Qué frío siente, desnuda en el cuarto de baño. El frío se pega a sus huesos como una lapa, pasa a formar parte de su tuétano. Apoya su espalda contra la pared, y ese escalofrío tan familiar vuelve a recorrerla de arriba a abajo. Su desnudez es casi mística, sólo impedida por los enormes auriculares que coronan su cabeza como una corona de laurel, el premio para la derrota. En sus oídos retumba el vacío eterno que dura dos segundos, esos dos segundos entre el final de una canción y el principio de la siguiente. Pero la siguiente es la misma. El frío es todavía más terrible cuando durante horas la música se repite sin cesar, como si una enorme losa se apoyara sobre el botón del repeat. En los auriculares muere California Dreamin' y renace de nuevo, como el ave fénix del desamor. Una y otra vez.
La muchacha aprieta los puños hasta doler, hasta que las uñas se clavan en la carne, cortando la circulación de la sangre. La sangre está ahora en las venas del cuello, que se hinchan como zeppelines, a un tris de explotar y decorar de rojo la blanca pared del baño. Acurrucada, desnuda, helada, con los sentidos embotados, con sólo el sonido de Mamas and The Papas llenando su cerebro, torturándola con dulces arpegios, masacrándola con voces celestiales recién salidas del infierno. Las lágrimas afloran, pero lo hacen hacia adentro, está demasiado acostumbrada a guardarse el llanto, a no mostrarlo nunca, ni siquiera a los ácaros de su alfombra. Pone su mejor cara cuando está junto a él, pero ahora él no está, como todas las mañanas. Ella ha limpiado su casa, ha ordenado su ropa y ha cambiado el agua del acuario. Él no notará nada, como siempre. Nunca sabrá que ella se cuela en su casa para cuidar de él, para mimar su ausencia, para aferrarse al hueco que deja en la cama. Ella lo hace como un ritual, ya hace meses que lo conoció en el restaurante, y desde entonces se las ha apañado para entrar en su vida sin que él se entere. Pero el daño que a veces le hace es insoportable, aunque no lo muestra cuando él está delante. Ella se empeña en continuar con las visitas clandestinas, el California Dreamin' y el soñar en silencio. Como hacer la cama al peor dictador. El amor más indescriptible es aquél que nunca se produjo, aquél que nunca salió de dentro, aquél que sólo habita en un corazón atenazado por el frío.
Ha oido la llave entrar en la cerradura. Él se entretendrá leyendo el periódico antes de entrar en el baño, lo conoce bien. El tiempo justo para vestirse y deslizarse sigilosamente hacia la puerta. Un día más la casa está arreglada, un día más California está mucho más cerca. A sólo mil vidas.