HAITÍ: Una cruel realidad
Wilson A. Acosta S,
Las declaraciones sin fundamento de las agresivas y fanatizadas autoridades de Haití y sectores internacionales que a nombre de la defensa de los derechos humanos dan por sentado que los haitianos están siendo víctimas en nuestro país de una crisis humanitaria, xenófoba, de crueldades y maltratos, a raíz de las leyes de migración puestas recientemente en ejecución, han creado un maremágnum de desinformación que amenaza el derecho soberano de este país a reglamentar la inmigración, derecho universal que le es común a todos los países del mundo y que consta en sus respectivas cartas magnas, con el objeto de que estos puedan decidir en plenitud de soberanía sobre todo lo atinente a sus políticas migratorias.
Resulta que al gobierno iniciar los trabajos para regular con apego a nuestras las leyes a todos los extranjeros radicados en nuestro territorio, miles de ellos, consientes de no poder cumplir con los requisitos que prevé y exige la ley para satisfacer dicho proceso, han decidieron voluntariamente regresar a su país de origen con la esperanza, así lo han manifestado, de regresar en un futuro, provistos de los documentos necesarios que les permitan regularizase.
El estado de crisis y de indigencia al que está sometido el vecino pueblo tiene muchas décadas de existencia. La llamada crisis humanitaria, las crueldades y las torturas a que está sometido ese pueblo tienen un origen endógeno, sus raíces se remontan a un pasado lejano. Ya a principios del siglo 1XX [1806 al 1818] el presidente Alexandre Petión previendo el futuro crecimiento demográfico de su pueblo planteaba lleno de preocupación el problema a las autoridades Venezolanas solicitándole un territorio que albergara parte de la población de su país. En el año de 1948 la ONU le buscaba una salida a ese problema en tierras del continente africano.
Haití es al día de hoy, un pueblo derrotado por la indiferencia de aquellas grandes naciones comprometidas material y moralmente con su destino; derrotado por sus propios gobernantes escogidos por una selecta élite política empresarial que a través de la historia se ha desentendido de sus graves dolencias sociales asociándose con gobiernos y empresas poderosas solo con la intensión de amasar grandes fortunas explotando sus riquezas naturales y su comercio, manteniendo en la ignorancia a sus pobres conciudadanos, estableciendo su residencia en las grandes capitales y ciudades de Europa, proporcionándole formación intelectual y profesional a su descendencia en las grandes universidades del viejo mundo y de américa.
No es posible que las potencias mundiales, la OEA, la ONU, la UE, desconozcan que Haití yace abandonado a su suerte. Que en pleno siglo XX1 el sesenta por ciento o más de sus pobladores son analfabetas; que por las calles de sus ciudades, sus caminos y sus escasas carreteras, los hombres, en lugar de las bestias a falta de vehículos de motor, arrastran enormes carretas cargadas de diversos rublos, vestidos de harapos, en la más triste abyección, humillados en su condición de seres humanos. No sabrán acaso los dirigentes del mundo que allí las mujeres y los hombres defecan en plena vía pública, que los mercados donde se expenden los alimentos no son más que pocilgas putrefactas, mal oliente. Ignorarán acaso, que sus parturientas tienen que cruzar la frontera para lograr auxilio médico gratuito en los hospitales dominicanos. Que en nuestro territorio a estos seres humanos se les ha brindado alivio a su situación, trabajo, techo, alimento y educación a sus hijos. Que en Haití no existen empleos, que no hay seguridad social ni estadísticas oficiales.
Haití tiene una inmensa masa de unos diez millones de habitantes, la mayoría indocumentados, que comparten un territorio inhóspito, deforestado, con sus acuíferos disminuidos, contaminados o desaparecidos, que desde hace mucho tiempo resulta pequeño para albergar y alimentar a esa inmensa y hambrienta población que ha llegado al extremo de comer galletas elaboradas de lodo y sal; padeciendo además de un incontrolado crecimiento demográfico que en la actualidad los ahoga.
Estarán ajenos, nos preguntamos, los que hoy ocupan militarmente a Haití de la burla de que ha sido objeto ese pueblo a raíz de la tragedia creada por el terremoto que derribó lo poco que quedaba de su pobre economía. Podrá alguien dar fe del paradero de la millonaria ayuda internacional ofrecida para la reconstrucción de ese país desbastado. Cuál será la razón por la que no obstante esa millonaria ayuda, las familias damnificadas del terremoto no hayan podido ser reubicadas dignamente.
Nuestro territorio es el natural receptáculo de la avalancha de hombres mujeres y niños que huyen de Haití en busca de la sobrevivencia, aquí logran en la medida de lo posible empleo, albergue, medicina alimento, educación.
La desgraciada condición de ese pueblo digno de mejor suerte ha sido aprovechada por sectores minúsculos, de poderosos empresarios de ambos lados, para lograr mano de obra barata, razón por la que están decididos a evitar por todos los medios posibles un entendimiento de respeto a las leyes internas, como a las decisiones y tratados internacionales que rigen la materia migratoria… y ni se diga de la influencia de las grandes corporaciones que allí confluyen. Este es el principal motivo, no otro, de la magnificación de un problema que aunque con serios tintes de gravedad a podido y debe ser razonablemente discutido, resuelto en paz civilizadamente “inter partes”
Es increíble ver y escuchar por los medios informativos nacionales e internacionales como se esconde la verdad tras una cortina de mentiras y falsedades contra nuestro país tendentes a animar una confrontación peligrosa que podría devenir en acciones fanáticas lamentables entre los dos pueblos. Es el caso, por ejemplo del Canciller haitiano, que ha tomado el escenario internacional para confundir y obscurecer con falsas afirmaciones el camino al entendimiento.
Es indiscutible que los dominicanos debemos repudiar con firmeza esa campaña de desprestigio que se cierne sobre nuestra patria, que debemos reclamar y defender con uñas y dientes nuestra soberanía. Repudiar también con firmeza la politización del tema emprendida por sectores radicales de aquí y de allá que no se han detenido a sopesar el daño irreparable que provocarían a ambos pueblos. Empeñados en desbordar el sentimiento nacionalista de ambos pueblos apelando a su sincero y natural amor al terruño.
Es por eso que nos satisface la clara e inteligente posición del recién destituido Embajador de Haití en nuestro país Daniel Supplice, cuando sin importar las consecuencias que de ellas se derivarían dirigió una carta al presidente Martelly en ocasión a unas erráticas declaraciones dadas por él refiriéndose a la actuación de nuestras autoridades sobre el tema migratorio, recomendándole: “actuar con calma sabiduría y conocimiento” en el desarrollo de las relaciones entre Haití y la república Dominicana.”
Daniel Supplice es un ciudadano haitiano, legítimo representante de ese pueblo que tradicionalmente ha tenido en la república Dominicana una mano amiga dispuesta a mitigar en lo posible parte de sus necesidades. Este hombre que posee una clara comprensión del actual diferendo entre ambas naciones, sabedor de lo que hay que hacer para conjurarlo, enfrenta con valentía a aquellos que lo plantean al estilo del siglo X1X.
A continuación transcribimos los siguientes conceptos externados en la carta referida: “La gestión en las relaciones entre Haití y la república Dominicana exige de los diferentes actores una actitud racional, razonable, donde no caben el amateurismo”. Más adelante expresa: tampoco hemos logrado entregarles a nuestros ciudadanos un acta de nacimiento que pruebe que estos existen y crear una situación interna que habría evitado que millones de haitianos y haitianas salieran del país a cualquier precio, y a veces, en cualquier condición. Si no aceptamos el hecho de que existe un problema, no habrá solución”.
Adelante pues con el plan nacional de regularización de extranjeros en nuestro territorio, tanto de nacionales haitianos como de otras latitudes Que se resuelva en un clima de paz de concordia y de respeto mutuo la actual controversia con nuestro vecino, apostemos a que la conciliación la verdad y lo justo primará por encima de la torpeza de algunos y los extremismos de otros.
Por la firmeza con que nuestro gobierno sostiene la defensa de la soberania del país, su prudencia en el manejo internacional del tema, estamos seguros de que más temprano que tarde se pondrá al descubierto la trama urdida, dirigida a depositar sobre los hombros dominicanos el incierto destino de Haití.