Amaba la música, el ritmo, la fiesta. Una salsa, un merengue, un reggae, un batir de palmas, un silbido, un golpeteo rítmico de la cucharita contra la tasa del café eran suficientes para que su ánimo bailarín se despertara y comenzara la alegría.
Era pequeña, más que sus hermanos; por eso no la querían en su casa natal. Pero como siempre sucede en estos casos, un día un ángel compasivo se apiadó de ella y la llevó a otro lugar. Mi hermano la bautizó con el nombre de Handy (a modo de diminutivo de HANDYCAM), porque cuando llegó a casa podíamos cargarla en una mano.
Lomo de manto negro, hocico alargado, orejas en punta, patas de pelaje amarillo, una Pastor Alemán en toda regla, de un muy alto pedigrí, pero enana, no por raza, discapacidad podríamos llamarla, mas lo cierto es que inundaba la casa con su alegría. Vernos llegar era todo un festín, corría, saltaba.
Perra de raza grande, pequeña entre los suyos, con poco más de treinta centímetros y más pelo de lo habitual que los de su clase, parecía un oso de peluche.
Una tarde de viernes de 1995 su energía y vitalidad nos sorprendió a mi mamá y a mí. Con frecuencia solía ponerle canciones alegres en la radio, o algunos cassettes, para que bailara con cualquiera de nosotros; la tomábamos de las patitas delanteras, como quien sujeta a un niño por las manos cuando comienza a caminar, y la hacíamos dar pequeños saltitos y girar un poco sobre sus patas traseras, mientras nosotros nos doblábamos por la cintura para llegar a su altura.
En esa ocasión no se conformó con una, ni dos, ni tres canciones, mi mamá bailaba con ella y al terminar la cuarta canción me pidió que yo siguiera, e hicimos el relevo. Otras cuatro o cinco canciones y yo también resentía la posición, por lo que de nueva cuenta mi mamá bailaba con la Handy; fueron cincuenta minutos de ese furor perruno bailarín. No se quejó ni intentó soltarse en ningún momento, su alma danzante estaba extasiada.
No recuerdo con exactitud la mayoría de las canciones que sonaron aquella tarde, pero, casi estoy seguro que estuvieron entre el hilo musical La Banba, esa inolvidable canción interpretada por Los Lobos, La Abispa, una cumbia costarricense de las mejores, en su versión original con el grupo La Pandilla y El Baile del Perrito, de Wilfrido Vargas, canción por la que siempre recordaré a la mascota más alegre y fiestera que haya conocido y tenido.
Y ahora, para comenzar la fiesta, sí, una fiesta más que especial, los sesenta y cuatro años de la mejor mujer que he conocido, La Canche, mi Mamá, les dejo La Bamba, La Abispa y El Baile del Perro, que a ella tanto le gustan, para que todos podamos celebrar, como la pequeña Handy lo haría, este cumpleaños. ¡Feliz Cumpleaños Canche!