No me pidas que sonría. Ahora no. No tengo ganas de reír. Y eso implica que mis ganas de sonreír y seguir se esfumaron. No digas que no tengo razones, porque de eso me sobra. Un año. Un año sufriendo sin parar. Un año de penas, dolor, pérdidas, desamor, golpes, más y más dolor. Un rayito de luz entra por mi ventana. Desaparece. Al tiempo vuelve convertido en esperanza. Se desvanece en la nada. Aparecen personas que parecen traer algo de luz y esperanza. Pasa poco tiempo y la luz y la esperanza salen corriendo de mi vida. No me digáis que no pierda la esperanza, porque ya de eso no me queda. Pasan los días, las semanas, algunos meses... Al parecer a la luz le gusta hacerme cortas visitas. Le sigue la esperanza. La luz se esfuma al pasar poco más de una semana. La esperanza esta vez aguanta. Y ¡PUM!. Más dolor. Esta vez más agudo. Nada ni nadie conseguirá aplacarlo. No al menos en un largo tiempo. Un adiós que nadie ha decidido hace su aparición. Intentamos despedirnos sin que sea realmente una despedida. Unas cartas enviadas a la nada cuyo destinatario no leerá nunca. O, al menos, eso creo yo. Esas cartas logran aplacar levemente el dolor. Este "adiós" nos une más. Momentos de lucidez. Momentos de recaídas. Los malos momentos superan a los buenos. Ya os dije que de aquí no saldría nada bueno. Tan solo es una de muchas otras formas que me ayuda a soltar todo lo que llevo dentro. Un grito interior. Ese grito quiere salir. Se atasca. Vuelve a intentarlo. De nuevo falla. Suena música. El grito sale con ayuda de la canción a todo volumen. La música lo camufla.
Todo esto parece un maldito laberinto sin salida. ¿Alguien me guía? No. Nadie. Camino sola buscando una salida a tanto dolor. A tanto sufrimiento. Al final del camino se ve algo de luz. Tiene el tamaño de una motita de polvo. Ando, ando y ando y la luz parece estar cada vez más lejos. ¿Lograré alcanzarla algún día?
Ahora mismo me pondría a escribir. En este mismo instante. En este momento. Pero saldría algo tan extremadamente triste, que prefiero no hacerlo.