Late el viento a un ritmo desacompasado a la tormenta, se sitúa en medio de ella, le da vueltas, huyendo y jugando al mismo tiempo, como un niño que descubre una atracción nueva y empuja y empuja para que las horas pasen volando y, a la vez, como un viejo delante del mar, esperando que llegue su destino, ajustando su reloj para no perder el camino.
Tú y yo somos viento y somos tormenta, somos todas esas cosas que no podemos tocar, somos Romeo esperando bajo el balcón, somos ese Hamlet que ya no sabe si ser o no ser.
Somos todas esas dudas que nunca se resolverán.
Porque esta pelota azul que gira y gira corre deprisa y te hace caer, te hace levantarte, situarte en medio de la tormenta y darte cuenta de que las nubes blancas y negras se dan la mano y forman grises, reflejo de lo que pasa en tierra, reflejo de lo que somos: una gama de grises de todos los colores.
Grises que bailan al ritmo de la tormenta.
Grises como puñales acabados en rojo.
Grises como las lágrimas que no puedes evitar escupir al reír.
De Sol y oscuridad, como es la vida esta.