Ser cubano y tener un teléfono móvil en Cuba era algo imposible hasta hace relativamente poco. Solamente a los turistas les permitían adquirir una tarjeta prepago (con un máximo de 3 líneas por extranjero) y ningún cubano podía contratar el servicio. Por supuesto, muchos cubanos aprendieron a conseguir móvil pidiéndole a un turista que les comprara la tarjeta SIM y luego el cubano era quien pagaba la factura. El turista, ya sea por buen corazón, por compromiso político, por inocencia o bien cobrando un módico precio, lo hacía, hasta el punto que era bastante común ver al turista acompañado de un cubano en las oficinas de ETECSA para sacarse la cuenta. En 2004 tuve mi primer celular y en aquellos años el precio de una tarjeta SIM prepago era de 120USD. No solo este atractivo precio de activación no incluía ningún saldo, sino que además, había que recargarle 10USD como mínimo para poder hacer uso del servicio y con una frecuencia mínima de 2 meses o te desactivaban el servicio. Todo fue gracias a una amiga llamada Yunaidy, quien, por aquella época, se dedicaba tener sexo con extranjeros por dinero, pude comprar mi primera SIM, pues ella le pidió de favor a un canadiense que fuera conmigo a Cubacel (antes C_COM) para firmar los papeles por mí. Él seguramente no lo hizo por buen corazón, sino porque Yunaidy era buena en la cama y más le valía a él mantenerla contenta. La historia a que me voy a referir hoy ocurrió años más tarde. Fue abril del 2009, una de tantas tardes que salía como cada día del gimnasio a la misma hora. Seguía mi rutina y caminaba por toda 5ta avenida hasta el paradero de buses de Playa, donde debía tomar el transporte hasta mi casa. Iba con los auriculares puestos, escuchando música de mi iPhone y al llegar al sitio donde se detienen los coches antiguos (conocidos como “almendrones”) me resultó curioso que sólo había uno de los muchos que solían haber a toda hora. Aquel que había, sin embargo, merecía la pena observar ya que era un Ford del año 1952, precioso color naranja, en perfecto estado. Así pues decidí hacerle una fotografía con mi celular. Al parecer, tal acto fue suficiente para incomodar a un par de policías que se encontraban a más de 10 metros de allí. Uno de ellos con cara de muy enojado se me acerca y en un tono nada agradable me dice algo así:
- Oye tú, ¿por qué me haces una foto? Ven, enséñame esa camarita…
Al momento entendí que cuando decía “camarita” se refería a mi “celular”. Amable y cortésmente (como se le debe hablar a la autoridad) le expliqué que no era una “camarita” ni una cámara fotográfica, sino que era un teléfono celular que, además de hacer llamadas, me permitía escuchar música y hacer fotos. Al parecer mi explicación fue demasiado confusa, ya que volvió a repetirme que le enseñara la “camarita” o de lo contrario yo tendría problemas. Yo no iba a enseñarle, y mucho menos a darle, mi teléfono celular, propiedad privada, al señor policía. El respeto a la intimidad y la privacidad es uno de los artículos principales de la constitución de la República de Cuba; lo sé porque me tomé la molestia de leerla. No pensaba permitir tal insulto ni falta de respeto; sin contar que cuando se dirigió a mi persona utilizó un tono nada correspondiente y al tocarme lo hizo de forma agresiva pudiéndose catalogar como “golpe”. Al ver que ese señor vestido de policía cada vez empezaba a gritar más, y que esto comenzaba a marearme y le dije:
-“Si usted quiere ver las fotos que tengo en mi celular tendrá que conducirme a la estación policial y allí le enseñaré todo lo que quiera acompañado de sus jefes y el político de la unidad”-
Efectivamente, y ante mi sorpresa ya que no pensaba que se iba a atrever, me tomó la palabra, me esposó y me tuvo detenido de pie más de una hora hasta que llegó la patrulla, mi crimen: desconocido, pues el policía no me dijo por qué me estaba arrestando. Lo que estaba ocurriendo era una total violación a los derechos de los ciudadanos y un abuso policial hacia un estudiante universitario. Calmadamente le tomé el número de identificación del policía situado en la placa izquierda del uniforme (que era “35012”) y entré en el automóvil.
Al llegar a la unidad policial de 5ta. y 110, me sientan junto con todos los presos y cuando es mi turno le explico al comandante exactamente lo que pasó, con lujos y detalles, pero no se creían la historia. Me decían que un policía no podía detenerme por tal situación, y que el policía me había reportado como “escándalo público”. Así le dije al capitán de la unidad:
-“A menos que hacer una foto con mi celular sea un escándalo público, explíqueme por favor: ¿por qué estoy aquí?”
Les indiqué el número de la placa del policía, le expliqué donde y cuando sucedieron los hechos, pero nunca lograron dar con el policía que me detuvo; como se dice en Cuba: “brilló por su ausencia”. Llegué a las 6pm y eran las 10:30pm y aún seguía ahí, esperando por el policía “35012” que jamás apareció. Ya no estaba esposado ni sentado con los presos, porque me quejé. No tenían el derecho de tratarme como un delincuente cuando no tenían la mínima idea de por qué me encontraba yo ahí.
Entonces llegó mi padre. Después de quejarme me habían dejado llamar del teléfono fijo a mi casa (jamás me dejaron poder usar la “camarita” para llamar). Recuerdo que mi padre llegó, preguntó por el capitán y el político, y les preguntó:
- ¿Por qué mi hijo está detenido? -
A esa hora ya los hombres no sabían bien que responder, así que le dijeron:
- Está aquí porque hizo una foto, aunque no lo sabemos bien.
Mi padre montó en cólera y le dijo a los dos oficiales mirándoles ávidamente a los ojos:
- Suponiendo que yo llegue aquí, ahora mismo, me pare delante de usted y en su misma cara le haga una foto: ¿es algún delito?
Los oficiales le dijeron que no, que no hay ningún problema en hacer fotos a menos que existan señales prohibiéndolo. Entonces mi padre les dijo:
- Pues hemos terminado. Suelten ahora mismo a mi hijo porque no ha cometido ningún delito y lo tienen aquí desde hace más de cinco horas sin comer.
Mi padre se viró hacia donde yo estaba (aún dolorido por las marcas que me quedaron de las esposas) y me dijo:
-Nos vamos-
En fin, me dejaron ir pero me prohibieron borrar la foto del celular durante al menos 7 días, hasta que el policía “35012” apareciera y pudiera dar alguna explicación. Jamás borré la foto, ahora andará por uno de mis álbumes digitales y quedará ahí por siempre para recordar cómo me convertí en un “criminal” por hacer una fotografía con mi “camarita”. Al final me quedé con toda la insatisfacción de no recibir ninguna atención por parte de la policía cubana luego de haberme detenido sin ninguna razón y el comentario desgarrador de mi madre diciendo que era mejor dejarlo así o que podrían ellos empeorar las cosas.
He tenido muchas más aventuras con mi compañero “el teléfono móvil”, siempre fiel y presente en cada momento; pero ya se las contaré más adelante en el próximo capítulo de esta historia: “Gracias, al menos me dejan tener un móvil”