Tenía mirada triste pero muy penetrante, impropia para una persona apenas veinteañera, reflejo de un dolor que se presume más en quienes peinan canas. Juventud aviejada por una convivencia tóxica. Desde su interior profundo surgió el grito a la vez que entraba en comisaría: "¡¡Que no me joda la vida!!".