Revista Diario

Hamid

Publicado el 26 enero 2011 por Menagerieintime
Cuando me trasladaron de la sección de aislamiento a la Tercera, una de las primera personas que conocí fue Hamid. Me asignaron la celda 30 y él vivía en la celda vecina, en la 29. Al enterarse que había llegado un chico español, pasó a saludarme, a darme la bienvenida. Hamid me ayudó mucho para poder cubrir una serie de necesidades básicas. Me ofreció un pantalón corto para que pudiera quitarme, tras tres semanas, mis vaqueros. Me dio una pastilla de jabón para poder ducharme en condiciones. Me dio un libro para poder leer, un folio, un sello y un sobre para poder enviar mi primera carta a la familia. Me presentó a los habitantes de su celda, entre los que se encontraba Dibhi, el tunecino con el que corría cada mañana. Me explicó los horarios, las costumbres, alguna que otra ley no escrita de la cárcel. Básicamente, explico todo esto para que comprendáis que Hamid es una buena persona. Se desvivía por hacer la vida más cómoda a las personas que tenían a su alrededor.
El hecho de que Hamid hablara español fue muy importante en mi llegada a la nueva sección. La casualidad hizo que Hamid hubiera vivido en mi ciudad, en Córdoba, y que se supiera dónde encontrar la mejor marihuana y el mejor hachís a buen precio allí. Y eso nos unió mucho, claro. Resultó que teníamos conocidos comunes. Y nos reíamos recordando sus caras.
Con el tiempo, llegué a decubrir lo que ya intuía. Hamid era una buena persona, cuyo gran delito había sido llevar una vida (demasiado) desordenada. Una vida condenada a huir, a vivir con lo puesto y a salir corriendo.
Hamid, iraní de nacimiento, se vio obligado a dejar su país junto a su mujer y su madre. Nunca le pregunté por los motivos. Me bastaba ver cómo se le ponían los ojos llorosos cada vez que hablaba de su país, cada vez que recordaba su vida allí. Lo que sí me comentó es que tuvo que entrar en Europa, hace 10 años, con un pasaporte falso, con otro nombre y apellidos. Con ese pasaporte se movió y trabajó en España, en Francia e Italia. Hizo el pasaporte falso tan suyo que creó su propio personaje. No tenía su pasaporte oficial, así que todos los documentos que tenía que mover, lo hacía bajo nombre falso. Así, por ejemplo, cuando sus hijos nacieron en Italia, quedaron registrados en el Registro Civil como hijos del pasaporte falso. No como hijos de Hamid. Eso es llevar una vida desordenada, y lo demás es tontería. A causa de eso, por ejemplo, sus hijos no tenían acceso al colegio en Italia. Su pasaporte falso estaba caducado y no sabía cómo hacer uno nuevo. Ir a la Embajada de Irán y hacerse un pasaporte real no era una opción viable. No olvidéis que salió huyendo de allí.
Si ni siquiera tenía a sus hijos bajo su nombre, imaginaos un coche. Nunca llegó a hacer una transferencia de nombre de los coches que compraba. No le fue necesario. Siempre se fiaba de amiguetes, de vendedores con cara de buenos. Siempre se fiaba.
Un mal día, mientras iba conduciendo por el GRA (como la M30, pero en Roma), la policía le paró para comprobar los papeles del coche. Al verificar que el coche estaba siendo buscado por haberse utilizado en el robo de unos turistas brasileños, la policía le cogió y le metió en la cárcel.
Él siempre decía que era inocente. Que no había hecho nada. Que posiblemente fuera el dueño anterior del coche. Que él no tenía nada que ver en ese robo. Pero eso no le importaba a nadie, claro. Por lo menos a nadie que trabajara para la justicia italiana.
Pasó en la cárcel algo más de un año. 14 meses. 14 meses recibiendo cada jueves la visita de sus hijos y de su mujer. Me contaba que su hijo le decía siempre “Tranquilo, papá, que en casa cuido yo de mamá y de la hermana. Además, yo sé que pronto vas a salir y volverás con nosotros”. Y me lo contaba entre lágrimas. Y lloraba porque su hijo tenía 6 años. Y lloraba porque no veía esperanza ninguna de que se solucionara su asunto. Y lloraba de impotencia. Y lloraba porque la cárcel, a veces, te hace llorar. Aunque muchos lo ocultaran y se hicieran los duros.
Dos días antes de que a mi me excarcelaran, justamente el día 6 de octubre, Hamid fue a su proceso. A su juicio. Y el juez dictaminó que no estaba probado que él fuera el que robó. De hecho estaba probado que él no había hecho nada. Y ese mismo día, por la tarde, vino a despedirse de mi a través del ventanuco de la puerta de mi celda. Y, de nuevo, lloraba. Porque no se lo creía. Porque estaba libre después de mucho tiempo. Porque se había demostrado que él era inocente. Y porque era un tío sensible.
Quedó en llamarme cuando viniera a España. Quedó en pasar por Córdoba y en irnos juntos a comer. A tomarnos unas cañas en la Corredera. A disfrutar de la vida libre. A reirnos de todos. Esta vez, de las caras de algunos de los que quedaron en Regina Coeli.

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