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Gracias, Andrómeda

Publicado el 01 octubre 2011 por Alexpeig
Gracias, Andrómeda
Quiero hacer correr ante mis lectores unas pocas imágenes de los últimos días. Sirva como primer ensayo de cybercrónica y pequeño puzzle preparatorio, en la antesala del otoño. Todo empezó con la idea - megaproyecto intelectual que se me escapaba entre la maraña de posibles títulos para esta naciente bitácora - de la transmodernidad, pasando por una actualización de la Arcadia feliz, luego expresiones la mar de catódicas y directamente ridículas ( ¡EL VACÍO ES REAL!, me dije en un momendo dado ) hasta reposar sobre la sencilla idea referida a un peregrino anclado en el centro de los mundos, como queriendo recomponer las partes fragmentadas de su existencia y darles una forma plausible. Pero antes de eso debo trazar un esquema fugaz del viaje que durante cinco días ha vuelto a regenerar la epidermis de mi insaciable inquietud, el hambre de asimilar cuantas cosas percibo a mi alrededor. La primera jornada contuvo y finalmente liberó una catarsis alimentada durante muchos meses. Me ocurrió algo que hacía tiempo no vivía, salvo en la intimidad de mi habitación. Me vi llorando como un niño después de haber disimulado la frustración con un supuesto antojo culinario. Delante de uno de mis mejores amigos, sollozaba y suplicaba ser abrazado, besado, acariciado. Finalmente la necesidad fue saciada en buena parte. El ridículo de llorar arrodillándose ante el otro y en medio del parque natural de la localidad de Gilet, junto al convento del Santo Espíritu del Monte, a pocos kilómetros de la ciudad de Valencia. En Toga, pueblo desconocido dentro del Maestrazgo, desperté a la posibilidad de que mi anhelada vida rural sea inviable teniendo en cuenta mi necesidad de secreto y discreción. En los pueblos todos se conocen, no hay mucho margen para mi habitual búsqueda del Silencio. A la jornada siguiente pasamos por Montanejos, día de domingueros que invadían las aguas termales que corren entre las peñas de una complicada orografía. Más allá de sus colinas y bosques llegamos a Campos de Arenoso, un pueblo sumergido en las aguas. El lago artificial que allí reposa recibe la luz celeste y permite que los montes dibujen un crepúsculo digno de los paisajes de Tolkien o, también , del siniestro encanto de Crystal Lake. En sus inmediaciones pude ver y escuchar, allí abajo, los juegos y los gritos de un grupo de niños. Uno de ellos jugaba con un palo de madera, cual sable láser, y, sin él saberlo, durante unos momentos compartió conmigo su infancia, pues le oí invocar un imaginario muy familiar, la ciudad Gun-Gan oculta bajo aquellas aguas. Distintas generaciones, pero juegos similares inspirados en un mismo universo Pulp. La noche nos acogió con un inusual manto de astros que desparramaban luz sobre nuestras cabezas. Soplaba viento de mistral, ese que nos trae las primeras voces del otoño, la humedad era mínima y desde aquellas montañas vimos un firmamento generoso como nunca. Mi escudero y compañero de andanzas, particularmente, vibró con el hallazgo de una galaxia muy difícil de ver en circunstancias normales. "¡Andrómeda!", sonó el grito arrastrado por una tremenda ventisca. Intenté vislumbrarla, prismáticos en mano, siguiendo la línea de Pegaso, buscando esa tercera estrella que flanqueaba el milagro. Finalmente pude verla, la galaxia Andrómeda, lugar común de tantas visiones con las que jugaba de niño, parecía un disco sin cuerpo que se limitaba a emitir luz desde un fondo de espacio negro y profundo. Un destello de polvo y gas en círculo, un signo, un significante del hallazgo que nos esperaba en Sant Joan del Penyagolosa, culmen de la altiplanicie más bella de la Comunidad Valenciana. Su santuario, su ermitaño indigente y amable, la red telúrica de pinos y frutos silvestres que cubre la senda hacia la cima, el aroma druídico del muérdago, el fuego de mi sexo, el brote de mi semen tumbado sobre la hierba y bajo la sombra de los enebros, el lamento por estar gozando de aquello en soledad, aún siendo una soledad tan gratificante. Luces, en definitiva, de un proyecto futuro, o tan solo un imaginario que se quedará a medio camino entre el cielo y la tierra. Como tantas otras cosas.
En el centro de los mundos, como iba diciéndoles. Huyendo de la posmodernidad termino reposando frente a ella y siendo hijo de la misma. Fragmentación y existencia líquida son constructos muy utilizados a la hora de explicar la enfermedad de nuestra época. Pero yo entiendo que debajo de ese baile caótico existe el Fundamento, personal e intransferible, que cohesiona nuestro vivir. Las señales, pautas y pistas para llegar hasta ese Fundamento están escritas en la tradición de todas las épocas. El futurismo ( la ciudad dorada de metal, ingravidez, láser y conocimiento con la que siempre he soñado influido por el cine y la literatura ) y la búsqueda del antiguo Tiempo Dorado, mítico, son nada más que dos movimientos de un mismo imaginario, universal y perenne, por mucho que la posmodernidad quiera poner el énfasis en la individualidad y la negación de los absolutos. El Fundamento no existe como tal, no es falsable, no puede ir más allá de una intuición filosófica que, eso sí, termina materializando en una vida concreta, individual, pero abierta a signos y esperanzas de plenitud que, creo, sí podemos compartir aunque estemos presos de nuestro caos individual. "Cyberalquimia" fue el primer título probable para esta bitácora, hija de un momento o época concreta de mi vida. "Tiempo Arcano" fue el siguiente, indicaba la vida de pensamiento secreto, íntimo o introvertido en la que estoy inmerso. La "Cybercrónica" es una idea de apertura, de escribir sin olvidar aquello en lo que me estoy convirtiendo ( ser fiel a una promesa ) y poder influir en la sociedad. Las "Cybercrónicas de un Tiempo Arcano" son, en conclusión, la premisa sincrética de una aventura que ahora mismo no puedo adivinar, arrastrado por inercias, necesidades y hambre de comprensión que vienen desde sitios dispares. Deseadme suerte. O que la fuerza me acompañe, otra vez.

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