Goya: La nevada. Wikimedia Commons
Repasando mis notas de la excelente exposición Goya en Madrid, en el Museo del Prado, doy con alguna idea que me atrevo a comentar. ¿Qué no se ha dicho de Goya como precursor, genio, pintor excelso o cronista social de Madrid y la Corte? De manera que lo mejor es dejarse llevar por el paseo. La exposición está compuesta por los cartones que Goya pinta para su posterior conversión en tapices en la Real Fábrica. Como siempre, el aparato crítico del Prado es excelente, y nos deja entender, puesto que no hay un hilo temático, los gustos de los patrocinadores de los siete encargos: así, desde las escenas de caza a las estaciones, pasando por los vuelos en globo, Goya presta su pincel a una gran variedad de temas: el juego, las costumbres, los niños, el deseo… Para los aficionados, un deleite: incluso se puede escuchar música de la época en una de las salas. La obra de Goya se ve escoltada por otros referentes temáticos: excelentes pinturas de Snyders, Tiépolo, Zurbarán, Velázquez…
El cartón huye de la miniatura, pues siempre hay que considerar que la hilatura de un tapiz no alcanza tal precisión, y hay constancia de las quejas de los tejedores por el excesivo detalle del pincel del artista.
Cada cartón de Goya merece una atenta contemplación, pero hay algunas piezas que nos detienen porque nos hacen contener la respiración: Riña de gatos, por ejemplo, cuya autoría se discute pero que es una delicia. La nevada es un prodigio de dramatismo y sublimidad. Pero como siempre, los cartones de Goya destacan en el trato de la vida cotidiana: las escenas del cazador embebido en la faena, como haría hoy un reportero. Eso hace que, por ejemplo, la figura central del retratado esté en una posición de tres cuartos, dando la espalda al observador. Los retratos de instantánea que capturan la expresión de los invitados de La boda: cada personaje deja depositada, con su expresión, su parecer sobre el casamiento de dos desiguales. Qué amena conversación sostuve junto al cuadro… La crueldad de la situación de los niños, a los que Goya no endulza, los perros, el baile y el juego.
Y siempre, eso es lo que me maravilla de Goya, un trato con la luz al servicio de la escena, con pantallas de una transparencia asombrosa que dibujan los planos con una profundidad inigualable. Mucho se habla de los cielos madrileños de Velázquez, pero los de Goya son campo de juego, edén de claridades. El majo lo es como Goya lo pinta: igual que Shakespeare, según Bloom, se inventa lo humano (la pasión, el gozo y condena del amor, la chispa de la comedia hecha trágico incendio), creo que Goya se inventa el Madrid de su siglo y sigue, hoy, sobrevolando la ciudad. Goya en Madrid y Madrid en Goya.
Goya en Madrid. Museo Nacional del Prado. Hasta el 3 de mayo.