Tu luz.
Mirada alegre, sonrisa dulce, plena de vida y confianza.
De ideas claras, gran iniciativa y seguridad en ti misma. ¿cómo desarrollar una consciencia atenta para no frenarte sin desearlo? No imposibilitarte, limitarte, no decir NO sin ser cierto. No entorpecer tu propio ritmo ni contrariar tu autonomía con mi ayuda. Siento no tener siempre la paciencia, o el tiempo, para dejar que pruebes una y otra vez. Que metas la cabeza por la manga las veces que precises o camines con los zapatos al revés.
Me sorprende tu coraje y reconozco que no siempre logro apearme del ritmo del adulto para sumergirme en tu suavidad, en el ahora, ahí donde vivís vosotras. Sensacional y desconcertante para nosotros, ya condicionados, ya domesticados.
Mi dulce carita de limón, amo cuando cantas, cuando bailas, cuando nos tomas de la mano y nos besas. Esa gran empatía para acompañarnos. Ese genio para reprendernos. ¡Qué gran ser eres!
A veces me pesa la sensación de estar perdiéndome tantas cosas a tu lado, me cuesta asumir que nuestra realidad es ésta. Que nos van a faltar siempre instantes a solas, que nuestra complicidad se está forjando en compañía y que no debo vivir esto como una carencia. Cuando me sumerjo en tu mirada y nos amamos desde ahí, entiendo que nuestra conexión se nutre de esos instantes, que nuestro vínculo sobrepasa lo íntimo, que soy yo la que debo despojarme de experiencias pasadas y expectativas, que la vida se nos ofrece desnuda y nuestra realidad familiar está repleta de pequeños instantes en los que reconocernos. Sin la exclusión de ninguno. Y esto, lo he aprendido gracias a ti. No aprenderlo de palabra, que eñresulta fácil enunciar que cada cual tiene un espacio en la familia y cumple un rol, sino aprender a integrarlo, a sentirlo, a reconocerme en ese entramado de emociones, alegrías y frustraciones que fluyen de manera constante para encontrarnos desde ahí.
Y sentirme bien mi piel, dejando que vueles libre, asumiendo que esta circunstancia te ha ofrecido más manos que cobijarte y más miradas que velarte. Aprender a abrirme a delegar tus cuidados, empujada por la necesidad de la incorporación laboral y otras exigencias ajenas a vuestra comprensión, y aceptar por tanto que refuerzas otras relaciones de afecto por ello. Debo reconocer que no siempre me ha resultado agradable, porque fácil, la verdad, es que nos lo has hecho. Y ese vacío de no poder atenderte, no poder conectar contigo del modo en que hasta ahora había concebido el vínculo materno-filial, me dolía, me escocía y me hacía sentir culpable.
Debo decirte que he logrado suplir ese hueco. Que ya no lo vivo como una carencia, que sé que al abrirte a otros cuidados has creado lazos muy fuertes y hermosos, especialmente con tu padre, y que soy consciente de esa riqueza. He aprendido a vivir todo esto con naturalidad, dejando de verlo como una renuncia, dejando de culpar. He descubierto que hay mil formas de habitarme.
Gracias por tu presencia, por tu capacidad para llevarme de la mano al instante presente, a tu mirada de luna. Gracias por ser como eres. Adoro tu libertad, tu determinación, tu vitalidad y ternura.