mojó de lleno los pies empapándose los calcetines de agua. Incluso, el agua que chapoteaba llegó hasta sus rodillas. Por un segundo, sus pensamientos le confundieron de calle pero el ruido que hizo la chica que iba a cerrar su tienda de ser la hora de cierre le avispó y se despertó de su ensimismamiento. Estaba justo a tres tiendas más abajo la oficina de la Lotería. Fue directo allí, a pesar de haber salido de casa expresamente por ella. Tenía frío, y se había olvidado de ponerse los guantes, apenas sentía los dedos de las manos y por el frío sentía que la sangre de las manos se coaguló.
En cuanto llegó a la puerta de la oficina, no se lo pensó dos veces y entró. No había nadie, allí dentro, en el establecimiento. Tan sólo estaban él y las cajera. Tendió una mano con la quiniela resuelta y buscó el dinero en el bolsillo. Una vez que la cajera le dio el ticket de la inversión o compra, lo guardó y se fue a casa. Sabía perfectamente que aquel viaje no lo tenía que haber hecho, tanto por tiempo como por el dinero que se hubiesen ahorrado. Había fallado. Sabía que era la peor vez que había rellenado los datos, ni tampoco tenía ganas de rellenar uno nuevo allí mismo para que luego fallase como cualquier otro resultado que había apostado. Quería dejar de jugar a la quiniela, no servía para nada. Era un engañabobos.


A la semana siguiente, y a regañadientes, vio los resultados. No sabía cómo lo había hecho pero, en ese momento se dio cuenta de que estaba totalmente equivocado, era la vez que mejor había jugado. Acertó 14 de 15, siendo una de las tres personas en todo el país que se había llevado parte del bote.


A nadie le puede tocar la lotería si antes no ha comprado el boleto.

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