En la isla de Krk, de la que ya hablaré más adelante, en un pueblecito bastante turístico situado en el norte llamado Malinska, allá por el año 1972, el dueño de la revista Penthouse, Bob Guccione, inaugura un hotel - casino de lujo al que llamará Penthouse Adriatic Club.
Esta idea crea un poco de incertidumbre en la sociedad ya que es raro que un hombre de negocios americano invierta 45 millones de dollares en un hotel de tal envergadura en un país comunista el cual está involucrado en la Guerra Fría. Al parecer, a este editor de la famosa revista para hombres, lo que le interesa es que se desarrolle el proyecto a modo de protesta hacia una guerra que ya dura más de 20 años y la cual ve incomprensible.
Este complejo será propiedad de la compañía yugoslava Rijeka Brodokomerc debido a las restricciones que se dan en la Yugoslavia comunista con respecto a las inversiones extranjeras. Por tanto los yugoslavos se encargarán de la gerencia, mantenimiento y servicio aunque con un pequeño matiz y es que Bob Guccione quiere que varias de las chicas que aparecen en su revista trabajen como azafatas haciendo de ellas el reclamo perfecto que puede hacer decidir a americanos y europeos a visitar esta isla del Adriático.
Ésta es una de las pocas fotos que he conseguido encontrar de la época en la que estaba abierto.
Los turistas que venían a este complejo, en cuanto la guerra empezó a ser más feroz en esta región del este de Europa, dejaron de venir eligiendo sitios más seguros en los que poder pasar unas vacaciones relajados y alejados de cualquier peligro.
El hotel por tanto pasó a ser lugar de residencia de los refugiados que no tenían donde meterse. Una vez que la guerra hubo terminado, éstos no tenían intención de dejar lo que había sido su hogar para empezar una nueva vida en otro sitio pero fueron obligados a abandonarlo. Eso si, salieron de él con todo lo que pudieron llevarse consigo: radiadores, tuberías, cableados, etc.
Hoy en día el Haludovo Palace Hotel está en ruinas y da la impresión de que se abandonó deprisa y corriendo ya que muchas de las zonas conservan el mobiliario tal y como se debió dejar en su día.
Aún así, el paso de curiosos que, como nosotros, ha pasado para ver este edificio en ruinas, ha hecho estragos en la decoración, mobiliario y hasta en la estructura del edificio dando una impresión de abandono que conmueve y atemoriza a partes iguales ya que la desolación y soledad que desprende hace que se visite volviendo la cabeza cada dos por tres por lo que pueda aparecer en cualquier momento (acto reflejo que el que lo visite va a experimentar).
En las zonas de habitaciones no hay mucho que impresione ya que éstas se parecen mucho entre sí. Lo que si es curioso ver son los interminables pasillos en penumbra llenos de cristales rotos y con todas las puertas a ambos lados medio abiertas, algunas cerradas a cal y canto y otras que dan a habitaciones completamente oscuras en las cuales ni entramos ya que no llevábamos linternas.
Las zonas comunes ya son otra cosa, eso sí que impresionaba y emocionaba a partes iguales según las íbamos descubriendo. Lo más espectacular era la cantidad de cristales rotos que había por todos lados. En su día, este hotel debió de gozar de unas vistas impresionantes del mar, sobre todo del atardecer que coincide con la orientación del complejo.
El pasar por la bolera situada en la parte baja del hotel la cual tenia las máquinas encargadas de recoger las bolas completamente destrozadas y con todo el suelo de las pistas levantado; las pistas de tenis llenas de vegetación y con las vallas rotas; las piscinas con la mitad de los azulejos rotos y llenas de sanitarios y alguna que otra silla; la zona de bar - restaurante con sus mesas redondas y sillones rasgados; la recepción abandonada completamente con el armario de las llaves vacío completamente pero con sus números de habitaciones pegados en las casillas todavía legibles; la zona de sauna con los azulejos blancos que dan la sensación de encontrarse en un psiquiátrico o algo parecido, etc.
Pero aparte de todo esto, el hotel también contaba con apartamentos que estan un poco separados de lo que es el edificio principal del Haludovo y que han tenido la misma suerte que éste.
En definitiva, en su época tuvo que ser un hotel en el que muy pocos podrían alojarse por los precios que debía tener. Las instalaciones que tiene son mucho mejores que las de algunos de los complejos que nos encontramos ahora 40 años después.
Lo que si es una pena, y si lo visitáis espero que no lo hagáis vosotros también, es que hay gente que pasa por ahí y lo único que sabe hacer es alterar el lugar un poco más haciendo que el siguiente aventurero que se quiera internar por esos largos pasillos para descubrir por el mismo todos los rincones que ofrece este edificio, lo encuentre cada vez en peor estado y con menos objetos que le transporten a esa época y le hagan disfrutar esta experiencia.