Era parco de palabras y reacio a mostrar sus sentimientos. Se refugiaba en un silencio desde el que compartía reuniones familiares y cualquier evento al que tuviera que asistir. Por eso sorprendió que, en aquella ocasión, levantara su vaso para decir a los suyos: “Les quiero a todos y los quiero mucho”. Hubo un instante de expectación enmudecida que fue interrumpido por una vocecita que surgió al otro extremo, casi desde debajo de la mesa: “¡Güeloo!”. Sus ojos buscaron a la nieta de apenas dos años con una ternura líquida que los hacía refulgir de brillo, mientras una sonrisa se apoderaba de su rostro. Todos estallaron en comentarios y dejaron al abuelo sumido en su mundo de silencio, en el que parecía feliz.