Good bye

Agosto ya se va bostezando, y se arrastra melancólico entre los días de tormenta y las noches de lluvia persistente.  Sacamos los paraguas del armario y guardamos las pupilas detrás del espejo. Dejamos las siestas para volver a soñar despiertos, bañamos los recuerdos cobijados bajo la inercia del tiempo, y emprendemos de nuevo el camino de los otoños en el sillón del psiquiatra, que sonríe tras los logros de los pasos que escépticamente hemos andado. Regresamos al despeñadero de lo conocido y volvemos a nuestros exilios cotidianos.Como hace tiempo que ya no salgo en las fotos de verano,  ni recorto ideas, ni me maquillo para encontrarme  en mis cuadernos de viaje, tampoco me pongo a mirar por el retrovisor lo que ya fue. Me conformo con atesorar las ausencias, acurrucando palabras, frases, historias de lo observado y lo vivido. Lo que más me gusta  del viaje al igual que de la vida es el tránsito, el abandono a un tal vez, a lo que ha de ser y será como un mero espectador que se asobina ante el miedo a un mañana empañado de tristezas que irá menguando entre el calor de unas sábanas por estrenar y un metro en el que cada mañana naveguen y naufraguen  todas nuestras miradas tristes, o las citas,  que ilusionados, nos quedarán por envolver en papel de celofán.

El no haber sabido vivir los paréntesis estivales como un destierro voluntario, y el haberme negado a ser protagonista inclusive de mi propia película, me hace regresar a la guarida sin nubes  de color rosáceo ni humedad en los huesos,   aprendiendo que la rutina de las estaciones tiene el tinte descolorido de lo conocido, y que bajo su manto logramos sentirnos protegidos por una masa de recuerdos, que en un descuido,  puede bañarnos con sus lágrimas de perlas.