Revista Diario

Harmony

Publicado el 31 marzo 2010 por Mayka
Harmony Algunas te dan placer, pero no todas. Te pueden dar pánico o hacerte sentir una angustia insoportable. Yo no soy un adicto, Hache. Digo que soy un adicto para escandalizar a los pacatos, pero no es verdad. Me apasionan las drogas, he probado todas las que he podido conseguir. ¡Coño! Me fui a México nada más que para conocer el peyote; pero nunca lo he hecho para buscar el placer o para ser feliz o para no afrontar la vida. Las drogas son maravillosas porque te abren la mente, te hacen comprobar que la verdad no existe, que todo es relativo. La droga te da otra visión, otra dimensión, te hace ver que nada es lo que parece, que nada es. La única realidad es tu realidad y será lo que tú seas capaz de ver. Cuando te llegue el momento de probarlas no tengas miedo: eres un lúcido, eres inteligente, tienes el deber de hacerlo. Eso sí, no pierdas nunca el control. Mientras tú las controles no hay peligro, que no te controlen ellas a ti. Yo estuve enganchado con el caballo, con la heroína, y por poco no salgo. Lo dejé todo, me fui de Madrid, pasé seis meses en el infierno, pero pude salir: la mayoría no sale. Si te ofrecen, porque te van a ofrecer, ni se te ocurra aceptar, la mezclan con cualquier cosa, puedes palmar en un segundo. Si quieres probarla, lo harás conmigo, pero sería mejor si no lo hicieras... es demasiado buena.

Dante en "Martín (Hache)", de Adolfo Aristarain.

Todo empezó con el eco. Un sólo chasquido de dedos llenaba todos los rincones de la habitación, por no hablar de mi voz. El sonido estéreo metalizado y amplificado me hacía sentir que definitivamente poseía el cuarto. A veces no éramos nada, humo dentro de las cuatro paredes; y otras, representábamos lo más lujoso que había existido nunca: entre tanto desorden, nuestra piel era extremadamente fina, y tocarla era hundir el dedo en una caja de sorpresas repleta de sensaciones que, seguro, ni siquiera tú sabías que existían. Puede que no te dieras cuenta, pero estuve aproximadamente una hora jugando con tus texturas: la barba incipiente, la piel del cuello -tan fina y elástica- los labios húmedos y suaves, tu nariz esponjosa. Eras un objeto para mí; y lo más real que había tocado nunca.
Luego, cuando me penetrabas, hablar de sinestesia no abarcaría ni la mitad de cosas que experimentaba mi cerebro. Hay que follarse a las mentes. Las imágenes venían como nubes en días de lluvia: eran irremediables, y excitantemente determinantes de todo lo que me transmitía el calor. Una pradera, hojas de hierba: yo canto al cuerpo eléctrico y huelo frescura en toda la condensación que respiramos. El eco está en mi cabeza, ahora lo veo claro. Yo no poseo la habitación, ni tu cuerpo, ni siquiera esa tímida caricia en tu espalda. Nada es mío. Pero puedo repetirlo cuantas veces quiera. “Reproductibilidad”: la capacidad para reproducir: re-producir (volver a crear). Imagina todas esas ventajas de la reproducción técnica multiplicadas por mil. Imagina que puedes congelar lo que sientes dentro de mí, los saltos en la hierba prohibida de aquel château, y luego dibujar esa frescura en una libreta, y en mi cara, y en mi pecho, y luego fotografiarlo. Te digo que Benjamin subestimó nuestra capacidad. Fóllate a mi mente y lo comprobarás.

Foto: Marc D.A.


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