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Hablando de cine y religión

Publicado el 21 marzo 2010 por Lautarojc
No hace mucho he conseguido ver Ágora, de Amenábar. Gracias a quienes creen que compartir es necesario he conseguido verla en buena calidad, ya que no conseguí ir a verla en el cine. La verdad es que tenía muchas ganas de verla, ya que el personaje de Hypathia siempre me ha llamado la atención, por el hecho claro y evidente de que la Historia (oficial) de la Filosofía ha olvidado a todas aquellas mujeres que han desarrollado pensamiento a lo largo de la Historia, el encontrar mujeres que hubieran generado pensamiento filosófico. Y esta pensadora greco-egipcia es de la que más sabemos de la antigüedad.
Las expectativas cinematográficas no me han defraudado; la película me ha parecido excelente y recomendable desde todos lo puntos de vista, máxime cuando ha generado tanto debate en mi interior y a mi alrededor. Es de agradecer el interés que Amenábar a prestado al personaje, a priorizar su carácter de filósofa, frente al habitual de verla más como matemática o astrónoma, y el de informar de personajes como Cirilo de Alejandría.
Una vez que entramos en la temática tengo que agradecer que se haya optado por una versión más amable del final del que la tradición nos ha hecho llegar, de la protagonista. Un final que seguramente se pareció más al más terrible de los que se cuentan, pero que cinematográficamente nos permite un respiro final. Bastante terribles son los 120 minutos anteriores.
Pero a donde quería llegar es al mensaje, a la ideología que transpira esta película. Según mi opinión, existen tres líneas de pensamiento fundamentales en los personajes: los creyentes, sean griegos, egipcios, cristianos o judios, forman un bloque diáfano con respecto a lo que se quiere transmitir; Hypathia, que representaría al ateísmo, la razón y la voluntad de investigar para aprender; y los adaptativos, quienes anteponen sus intereses y su posición a cualquier creencia o ideología. Para aclarar más mi tesis, decir que para el director y guionista (una misma persona en este caso), creencia y práctica de una religión parecen ser una misma cosa.
Los primeros, los creyentes o practicantes, son presentados sin excepción como tendentes al dogmatismo y al fanatismo. El caso de los parabolanos es paradigmático, ya que a pesar de mostrar actitudes piadosas después se muestran como despiadados miembros de la guardia personal del obispo. Se trata de gente que no piensa, no razona, y que actúa según los dictados de sus líderes.
Los adaptativos, como el caso de Orestes, que pasa de alumno de Hypathia con creencias egipcias basadas en una tradición cultural y no en la fe, pasa a ser Prefecto de Alejandría a las órdenes de Teodosio II, y para calzar mejor en ese nuevo orden se convierte al cristianismo, que reconoce no practicar, aunque cree que las enseñanzas de Jesús son positivas. Finalmente optará por plegarse a las exigencias del obispo Cirilo y abandona a su suerte a Hypathia. Es un pragmático, un realista.
Finalmente Hypathia. La razón, la investigación, el asombro ante las leyes de la naturaleza, explicables mediante la matemática, siempre en búsqueda de la verdad. Se niega a aceptar una práctica que contradiga el dictado de su razón.
Con este panorama, Amenabar nos presenta un claro mensaje; los fundamentalismos se encuentran en el seno de toda práctica de una religión, y al no hacer diferenciación entre fe (creencia) y estructura religiosa, al identificar fe y religión, hace una condena unánime de cualquier fe, a excepción claro de la Razón.
Esta confusión, este solapamiento de términos es común en el mundo moderno, que busca simplificar ante todo; al igual que escolarización y educación se confunden, fe y religión se convierten en una única cosa. Aquello en lo que creemos se confunde con la estructura de poder que se genera por debajo, y que se sirve de ella para alcanzar cuotas de poder. Benedicto XVI habla de "agudas alianzas" al referirse a la forma en la que Cirilo de Alejandría (santo y doctor de la iglesia católica) había llegado a reducir a hereje a Nestorio, obispo de Constantinopla. ¿Puede se santo y doctor en la fe cristiana un individuo como ese?
Ya en mis primeros tiempos de converso al catolicismo insistía en que el verdadero futuro del cristianismo eran las catacumbas; retomar ese momento de minoría, de persecución, sería en el que se podrían retomar las enseñanzas del Evangelio. Si algo ha conseguido el visionado de Ágora, acompañado por alguna otra experiencia próxima, es el sentirme definitivamente fuera del catolicismo, y probablemente más dentro de la fe en Jesús, y en sus enseñanzas que fueron simples y asequibles, entre las que no se encontraba nada de la estructura actual que llamamos iglesia.

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